Un encuentro abierto a temas complejos
No deja de sorprender a muchos que una prestigiosa asamblea de célibes delibere sobre cuestiones específicamente relativas al matrimonio, la familia y la vida sexual. Por eso fue noticia la participación en el sínodo de laicos y matrimonios, aunque en proporción todavía insuficiente. Además, y ya no sin un acento de ironía, otros observadores tienden a sospechar que la cerrada muralla de algunos prelados frente a las tendencias homosexuales de determinadas personas parecería esconder la incapacidad de afrontar el problema que a veces aflora también en seminarios y comunidades religiosas.
Sin embargo, algunas cosas esta vez llamaron la atención. Por ejemplo, que el Papa estuviera siempre presente, que escuchara con solicitud y tomara nota, que no interviniera de palabra. También cabe notar que la libertad de opinión y la comunicación con la prensa no se vieran limitadas o condicionadas, como muchas otras veces, y que se alentara la exposición de diferentes criterios. ¿Cómo puede ser -se preguntaban algunos foristas en los diarios- que la Iglesia cambie su doctrina? Otros parecían convencidos de que desde hace tiempo la institución no tiene mucho que decir. También hay quienes piensan que las cosas deberían ser tal como Dios las creó: volver a Adán y Eva y dejar el resto en el olvido. Una lectura poco hermenéutica del Génesis.
Por otro lado, cuando los periodistas ilustran sobre enfrentamientos entre tradicionalistas y reformadores cumplen con el sentido de su profesión. Podrán equivocarse, pero no inventan. Convengamos que cuando se hizo mención de cuestiones que antes no se podían decir, todo cobró otro interés.
Lo sustancial es que se haya podido hablar y confrontar diferentes sensibilidades y experiencias. Además, tal como observaron algunos padres sinodales, no se convoca un sínodo para repetir lo ya conocido, sino para buscar nuevas respuestas a los desafíos. La Iglesia, anotan algunos obispos, convivió durante siglos con el escándalo de la esclavitud sin advertir su sustancial incoherencia, por ejemplo.
Todo indicaría que la propuesta "pastoral" quedará a la consideración y el discernimiento de las iglesias locales, porque son muy diferentes las situaciones sociales, familiares y culturales en todo el mundo. Este sínodo tuvo el coraje de tratar temas antes censurados, aunque el riesgo de llegar tarde también acecha. Más vale tarde que nunca, se dirá. Es un problema que afrontan todas las grandes instituciones.
Las cuestiones confrontadas en el sínodo no son simples ni de fácil resolución. ¿Cómo compatibilizar la vida sacramental de los católicos divorciados y en nueva unión? ¿Cómo respetar profundamente a las personas con tendencias homosexuales y, al mismo tiempo, no admitir las prácticas? ¿Cómo acercar el catecismo a los hijos, naturales o adoptados, de familias "en situaciones irregulares"? ¿Cómo entenderse con muchos jóvenes que conviven en pareja y no piensan, al menos por el momento, contraer matrimonio? ¿Cómo presentar un modelo único de familia cuando en la práctica coexisten varios en la sociedad?
El sínodo mostró una pluralidad viva, intercambios con libertad, amor a la Iglesia y al hombre -camino de la Iglesia- y que no puede ni debe reducirse su labor a un par de importantes cuestiones, sino abrirse a consideraciones más vastas.
Tiempo atrás, mientras Benedicto XVI todavía gobernaba la Iglesia, en una librería católica de Buenos Aires, le oí a quien atendía decirle a un cliente: "Mire, con Pablo VI entró el humo del infierno en la Iglesia". Más allá de la estrechez de miras del librero, resulta curioso que este sínodo culmine con una misa en la cual dos pontífices asisten a la beatificación de Giovanni Battista Montini. Gran papa del siglo XX, supo conducir el Concilio Vaticano II, verdadero acontecimiento histórico. El cardenal francés Paul Poupard observaba que para Pablo VI lo más importante era, antes que juzgar, saber escuchar y tratar de comprender.
Al margen de los temas que nos preocupan en el pago chico, Francisco parece seguir la sugerencia de su predecesor italiano. Porque, como se lee en el mensaje final dado a conocer ayer, "Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie".
El autor es director de la revista Criterio
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