Un país alejado de los extremos: Uruguay espera en calma el recuento final
MONTEVIDEO.- Uruguay no se mueve a los tumbos; tiene un andar lento, sin apuro; su geografía está explicada en los libros escolares como una llanura suavemente ondulada; donde los ricos no son tan ricos, ni los pobres no son tan pobres como en otros países del vecindario americano.
Así, el fin de la "era progresista" de 15 años no se da con una derrota avasallante, sino por una ventaja pequeña. Esa que generó una incertidumbre imprevista en la noche electoral del domingo 24.
Y esa "era progresista" que se había dado por la victoria del Frente Amplio en las elecciones de 2004 no tuvo el sentido "refundacional" como en otros casos de la izquierda regional, sino que fue continuadora de obras y de lineamientos generales de política macroeconómica. Sí con medidas a tono con el partido, como una reforma tributaria y un nuevo sistema de salud, pero sin la intención de cambiar el nombre del país, ni los símbolos, como experimentaron otras naciones.
Ahora también hubo un efecto amortiguación ya que la derrota oficialista no fue tan catastrófica como se esperaba.
El líder de la oposición, Luis Lacalle Pou , desarrolló una campaña electoral efectiva en lo electoral y en lo político, y así logró el 27 de octubre que la alianza tejida entre cinco partidos, le diera la base de una bancada parlamentaria mayoritaria en el Senado y la Cámara de Diputados.
Esa fue la derrota del Frente Amplio que venía de dos elecciones con 48% en cada primera vuelta (2009 y 2014), y en este octubre tuvo apenas 39%.
Esa foto electoral anticipó lo que sería la película de noviembre, con un Lacalle Pou y sus socios en clima de fiesta anticipada, pero sin dejar de pelear un voto, y con logros sucesivos sobre un acuerdo programático para gobernar.
Mientras, el candidato del Frente Amplio, el exintendente de Montevideo Daniel Martínez, era criticado en voz baja y en voz alta por dirigentes de la coalición de izquierda, disconformes con su desempeño de campaña. Entre esos críticos, una figura muy popular como el expresidente José "Pepe" Mujica .
Así fue hasta el domingo: el Frente procesaba con amargura una derrota que sentía irreversible, pese a que su militancia daba batalla golpeando todas las puertas de hogares para pedir una reflexión a los votantes, para reclamar una oportunidad más para mejorar la gestión de gobierno.
La dirigencia oficialista valoraba esos gestos de adherentes pero no le cambiaba el ánimo, y por eso llegaron al comando electoral con explicaciones de la derrota, con el cuidado a no caer en una autocrítica destructiva, y con el deseo de que todo fluyera rápido y se diera vuelta la página para trabajar en la recuperación, para las elecciones regionales de 2020.
Lacalle Pou fue en caravana desde su casa hasta la sede partidaria donde iba a esperar los resultados y al costado del camino lo saludaban con banderas blancas y celestes de su partido, y también con las de otras fuerzas asociadas.
Pero el escrutinio fue un balde de agua fría al mostrar un resultado inesperado: el candidato frenteamplista saltaba del 39% al 47,5% y eso dejaba el ballottage en un escenario de paridad, porque la ventaja que obtenía Lacalle Pou era menor a la de los "votos observados" los que no se abren hasta el escrutinio definitivo, que comienza el martes.
Pese a eso, hay coincidencia generalizada en que esos votos observados no pueden ser todos para una candidatura. Es decir, se descuenta que el presidente electo es Lacalle Pou.
En primera vuelta importan los números porque con eso se asignan las bancas, mientras que en el caso de ballottage importa quien gana aunque sea por diferencia mínima. Pero un resultado tan parejo hace que el Frente Amplio salga mejor parado y no termina humillado.
El mensaje del voto fue de cambio, con nuevo presidente y un Parlamento que le permitirá aprobar reformas, pero con una señal de que no hay avasallamiento, de que en el país conviven unos y otros.
En definitiva, siempre se vuelve a lo que el intelectual uruguayo Carlos Real de Azúa definió en 1973 como "una sociedad amortiguadora", donde "los conflictos sociales y políticos no llegan a la explosión y donde toda tensión se compone o compromete, al final, en un acuerdo; la propensión irénica o anticatastrófica que parecerían tener los antagonismos uruguayos".
Así emerge una nueva etapa del Uruguay, y no un nuevo Uruguay.
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