Un mandato irrestricto para Boris Johnson, un líder astuto obsesionado con el Brexit
PARÍS.- Gran Bretaña demostró claramente ayer la orientación que quiere darle a su futuro al concederle un mandato irrestricto al líder conservador Boris Johnson para que cumpla dos misiones: respetar la voluntad de abandonar la Unión Europea (UE), expresada en el referéndum del 23 de junio de 2016, y terminar con el largo psicodrama que mantiene al país al borde de la crisis de nervios.
Este resultado elimina la perspectiva de un nuevo referéndum sobre el Brexit, pero no pone punto final a los sobresaltos políticos y emocionales que atraviesa el país desde hace 42 meses.
Johnson planteó el dilema en tres palabras: "Get Brexit done" (concretemos el Brexit). Es así, en términos binarios y emocionales, como se ganan las elecciones en el siglo XXI.
El pronunciamiento de los electores obliga a Johnson a acelerar el procedimiento para concretar el Brexit en la fecha prometida del 31 de enero.
En la práctica, sin embargo, ese plazo puede sufrir una nueva postergación si Johnson -fortalecido con el respaldo de una Cámara casi incondicional- intenta renegociar con Bruselas el tratado de salida para obtener ciertas ventajas suplementarias.
Aun así, la ruptura definitiva exigirá dos años suplementarios para negociar la futura relación comercial con la UE.
Los cambios previsibles a corto plazo no están exentos de riesgos, pues el Brexit amenaza con provocar un éxodo hacia Europa de empresas, bancos y activos de la city para no perder las ventajas comparativas en materia comercial (Gran Bretaña realiza con la UE 44% de su comercio, que está libre de impuestos).
En forma paralela, cuando Londres recupere el control de su comercio tras la negociación con Bruselas, podría comenzar un realineamiento sin precedente en el tablero mundial con una alianza comercial y estratégica entre Gran Bretaña y Estados Unidos que, por carácter transitivo, constituiría una amenaza directa para el resto de Europa.
El resultado de ayer, que concluyó con una de las peores derrotas electorales del Partido Laborista, terminó de destruir el futuro político de su líder, Jeremy Corbyn.
A los 71 años, después de una vida dedicada a su partido, Corbyn fue víctima de su extremismo, arrogancia ideológica y ambigüedad (nunca aclaró si era pro o antieuropeo ni condenó a las corrientes antisemitas que proliferaron en el laborismo).
Todas esas limitaciones le impidieron reconocer que esta elección contra el dirigente más astuto, desleal y mentiroso de la historia moderna británica no era un duelo entre doctrinas y propuestas racionales de cambio expuestas a la sociedad. La campaña de 2019 fue un enfrentamiento de eslóganes, fake news y recursos a las más bajas pulsiones xenófobas y proteccionistas del electorado.
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