El perfil. Un líder paciente que no enamora
BOGOTÁ.- Juan Manuel Santos quiere pasar a la historia como el presidente que le devolvió la paz a Colombia. Ése ha sido el mantra de su campaña y la obsesión de su gobierno. Ahora, el mandatario, que deberá remontar un ballottage, pide una segunda oportunidad para terminar con más de medio siglo de guerra con las FARC.
Sin embargo, Santos, de 62 años, no siempre fue tan conciliador. Como ministro de Defensa de Álvaro Uribe (de 2006 a 2009), fue el responsable de los golpes más duros contra la guerrilla en sus 50 años de existencia: la ejecución, en marzo de 2008, del entonces número dos de las FARC, Raúl Reyes, y la liberación de Ingrid Betancourt y otros 14 rehenes, en una audaz operación de inteligencia.
En aquella época, el matrimonio Uribe-Santos aún no se había divorciado. El quiebre se produjo cuando Santos asumió la presidencia en 2010 y "traicionó", según denuncia Uribe, la estrategia de "seguridad democrática" de su ex mentor.
Para los uribistas, Santos se transformó en un "castrochavista" que entregó el poder a las FARC en las negociaciones de paz que emprendió hace un año y medio el gobierno en Cuba.
Pese al quiebre, Santos comparte con su mentor la obsesión por el trabajo y la habilidad para la estrategia política. Aunque, eso sí, sus personalidades son opuestas. Si Uribe es una persona ideológica con convicciones de derecha inamovibles, el actual presidente es un pragmático de centro, un liberal, pero no necesariamente un progresista.
Uribe es un provinciano, que recorre el país con sombrero y ruana (poncho) y se enorgullece de recordar el nombre y el apellido de la gente que conoce. Por el contrario, Santos es un cosmopolita. Se mueve por círculos internacionales y no tiene el carisma innato de los políticos. Una de las críticas que le hacen a su gobierno es que fue incapaz de conectarse con la gente y entender los problemas de todos los días: la inseguridad, el grave estado del sistema de salud y las fallas en la educación.
Para muchos colombianos, el linaje aristocrático de Santos -nació en una familia de clase alta bogotana- generó un distanciamiento de las clases populares. La familia del mandatario es una de las más influyentes del país. Su tío abuelo Eduardo Santos presidió Colombia entre 1938 y 1943, y su padre, Enrique Santos, fue editor general y dueño del influyente diario El Tiempo.
Santos tiene una sólida formación: estudió Economía en la Universidad de Kansas y en la London School of Economics, y tiene un máster en administración pública en Harvard. Su camino a la presidencia comenzó en los 90, como ministro de Comercio Exterior (1991-1994) durante el mandato de César Gaviria. De 2000 a 2002 fue ministro de Hacienda en el gobierno de Andrés Pastrana, con el que mantuvo varias polémicas, hasta llegar al Ministerio de Defensa de Uribe.
Su audacia le permitió soltarle la mano a su padrino político, restablecer relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez -quebradas en tiempos de Uribe-, a quien llamó su "nuevo mejor amigo", e iniciar un diálogo de paz con las FARC en La Habana.
Pero donde sus admiradores ven audacia sus enemigos ven oportunismo. Sin embargo, nadie discute sus condiciones para trabajar en equipo. "Es alguien que sabe delegar. Te escucha y te mira de igual a igual, aunque no es el típico colombiano carismático que te ve y te da una palmada en la espalda, es distante", contó a LA NACION un colaborador cercano que trabajó durante tres años en presidencia y hoy tiene tareas en la campaña.
También se le reconocen a Santos su serenidad y paciencia. "Por sus venas corre agua aromática", ha dicho su esposa, María Clemencia Rodríguez, con la que tiene tres hijos: María Antonieta, Martín y Esteban. Con la paciencia que lo caracteriza, Santos continúa con las negociaciones de paz en La Habana, donde ya se concretaron parcialmente tres de los seis puntos de la agenda.
"Es más fácil hacer la guerra que la paz. Yo he hecho la guerra y, modestia aparte, con mucha efectividad", dijo Santos para valorizar su apuesta de diálogo. Sin embargo, el acuerdo no termina de calar hondo en la ciudadanía, que desconfía de la guerrilla. La incógnita es si los colombianos le darán esa segunda oportunidad para pasar a la historia como el presidente de la paz.
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