Un papa que busca hacer pie en un mundo dominado por la incertidumbre
Hace cinco años, Trump era solo un magnate excéntrico que salía en televisión, el Brexit un juego de palabras de la prensa especializada, Chávez todavía no había sido enterrado y Maduro surgía como un sucesor moderado, y Al-Assad se encaminaba a perder el control de Siria. Este mundo más incierto es con el que tuvo que lidiar Francisco desde la fumata blanca. Un mundo en el que parecía que cualquier cosa podía pasar, incluso que un argentino fuera elegido papa.
Sacando a Putin que parece moverse como pez en el agua, a todos los líderes mundiales les ha costado hacer pie en este orden global de cambios acelerados, y Francisco no ha sido la excepción.
Empezando por su propia región, América Latina, donde la recepción al estilo estrella de rock que tuvo meses después de ser elegido en la Jornada Mundial de la Juventud de Río no hacía prever que en los siguientes años Francisco daría varios pasos en falso: arrastró a la oposición venezolana a un diálogo imposible que terminó fortaleciendo a Maduro, apoyó abiertamente el acuerdo de paz que terminó siendo rechazado por los colombianos e incluso en su país de origen hoy se acelera un debate sobre el aborto. El deshielo con Cuba, celebrado en su momento como un gran logro de la diplomacia vaticana, hoy hace agua y no queda claro en qué ha beneficiado hasta ahora a la castigada población cubana.
Esa relación llena de contrastes con América Latina quedó definitivamente expuesta en enero pasado, cuando Chile lo recibió con una frialdad sorprendente. El fracaso de la visita a ese país no solo puso en entredicho su influencia política, sino que también manchó su estatura de líder moral, al defender abiertamente, al punto de enojarse frente a las cámaras, a un obispo cuestionado por encubrir abusos. No era la primera vez que al Papa le llovían críticas. Algunos meses antes, cuando visitó Myanmar, muchos se indignaron porque evitó nombrar a una minoría islámica perseguida en ese país. ¿Si el Papa no puede mencionar a los rohingya entonces quién puede hacerlo?
Pese a esas contradicciones, o quizás gracias a ellas, Francisco mantiene altos índices de popularidad. Una reciente encuesta del centro Pew muestra que el 84% de los católicos norteamericanos mantienen una imagen positiva, y en una Europa desencantada con sus líderes políticos se mantiene como referente. Francisco es cercano a la gente porque es un papa que se enoja, que no tiene miedo a reconocer si se equivocó, que no se escuda en la infalibilidad papal y admite que hay aspectos del mundo actual que son difíciles de entender. Es un papa que intenta ser disruptivo en sociedades dominadas por la corrección política, que no teme pedirle compasión con los migrantes a electorados europeos cada vez más temerosos de lo diferente. Francisco se muestra auténtico en tiempos de líderes adictos al marketing político. Tampoco teme correr riesgos, como a la hora de recibir a líderes cuestionados o de negociar con el régimen chino para lograr una mayor apertura hacia la Iglesia Católica, aún sabiendo que hay un ejército de críticos al acecho.
Criticado a veces por no pasar de las palabras a los hechos, el papa que le habla a la periferia del mundo visitó países que mucha gente no sabe ubicar en el mapa y nombró cardenales de tierras remotas, que le quitarán poder de influencia a la curia romana cuando llegue la hora de elegir a su sucesor. Plantar semillas sabiendo que no recogerá sus frutos tal vez sea el legado invisible de Francisco.
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