Un arrollador viaje pastoral y político a la región en la que el Papa está más cómodo
El viaje del Papa a Ecuador, Bolivia y Paraguay dará que hablar y suscitará debates en diferentes ambientes, religiosos y no. Se trata de una arrolladora visita pastoral con claras aristas políticas. El interés con que lo sigue y analiza la prensa internacional da cuenta de ello. Desde el primer momento, Francisco se sintió cómodo. Está en su continente. Se manifiesta en su idioma. Conoce las costumbres y las creencias populares, los sufrimientos y las injusticias estructurales. En efecto, es el continente con mayor número de fieles católicos pero también el de enormes desigualdades. Una grave contradicción.
Alguien con alma de misionero (Jorge Bergoglio quiso serlo desde joven y el documento de Aparecida propone la misión) sabe que no hay invitación religiosa más convincente que la del testimonio. Francisco quiere llegar a los pobres, que son mayoría en América latina, con una actitud de exigente austeridad y una enérgica palabra de justicia y reivindicación social.
Ya en octubre de 2013, el semiólogo Umberto Eco lo describía como un jesuita de nombre franciscano, más paraguayo que argentino, ya que advertía el peso de la historia misionera de la Orden de San Ignacio en tierras americanas. Ese trabajo (o esa utopía) terminó drásticamente con la supresión de los jesuitas por parte de un pontífice presionado por las cortes de Portugal, España y Francia.
Como queriendo ganar después de dos siglos y medio aquel enfrentamiento con el marqués de Pombal, ahora Bergoglio parece el heraldo de los jesuitas expulsados y suprimidos por el despotismo ilustrado que quería preservar la esclavitud de los indígenas en estas tierras.
En su reciente libro Francisco entre los lobos, el vaticanista Marco Politi escribe que, entre sus conocidos en Buenos Aires, los juicios son unánimes: Bergoglio tiene las cualidades del dirigente nato, un hombre de mando, un animal político de extraordinaria capacidad de trabajo. No se le escapa que es "tendencialmente centralizador, una cabeza excelente que tiene bien claro el sentido del poder". Pero lo describe también como alguien que ha conocido la realidad de la calle y que por eso mismo sabe comunicarse con las muchedumbres.
Lo que deja la gira
¿Qué queda de este viaje? Imposible saberlo tan pronto. Muchas emociones encendidas se irán atenuando con el correr de los días (qué difícil saber hoy lo que ha quedado de las visitas de Juan Pablo II a nuestro país, por ejemplo). Probablemente permanezcan y se acentúen ciertas actitudes y gestos, determinadas críticas al sistema económico y político, su clamor por una Iglesia en las periferias.
El pedido de perdón por los crímenes durante la conquista se suma (siempre tardíamente) a los de los religiosos abusadores, la violencia de la Inquisición, la incomprensión de Galileo o de la democracia en diferentes épocas.
En Ecuador supo atemperar el fervor y la verborragia del presidente Rafael Correa e insistir en que los personalismos y las limitaciones a las libertades dañan la convivencia.
En Bolivia, con Evo Morales buscó sintonías y marcó distancias entre el marxismo y el Evangelio. Además, osó pedir que con Chile se tratara una posible salida al mar.
En Paraguay, al tiempo que reconoció el crecimiento económico y la consolidación democrática, no dejó de señalar la pobreza y de condenar la corrupción.
La Iglesia en Ecuador se reparte entre ciertos jesuitas que aprecian a Correa y algunos obispos que no nutren los mismos sentimientos. Unos ven la recuperación del país en estos años y la prédica en favor de los desposeídos, otros sufren el atropello de un gobierno autoritario que cercena la libertad. En Bolivia la situación es más espinosa porque la Iglesia, con significativa presencia de misioneros del hemisferio norte, no se lleva bien con los politeísmos de Morales y con la izquierda de su vice.
En Paraguay, la Iglesia tiene una historia valiosa (salvedad hecha del ex presidente Lugo) porque durante la larga dictadura del general Alfredo Stroessner fue un bastión de resistencia y de defensa de los derechos humanos.
La Iglesia es, en general, un mosaico cuya unidad resulta complejo definir. Ahora tiene el timón de mando Bergolio, quien quiere acentuar ciertos aspectos y le interesan menos otros. La institución seguirá su camino y deberá demostrar capacidad para incorporar nuevos aportes y estar atenta a los "signos de los tiempos".
El autor es director de la revista Criterio
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