Un sacrificio absurdo que refleja la degradación
El siguiente es el editorial que publicó el diario El Tiempo , de Bogotá, en su edición de ayer, a raíz del secuestro y asesinato del gobernador de Caquetá, Luis Francisco Cuéllar.
BOGOTA ( El Tiempo /GDA).- El lunes por la noche, un comando armado de las FARC secuestró en su residencia al gobernador de Caquetá, Luis Francisco Cuéllar. Tras la persecución de las fuerzas militares, los guerrilleros asesinaron al mandatario regional en un paraje rural. Este absurdo sacrificio merece la más drástica condena y ratifica los niveles de degradación en las filas subversivas.
El plagio y la posterior muerte es una acción que no tenía antecedentes recientes. Si bien en abril de 2002 las FARC privaron de la libertad al entonces gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, quien falleció en un posterior intento de rescate en 2003, los casos no son comparables. Pero, tal como ocurrió en aquella ocasión, la guerrilla intentó infructuosamente regresar a la agotada estrategia de secuestrar líderes políticos como arma de chantaje contra el gobierno.
Este trágico secuestro (el quinto que sufría el político de 69 años) constituye una evidencia clara de la falta de congruencia y del descaro de la cúpula subversiva. No se explica de otra manera que al mismo tiempo que las FARC negocian con el Ejecutivo términos para las liberaciones unilaterales de dos de los múltiples uniformados secuestrados (Pablo Moncayo y Josué Calvo), la subversión despliegue un operativo de plagio a un mandatario local en ejercicio.
Hay quienes dicen que ésta es una cachetada de las FARC a quienes, desde la sociedad civil y la actividad política, creyeron en sus intenciones de terminar con el secuestro de civiles como herramienta de presión para exigir la liberación de sus mandos medios. La decisión del gobierno de ordenar el rescate militar de todos los secuestrados es la respuesta obvia a la abortada ofensiva guerrillera e inevitablemente enrarece el ambiente para continuar el proceso de liberación de los uniformados. El escenario ideal sería que estos jóvenes que llevan años pudriéndose en la selva estuvieran pronto en libertad y que la operación humanitaria prosiguiera según la petición de las familias.
Sin embargo, la realidad es que el brutal asesinato de Cuéllar tira por la borda el esfuerzo de varios meses y confirma que para la guerrilla los rehenes no son más que mercancía con la que juegan a su antojo. No hay que olvidar que las FARC son y seguirán siendo las únicas responsables por el bienestar, la libertad y la seguridad de quienes están en su poder.
Un craso error
Por otra parte, el episodio muestra la capacidad terrorista de una guerrilla que está diezmada en su liderazgo, desmotivada en sus filas y desorientada en su cúpula. Subestimar la capacidad de las FARC de planear secuestros de altos funcionarios y golpes militares como los de los últimos meses es un craso error que la sociedad no puede cometer.
Por más que el equilibrio general de fuerzas siga beneficiando al Estado gracias a los resultados acumulados en siete años, este tipo de operativos de alto impacto están orientados a agrietar el respaldo social a la política de seguridad democrática.
Por ello el gobierno necesita arrancar el 2010 con estrategias frescas para reafirmar lo ganado y recuperar el ritmo. La discusión sobre los ajustes a la estrategia empleada sobrepasó el contrapunto analítico de un experto contra otro o la insinuación oficial de intereses políticos. El desafío inmediato es impedir el retorno de los secuestros políticos, que el país creía superados.
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