Un infierno de dolor: el drama de una familia destrozada por las armas químicas
En Siria, los Ishara fueron víctimas de un ataque con sustancias venenosas por parte de Estado Islámico; tras dos semanas de sufrimientos atroces, su hija recién nacida murió
GAZIANTEP, Turquía.- La advertencia llegó desde el frente de batalla por walkie-talkie. Una posición de la artillería de Estado Islámico (EI) había avanzado hacia el Este, señal de que la próxima ronda de fuego iba camino a Marea, una ciudad de las llanuras agrícolas del norte de Siria.
"¡Proyectil lanzado!", se escuchó decir a la voz a través de la radio. "¡Tengan cuidado!"
Dentro de la casa donde vivía con su familia, Abu Anas Ishara, un combatiente rebelde que defiende la ciudad que lo vio nacer, conocía la rutina en estos casos: por lo general pasaban entre 10 y 15 segundos hasta que las bombas tocaban tierra y explotaban. Pero Marea había sido atacada tantas veces que Abu Anas estaba harto de todo. No buscó refugio. Su esposa, Nada, siguió amamantando a su beba recién nacida, Sidra, venida al mundo por cesárea apenas cinco días antes.
El proyectil dio de lleno en el techo de la vivienda. En medio de la nube de polvo y humo de olor acre, Shahad, su hija de tres años, gritó: "¡Papá!". Abu Anas y su esposa, Nada ,llegaron tambaleando hasta la puerta, cada uno con un chico en brazos y aparentemente indemnes. Pero esa mañana del 21 de agosto acababa de empezar su descenso al infierno de confusión y dolor abrasador que causan las armas químicas.
Atacados a distancia con una sustancia que genera ampollas en la piel, la familia sufriría una atroz forma de violencia que desde la década de 1990 -cuando empezó a regir en gran parte del mundo la Convención sobre la Armas Químicas-, parecía ser cosa del pasado, aunque finalmente volvió a la vida de la mano de Estado Islámico.
Desde hace seis meses, el grupo utiliza dos tipos de armas químicas en Irak y Siria, según los expertos en armas, las víctimas, los activistas locales y los funcionarios occidentales, un punto de coincidencia con el gobierno de Bashar al-Assad, que también usó arsenal químico en el conflicto.
Esas armas, muchas veces explosivos improvisados que contienen cloro y proyectiles de artillería o morteros con una sustancia que produce ampollas, llegaron estos meses en las bombas lanzadas desde las posiciones de EI en el campo de batalla.
Los proyectiles contenían gas mostaza, un agente de guerra química que está internacionalmente prohibido. Dos oficiales norteamericanos confirmaron que ése fue el agente utilizado en el ataque del 21 de agosto contra la localidad de Marea, dato que se desprende de los restos analizados.
Abu Anas ya había escuchado hablar de las evidencias y acusaciones de ataques químicos anteriores por parte del gobierno de Bashar al-Assad, incluyendo el uso de cloro y gas nervioso. Nunca sospechó que EI también contaba con armas químicas.
Gas mostaza
Pero este proyectil era distinto. Impactó en la losa de hormigón de la vivienda, pero sólo perforó un agujero en forma de pera de un metro de diámetro. Y no explotó, a diferencia de la mayoría de los proyectiles.
En cambio, relata Abu Anas, a medida que el polvo caía sobre su cuerpo, sentía como si lo estuvieran cubriendo de arena caliente, y de inmediato la casa se llenó de un olor que describió como "de huevo podrido o ajo podrido... algo podrido", que también emanaba de sus ropas.
El gas mostaza provoca quemaduras que pueden dañar la piel, los ojos y el tracto respiratorio. Carcinogénico y sumamente tóxico, también puede causar daños internos invisibles, como afectar la médula ósea y reducir la producción de glóbulos rojos. Una fuerte exposición a ese agente causa la muerte en días.
Pero sus efectos no son inmediatos. Los síntomas suelen aparecer después de varias horas.
También Nada se preguntaba qué había pasado. En lo inmediato, no manifestó ningún síntoma. Después de refugiarse en casa de un vecino, ella y su esposo volvieron a su casa varias veces para recoger sus efectos personales.
Pero las horas pasaban y Nada no lograba calmar a su recién nacida, por más que la mujer la examinaba en busca de moretones o de alguna herida. La beba se estaba enfermando, y su madre no sabía por qué.
"Intenté lavarle el cuerpito", dice. "Le mojé la cara y el cuerpo, pero no paraba de llorar."
Con el correr de la tarde, toda la familia empezó a sentirse definitivamente mal. Shahad se quejaba de dolor de garganta. Sidra, la beba, se había quedado tranquila, despierta pero preocupantemente quieta, casi inmóvil. Los ojos de Abu Anas se habían hinchado y le corrían lágrimas por las mejillas. Tenía náuseas.
Abu Anas y Nada agarraron entonces a sus hijos y fueron en busca de ayuda. Más tarde, una ambulancia los llevó a un hospital de la cercana Tel Rifaat. Allí, según cuentan ambos, alguien les informó que habían estado expuestos a armas químicas, y que debían recibir tratamiento en Turquía. Esa misma noche, la familia cruzó la frontera hacia el país vecino. En el hospital de Kilis les colocaron máscaras de oxígeno y evaluaron su estado.
A Sidra, la beba recién nacida, le salieron ampollas, que también empezaron a aparecer en Shahad, quien además tosía sin parar. El personal médico empezó entonces el proceso de descontaminación. Según Abu Anas, lo primero fue bañarlos y frotarlos bajo el agua. El llanto y los quejidos de las pequeñas eran imparables. El padre sintió la impotencia de no poder calmar ni aliviar el dolor de sus hijas.
Los médicos les dijeron que los chicos estaban graves. Luego separaron a la familia y empezaron a revisar a los padres. "Cortaron la ropa para sacármela. Quedé desnudo y ahí empezaron a lavarme con agua a presión", relata Abu Anas.
Los médicos le encontraron ampollas en la parte superior de la espalda, al parecer, donde el agente químico había llegado a empapar la ropa. Hasta ese momento, dice, no sabía que estaba quemado, pero no bien el agua que le lanzaban le tocó el cuerpo, el dolor se hizo insoportable. Las quemaduras de Nada eran más extensas, y cubrían gran parte de su cuerpo.
"Un pajarito en el paraíso"
Los médicos internaron a los pequeños y derivaron a la pareja a un hospital más grande en la ciudad. Nunca volvieron a ver a su beba. Abu Anas y Nada dicen que durante casi dos semanas los médicos mantuvieron reserva sobre el estado de Sidra mientras la vida de la niña se les escurría entre las manos.
La beba finalmente murió el 4 de septiembre. El personal del hospital le mostró a Nada una foto de su hija, hinchada y quemada, que al parecer había perdido todo el cabello.
"Me dijeron que había muerto. Ahora es uno de los pajaritos que hay en el paraíso", dijo la madre.
Hacia mediados de septiembre, las quemaduras de los tres sobrevivientes habían cicatrizado. Y Sha-had, que sufrió quemaduras en el vientre, los brazos, la espalda y las piernas, pudo finalmente reunirse con sus padres.
Traducción de Jaime Arrambide
Christopher Chivers