Una crisis militar enrarece la relación entre Occidente y Rusia antes del G-20
PARÍS.- En vísperas de la Cumbre del G-20 en Buenos Aires, Vladimir Putin pone a prueba otra vez los nervios de los occidentales provocando una crisis mayor en el estratégico Estrecho de Kerch, que controla el acceso al Mar de Azov, uno de los puntos más sensibles de Europa.
Una atmósfera de extrema tensión se respiraba anoche en Europa como consecuencia de la crisis político-militar provocada por el grave incidente naval entre Ucrania y Rusia en esa región.
La crisis estalló anteayer cuando unidades navales rusas embistieron y capturaron tres embarcaciones de la Marina ucraniana en el Estrecho de Kerch y tomaron como prisioneros a más de 20 marinos. La Armada rusa, apoyada por aviones en vuelo rasante, intervino con el pretexto de que los ucranianos no habían solicitado autorización. Esa medida era innecesaria. Por un tratado firmado en 2002, ambos países se comprometieron a respetar la navegación por ese estrecho.
El choque entre ambos países era previsible, teniendo en cuenta las medidas de intimidación adoptadas por Moscú después de la anexión de Crimea, en 2014. A pesar del tratado de 2002, el Kremlin transformó poco a poco el Mar de Azov en un lago interior, consciente de que esas aguas tienen una importancia vital para Ucrania.
Hasta la guerra civil en el este ucraniano -lanzada por milicias independentistas apoyadas por Moscú y por fuerzas especiales rusas-, partían desde el puerto ucraniano de Mariupol 15 millones de toneladas anuales de mercancías y los barcos hacían cola para llegar a los muelles para cargar cereales, acero, otros metales y carbón.
Cuando surcan las aguas poco profundas del diminuto Mar de Azov, navegan por un angosto canal hasta que atraviesan el Estrecho de Kerch entre Rusia y la Península de Crimea, ahora anexada. Las autoridades rusas tomaron el control completo de ese cuello de botella en mayo con la inauguración del puente de Kerch, el más largo de Europa.
Esa obra monumental de 19 kilómetros une Rusia con Crimea y los arcos de su estructura impiden la navegación de buques de más de 33 metros de alto. Esa restricción deja fuera de juego a los 140 cargueros que llegaban hasta Mariupol y Berdyansk para embarcar minerales y cereales. Para terminar de "marcar su territorio" los guardacostas rusos iniciaron en los últimos meses una serie de inspecciones en los barcos ucranianos o extranjeros en ruta hacia Mariupol y Berdyansk, que se eternizan y hacen perder tiempo y dinero a esos gigantes marítimos.
El objetivo de esa ofensiva rampante consiste en asfixiar por completo al puerto de Mariupol y, junto con esa boca de respiración esencial, a toda la región del sudeste de Ucrania acorralada entre la Crimea anexada y la autodenominada República Popular de Donetsk (RPD), controlada por los separatistas.
Alarmado por la evolución de la situación, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se reunió ayer en Bruselas con una delegación enviada por las autoridades de Kiev, mientras que el Consejo de Seguridad de la ONU hacía lo mismo en Nueva York.
Al mismo tiempo, el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, instauró la ley marcial por un plazo de dos meses, aunque esa medida debe ser aprobada por el Parlamento para entrar en vigor. También colocó a las Fuerzas Armadas en estado de alerta y pidió ayuda internacional para defender su integridad territorial y responder a la "agresión rusa".
Por su parte, la Unión Europea (UE) publicó una declaración llamando a Rusia a "restaurar la libertad de paso en el Estrecho de Kerch" y exhortó a "todas las partes a actuar con el máximo de moderación para facilitar un apaciguamiento inmediato de la situación".
A fin de detener esa vertiginosa escalada, el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Heiko Maas, declaró que Alemania y Francia estaban dispuestas a actuar como mediadores entre Rusia y Ucrania para evitar que las tensiones entre esos dos países "degeneren" en una situación muchos más grave.
Después de 24 horas explosivas, consciente de que esa crisis podía perturbar su encuentro con Donald Trump en la Cumbre del G-20, el presidente ruso decidió ayer apaciguar la tensión y ordenó la reapertura del tránsito marítimo por el estrecho. Pero no devolvió ni los buques ni a los marinos ucranianos capturados, como exigen las autoridades de Kiev.
En vísperas del G-20, el incidente de Kerch podría ser leído como un claro mensaje de que Rusia conserva intacta su capacidad de daño en una de las regiones más sensibles de Europa.
Trump: "No me gusta lo que está sucediendo"
"No me gusta lo que está sucediendo entre Ucrania y Rusia", afirmó el presidente norteamericano, Donald Trump, en diálogo con los periodistas en la Casa Blanca. El mandatario habló así sobre la tensión que estalló anteayer cuando tres buques ucranianos intentaron cruzar el Estrecho de Kerch, sobre la Península de Crimea, que fue anexada por Moscú en 2014. Antes, la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, se había manifestado al respecto al calificar la captura de las embarcaciones de "escandalosa violación de la soberanía del territorio ucraniano", al tiempo que denunció "una nueva e imprudente escalada de los rusos". La advertencia estadounidense ocurre pocos días antes de una reunión prevista entre Trump y el mandatario ruso, Vladimir Putin, al margen de la cumbre G-20, que se celebra esta semana en Buenos Aires.
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