El perfil. Un evangélico conservador que prefiere moverse en las sombras
RÍO DE JANEIRO.- Ambicioso, astuto, de sangre fría, adicto al trabajo. Y más cómodo moviéndose en las sombras de los bastidores del Congreso brasileño que frente a los reflectores de las cámaras de televisión, a las que siempre presenta una sonrisa fingida, el diputado carioca Eduardo Cunha es comparado con el maquiavélico político Frank Underwood, de la serie House of Cards.
Como titular de la Cámara baja, está segundo en la línea de sucesión presidencial, y desde que asumió el cargo, a principios de año, no ha desaprovechado oportunidad para sacudirle el piso al gobierno de Dilma Rousseff.
A los 56 años, Cunha pasó la mayor parte de su carrera política en las filas del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), pero con una agenda personal muy independiente que no siempre comulga con su fuerza, principal aliada del oficialista Partido de los Trabajadores (PT). Gracias a su poder de negociación y chantaje con votos, en el Congreso logró formar casi su propio bloque. Tras varios enfrentamientos, durante su primer gobierno, la propia Dilma olfateó el riesgo que representaba para ella su vertiginoso ascenso y buscó bloquearlo -en vano- en la elección para la presidencia de la Cámara, al iniciar su segundo gobierno. Fue peor: sólo alimentó un sentimiento de venganza, que ayer quedó totalmente al descubierto.
Economista de formación, Cunha trabajó primero como auditor en la empresa Arthur Andersen y luego como ejecutivo en Xerox, hasta que en 1989 se volcó a la política durante la campaña presidencial de Fernando Collor de Mello, como tesorero del comité en el estado de Río de Janeiro.
Al asumir el poder, Collor de Mello lo puso al frente de la compañía de telecomunicaciones estatal Telerj, donde al poco tiempo se vio envuelto en un proceso de sobrefacturación, el primero de los numerosos escándalos que lo salpicaron. Lejos de dejarse debilitar por los casos de irregularidades que lo rodean, los aprovechó para fortalecerse y aumentar su poder. Así sucedió también tras su paso por la compañía estatal de vivienda Cehab, y cuando fue director de una radio.
Evangélico fervoroso, contrario a todas las políticas en defensa de los derechos de los homosexuales, Cunha tiene fuertes contactos con líderes religiosos de los suburbios pobres de Río -la Baixada Fluminense que él conoce muy bien- y donde se dice que también cuenta con el apoyo de ex agentes de la policía militar corruptos que conforman las milicias que operan en la región frente a los grupos narcotraficantes. En 2003, con una sólida base territorial, dejó el Partido Progresista (PP) y se lanzó como candidato por el PMDB, primero como diputado estatal y, luego, a nivel federal.
Casado con una periodista de populares programas, es padre de cuatro hijos, aunque suele pasar poco tiempo en su hogar y es de los primeros en llegar al Congreso y de los últimos en irse. Su vida gira en torno al trabajo y nunca se separa de su celular. Está en constante comunicación con sus punteros políticos y es seguido por un séquito de asesores.
Su cuestionado liderazgo fue muy resistido por la propia cúpula del PMDB, pero a la hora de conseguir votos produce los resultados buscados por el partido. Con sus aliados evangélicos y de la llamada "bancada de la bala" (legisladores ligados a la policía y los militares), promueve controvertidos proyectos, como declarar el Día del Orgullo Heterosexual y la reducción de la edad de imputabilidad de 18 a 16 años.
Para el gobierno de Dilma, en tanto, su ascenso ha sido un verdadero dolor de cabeza, ya sea con los obstáculos que puso al marco regulatorio de Internet o por su resistencia a aprobar el ajuste fiscal impulsado por el ministro de Economía, Joaquim Levy.
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