Una competencia inesperada
MONTEVIDEO.- Las tres figuras con más popularidad del Uruguay son el presidente Tabaré Vázquez, el candidato presidencial que ayer eligió el Frente Amplio, José Mujica, y el senador Danilo Astori, a quien Mujica le ha ofrecido la candidatura a la vicepresidencia. El país ha vivido una bonanza de cinco años, con una caída récord de la desocupación y un fuerte aumento del poder adquisitivo de los hogares. El gobierno de la izquierda, que asumió en marzo de 2005, tiene una aprobación del 59% y su presidente, una popularidad del 61%. ¿Se puede perder las elecciones con esos números y ese contexto?
Hasta no hace mucho tiempo, había una sensación generalizada de que el Frente Amplio había llegado al gobierno para quedarse, como mínimo, dos períodos. A tal punto era así que el entonces vicepresidente de la empresa petrolera estatal Ancap, Raúl Sendic (h), dijo el 23 de julio de 2007: "El triunfo está asegurado. Aunque llevemos una heladera o un ropero de candidato, ganamos las elecciones por el desprestigio que tienen las otras opciones".
Si el hijo del extinto líder de la guerrilla tupamara tenía razón, anoche mismo debería haber quedado elegido el próximo presidente del Uruguay y las elecciones de octubre serían un trámite. Las dudas quedarían para la renovación del Parlamento. Pero todos saben que aquella aventurada afirmación no tiene sustento en el presente. Ya no hay seguridad de que se gana con una heladera de candidato, ni con el más popular de los políticos que están en competencia.
Desencuentros
La explicación de un escenario muy competitivo para octubre está en la gran campaña de recuperación que logró el Partido Nacional (Blanco), pero fundamentalmente por los desencuentros en la izquierda para trazar una estrategia electoral y para rearmar su estructura interna.
El Congreso del Frente Amplio no pudo ponerse de acuerdo para elegir a un presidente para la coalición en diciembre de 2007 ni en abril de 2008, cuando volvió a reunirse. Y para encontrar una fórmula electoral común, como ocurrió en toda la historia de la coalición, las diferencias terminaron por exponer públicamente lo que la izquierda uruguaya nunca quiere desnudar: la existencia de dos corrientes con propuestas programáticas divergentes.
"Nos ahorraría un lío bárbaro", dijo tiempo atrás José Mujica, cuando era ministro de Ganadería, en relación con una posible reelección de Vázquez. Para eso, era necesaria una reforma constitucional. Y Tabaré no quiso intentarlo.
Entonces, en el verano de 2008, Vázquez propuso a la dirigencia del Frente Amplio la fórmula Astori-Mujica como la mejor para ganar las elecciones 2009 y para gobernar entre 2010 y 2015. Pero no tuvo eco: fue desafiado por la interna y cuestionado públicamente, incluso con expresiones groseras.
El Movimiento Tupamaro y el Partido Comunista quisieron "profundizar los cambios" y concretar un gobierno más de izquierda que lo que hubiese pretendido Astori. El estancamiento de las decisiones, el intercambio de acusaciones y la exposición de proyectos políticos diferentes impactó en la militancia de izquierda con un efecto paralizante. Y generó desconfianza respecto del rumbo y de la unidad partidaria.
Del otro lado, el Partido Nacional se mostró como alternativa de recambio de gobierno y con un clima de unidad poco común a su historia de divisiones. Lacalle se recuperó de la dura derrota de 2004 y trabajó desde el llano para imponer su experiencia política, su conocimiento del funcionamiento del Estado y su capacidad de generación de expectativas.
La izquierda sabe ahora que las elecciones no se ganan "con una heladera" y que tampoco está asegurado el triunfo con el candidato más popular. Pero de la misma forma que no la tenía ganada desde antes, tampoco ahora la tiene perdida. Para seguir en el gobierno deberá superar las diferencias que la dejaron estancada, recuperar la unidad y la movilización con entusiasmo. Todo lo que no tuvo hasta ahora.
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