Un estatuto para las grandes batallas
Con la expresión característica de Jorge Bergoglio, a diferencia de la encíclica Lumen fidei , preparada por su predecesor y que Francisco firmó tras aportar varios agregados, en la exhortación apostólica difundida anteayer están presentes su pensamiento y su estilo.
El documento, que recoge inquietudes y propuestas del sínodo sobre la evangelización, se convierte en realidad en una suerte de texto programático de su pontificado. Una primera observación: fiel a su vocación pastoral, Francisco es claro y directo, al punto de que la lectura no ofrece las consabidas dificultades de otros textos magisteriales.
En efecto, su primera preocupación es hacerse entender por todos. Una segunda advertencia: se trata de un escrito que afronta demasiados temas y desde diferentes niveles. Por momentos es el obispo de Roma que propone cambios importantes en la Iglesia; en otros pasajes se ocupa de temas sociales, económicos y políticos que, en rigor, no son necesariamente de la competencia de su cargo y que han comenzado a suscitar debates y polémicas en diferentes ámbitos académicos. Como, por otra parte, ocurrió siempre con los documentos sociales de la Iglesia.
Es evidente que el tema central para este papa es llevar adelante una profunda reforma interna que signifique mayor cercanía a las fuentes evangélicas, menos burocracia y dogmatismo, retomar las líneas del Concilio Vaticano II en temas tales como la colegialidad y el accionar de las conferencias episcopales, clara preocupación por los pobres y excluidos, más diálogo ecuménico e interreligioso, compromiso con la paz entre naciones y pueblos.
La crítica al sistema económico surge de su pasión por los últimos, de su interés por los que más sufren. Y para ello recurre no sólo a la tradición del pensamiento social católico, sino a los mismos padres de la Iglesia que, en los primeros siglos de nuestra era, defendieron con ardor la justicia y la misericordia, y también al gran maestro de la escolástica, Tomás de Aquino.
Los grandes autores cristianos citados corroboran su decisión de simplificar para evangelizar, y alientan la opción preferencial por los pobres. Ello no significa que el Papa adhiera a las corrientes de la Teología de la Liberación, sino que más bien demuestra un interés por sacar a la institución católica de la enfermiza autorreferencialidad de las sacristías para llevarla a esas "periferias existencias" donde él entiende que se libran las batallas más importantes.
Al tiempo que publica un largo -y acaso algo desordenado- texto, Francisco señala con aguda inteligencia que no ignora que "los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas y son rápidamente olvidados", que "no es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea" y que se debe "pensar en una conversión del papado". Reconoce que los pontífices pueden equivocarse muchas veces y que lo que atrae y convierte a las personas es el testimonio de la fraternidad y del perdón.
Como ya lo expresó en varias ocasiones, Francisco vuelve a preferir la imagen de una Iglesia herida por salir con audacia a otra encerrada en su propia defensa y haciendo gala de conceptos de doctrina moral. Habla de una "jerarquía de verdades" y de la imperiosa urgencia de sanar heridas y acoger personas. Se manifiesta contrario al aborto, al tiempo que aconseja la cercanía con las mujeres que se han visto llevadas a esas circunstancias. Propone ser "prudentes y audaces" a la hora de considerar a los católicos divorciados y vueltos a casar, apelando a las conciencias. Se dice contrario al sacerdocio de las mujeres, pero cree que deben encontrar mayor participación y poder en la Iglesia. Afirma que la idolatría del dinero atenta contra toda verdadera antropología, que las guerras nacen de intereses económicos y que la inequidad lleva a la violencia.
Puede llamar la atención que Francisco cite a teólogos medievales y autores como Bernanos, Newman o Kempis, lo cual dejaría entrever que sus afectos intelectuales están relacionados con los años de formación. Las referencias a la religiosidad popular y al documento de Aparecida son numerosas y medulares para su propuesta y misión. Parecen no preocuparle la merma de la vida parroquial ni los cambios que la realidad urbana exigiría; el Papa se inclina por las manifestaciones populares de fe, por los santuarios y las peregrinaciones. Opta por definir la cultura de manera antropológica antes que académica o clásica, siguiendo las huellas de Medellín y Puebla. En la sociedad tecnológica ve más peligros que bondades. Opone la alegría -tema central de su exhortación- al placer. Afirma la importancia de la dimensión espiritual y trascendente: "Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando permitimos que Dios nos lleve más allá de nosotros mismos".
En otro de los saltos de nivel del texto, cuando se dirige a los sacerdotes, les aconseja ser breves en las homilías y centrarse en el Evangelio. Quienes acostumbramos ir a misa los domingos le quedamos agradecidos. Porque, como él mismo señala, la Iglesia debería ser "la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas".
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