Una nueva clase de invasión, enmascarada y a distancia
VARSOVIA.- En el imaginario occidental, las palabras "guerra" e "invasión" tienen connotaciones muy claras. Por los libros, las películas y la TV, sabemos que son eventos que involucran tanques, aviones y artillería, así como soldados uniformados, armamento de avanzada y un sofisticado sistema de comunicaciones. Son hechos que se parecen a la invasión de Irak o, más atrás, al Día D.
Hasta el momento, la invasión rusa sobre Ucrania oriental no se parece en nada a esas batallas. Esta guerra no involucra a soldados, sino a matones y voluntarios autóctonos, algunos de ellos conectados con el ex presidente Viktor Yanukovich, otros con las bandas delictivas y personas que creen estar luchando por cierta forma de autonomía local benigna.
A su mando no hay oficiales de uniforme, sino hombres de la inteligencia militar y las fuerzas especiales de Rusia, algunos con ropa camuflada sin insignia y otros que se comunican con los "activistas" por teléfono. Cuentan con el apoyo logístico de Rusia y algunas armas automáticas rusas, pero no hay ni tanques ni aviones. No hay ninguna campaña de bombardeo de "dominio rápido", sino sólo ataques sistemáticos, organizados a estaciones de policía, edificios municipales y aeropuertos.
A diferencia de quienes planificaron el Día D y la operación Irak Libre, los objetivos de los rusos que organizaron la invasión de Ucrania son más flexibles. Están dispuestos a ajustar su estrategia en función del nivel de resistencia que encuentren a su avance. Queda claro que a largo plazo Rusia espera poder anexarse el este y el sur de Ucrania: ya han comenzado a circular mapas al respecto. Pero, entretanto, el Kremlin tal vez se conforme con complicar las elecciones presidenciales previstas para el 25 de mayo, o con desestabilizar al gobierno provisional, forzando tal vez incluso un colapso económico. Los rusos tal vez esperen fomentar una guerra civil que justifique una "misión pacificadora" de Rusia.
Muchas de esas tácticas son conocidas, aunque hacía mucho tiempo que no se ponían en práctica. En 1945, la policía secreta soviética, encargada de transformar a las naciones de Europa del Este en Estados títeres, también empezó su tarea organizando a los matones y voluntarios autóctonos en grupos paramilitares y fuerzas de policía secretas, idénticas a las que ahora operan en Ucrania. Hoy, como ayer, mueven los hilos de esas fuerzas desde las sombras. Y hoy, como ayer, ajustan su estrategia en función de la resistencia que encuentran y del apoyo que van recibiendo.
Pero el siglo XXI no es el siglo XX. Cuando los comunistas polacos, apoyados por los comunistas soviéticos, falsificaron los resultados del referéndum nacional de 1946, no existían los observadores internacionales que pudieran quejarse. En estos últimos días, por el contrario, Internet se vio invadido de fotos de "activistas prorrusos" cargando lanzagranadas de fabricación rusa. Como consecuencia, sin embargo, los rusos se sintieron alentados a mentir con más descaro y agresividad.
El ministro de Relaciones Exteriores ruso sigue insistiendo en que "Moscú no está interesado en desestabilizar Ucrania", y Vladimir Putin pidió a las Naciones Unidas que condenen los débiles y confusos intentos de Ucrania de defenderse. La televisión rusa, con mucha audiencia en el este de Ucrania, sigue denunciando una inexistente violencia por parte de la "fascista Kiev" y hasta politizó los informes meteorológicos: nubarrones negros cubren el cielo de Donetsk mientras el sol brilla en Crimea.
Esa combinación de sovietización a la antigua y medios sociales modernos es genuinamente una novedad, al punto de que se puede decir que estamos frente a una nueva clase de guerra y una nueva clase de invasión. Hace trece años, tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos tuvo que reajustar su modo de pensar a una guerra asimétrica, un tipo de batallas que minúsculos grupos terroristas pueden librar contra potencias militarmente superiores. Estados Unidos debió reaprender las tácticas de la contrainsurgencia en Irak.
Pero ahora Europa, Estados Unidos y, sobre todo, los ucranianos tienen que aprender a lidiar con una guerra enmascarada, destinada a confundir no sólo al adversario, sino a sus potenciales aliados. Occidente debe repensar urgentemente su estrategia militar, energética y financiera hacia Rusia. Pero también serán necesarias nuevas políticas específicas para combatir las invasiones enmascaradas que pueden venir en Moldavia o en los Estados del Báltico si la invasión a Ucrania tiene éxito.
Estados Unidos y Europa deberían empezar a repensar el financiamiento y la administración de las emisoras de noticias internacionales, para contrarrestar también la nueva guerra discursiva. Y hay que pensar en reforzar las fuerzas policiales locales de los Estados que comparten fronteras con el nuevo imperio ruso: los F16 de la OTAN no están para atacar a matones que saquean un edificio municipal. No se trata de una cuestión de dinero. Necesitamos más fuerzas especiales, más inteligencia "humana" y no más barcos y aviones. Y, por sobre todo, tenemos que estar preparados de antemano para lo que pueda venir. El mundo ingresa en una nueva era, y para enfrentarla son necesarias nuevas herramientas.
Traducción de jaime Arrambide
Anne Appelbaum