Una oportunidad para que Francisco impulse su visión reformista
NUEVA YORK.- La crisis por los abusos sexuales que cometió el clero católico recobró la misma fuerza que llegó a tener en los peores días de 2002, cuando el tsunami del escándalo proveniente de Boston pareció inundar a toda la Iglesia.
Esta vez, las olas expansivas comenzaron a partir de acusaciones sobre abusos cometidos por el cardenal estadounidense Theodore McCarrick, arzobispo retirado de Washington. Después se dio a conocer el informe del gran jurado de Pensilvania.
Todo aterrizó en la mesa del Papa, y los escándalos pueden socavar el pontificado de Francisco. No debería ser así. De hecho, si el Papa es coherente con sus palabras y acciones, puede ser una oportunidad para que impulse su visión de reforma eclesiástica y transforme una prolongada crisis en una oportunidad de renovación.
Esta erupción era inevitable. Durante una reunión histórica celebrada en Dallas en junio de 2002, los obispos estadounidenses acordaron un conjunto integral de políticas diseñadas para proteger a los chicos y castigar a los sacerdotes culpables. Pero junto con otros observadores expresamos nuestra desaprobación porque los obispos decidieron eximirse de la vigilancia o disciplina en caso de no cumplir con su trabajo, el pecado que en realidad escandalizó a los fieles.
Afirmaron que solo el Vaticano podía investigar a los obispos y solo el Papa podía castigarlos. No parecía muy probable. Al Vaticano de Juan Pablo II no le agradó mucho la nueva política de la jerarquía de Estados Unidos en contra de los sacerdotes y, por supuesto, el pontífice no quería darles la espalda a sus propios obispos.
Es evidente que la visión que Francisco tiene de la Iglesia es más radical que la postura defensiva de Juan Pablo. Lo que está por verse es si está dispuesto a implementarla y si puede hacerlo.
El Papa no ha tenido mucho éxito aún en disciplinar a los obispos o en respuesta a los problemas de abuso sexual en general, pero su trayectoria es prometedora después de varios ejemplos de destituciones y castigos a sacerdotes y altos prelados. Son medidas alentadoras, pero falta mucho más por hacer. No solo para el tipo de renovación espiritual que exige el Papa, sino también con un cambio sistemático para proteger a los chicos y los adultos vulnerables, que le devuelva cierta credibilidad a la Iglesia y comience a desmantelar la cultura del clericalismo.
"Decir no al abuso es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo", escribió en una carta publicada ayer.
Los conservadores han criticado al Papa por su deseo de cambiar algunas prácticas de la Iglesia y "desarrollar" ciertas doctrinas. Pero en el tema del abuso la derecha católica ha sido una aliada inesperada del Papa, pues muchos apoyan la idea de una renovación integral desde la jerarquía.
No se trata de que la Iglesia cambie el credo. Más bien, el catolicismo puede empezar por crear un departamento de recursos humanos encargado de verificar que cualquier persona víctima de acoso o abuso sexual, en especial en el caso de un obispo o cardenal, pueda reportarlo con total confidencialidad y seguridad. Un sistema de este tipo podría garantizar que un grupo independiente, con miembros laicos, investigue la información proporcionada y los hallazgos queden registrados en el archivo del clérigo respectivo.
Es un primer paso sencillo. Ahora, esos cambios son inevitables y también integrales al tipo de Iglesia humilde y abierta que desea Francisco. Y funcionan: en cuanto una víctima presentó sus acusaciones contra McCarrick, un panel lo investigó y lo retiró de la clero.
De manera similar, solo dos de los más de 300 sacerdotes incluidos en el informe del gran jurado de Pensilvania participaron en algún tipo de abuso en los últimos diez años, y las diócesis de ambos los habían reportado a las autoridades. Existen buenas políticas que han funcionado para proteger a los niños y también pueden funcionar para resolver los dos problemas pendientes de la Iglesia: proteger a los adultos al igual que a los menores y hacer rendir cuentas a los obispos que encubren o cometen abusos.
Esas políticas formaban parte de las recomendaciones anunciadas por la Conferencia Episcopal de Estados Unidos a mediados de agosto. Es un preludio de lo que podría ser otro cambio histórico para el catolicismo estadounidense y que podría servir como modelo para las Iglesias de todo el mundo, si el Papa aplicara las propuestas y sus propias recomendaciones.
"Examínenlo todo y quédense con lo bueno", le escribió San Pablo a la joven Iglesia de Tesalónica hace casi dos mil años. Fue un buen consejo para la Iglesia entonces, y es todavía más relevante en nuestros días.
El autor es catedrático de la universidad de Fordham
David Gibson
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