Un mundo sin Ben Laden
Cuesta imaginar un mundo sin él. A toda una generación, a todos los que fuimos marcados a fuego por las imágenes de los aviones que desaparecían en las Torres Gemelas en medio de una nube blanca, antes del devastador derrumbe, deja un extraño vacío. Era Osama ben Laden, el enemigo número uno de Occidente, el hombre que de la noche a la mañana se convirtió en el símbolo del horror, el terrorista del que hablaban chicos, adolescentes y grandes. En Estados Unidos, en Malasia, en Italia y en la Argentina. Todos conocían su nombre. Era Osama, casi una leyenda. Para millones de personas, el Mal. Y para muchos otros, un héroe, una inspiración.
El misterio sólo servía para alimentar el mito, la intriga. Estaba en las cuevas de Tora Bora, en las montañas del Waziristán del Norte, en Irak, en Afganistán, en la Triple Frontera... o muerto hace ya años. O ni siquiera existía. Su carácter escurridizo golpeaba a la mayor potencia del mundo mes tras mes, año tras año.
Todos sospechábamos que estaba allí afuera, oculto, amenazante. Aparecía, invariablemente, en misteriosos mensajes de video o de audio desde algún lugar desconocido. ¿Era en realidad Ben Laden? ¿Era una cinta vieja? El mundo se lo preguntaba una y otra vez mientras su figura crecía en el imaginario colectivo.
Mataron a 187 turistas en Bali. Ben Laden. Atacaron a los trenes en Atocha. Ben Laden. Volaron el subte en Londres. Ben Laden. Egipto, Irak, Afganistán, Yemen... La lista es interminable; su nombre aparecía cada vez que el mundo se estremecía por algún atentado. Ya no importaba si era Al-Qaeda o alguna de sus decenas de filiales en todo el mundo, o un terrorista solitario inspirado en él. El culpable, siempre, era Ben Laden. Por eso su desaparición, aun cuando alivie a tantos, también inquieta. Casi como cuando cayó el Muro de Berlín, los interrogantes que abre esta nueva era (sí, de eso se trata) son infinitos.
Vendrán ahora los detalles mundanos. El mito bajará a la Tierra: tenía problemas renales, baja presión sanguínea; estaba rodeado de unos pocos seguidores, ya no tenía la influencia de antes, estaba debilitado, marginado de la revolución que despierta al mundo árabe... No importa. La pregunta, de todas formas, recorrerá el planeta: ¿es el mundo hoy un lugar más seguro?
Se sabe: Al-Qaeda es mucho más que Ben Laden. La criatura se volvió difusa e incontrolable; superó a su creador. Es mucho más que una agrupación terrorista: es una filosofía, una forma de vida, una franquicia, una hidra de mil cabezas. Ya nos están advirtiendo que con su muerte nacerá una nueva generación de terroristas en todo el mundo: a la hidra le podrían crecer mil cabezas más. Y para muchos será un mártir.
Es verdad. Su muerte, a casi 10 años del 11 de Septiembre, probablemente tenga hoy un valor simbólico. Pero vaya qué símbolo. Ben Laden ya no está.
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