Una puja entre el secretismo de Estado y los reclamos civiles
WASHINGTON.- Leído el veredicto que separa culpas de inocencias, a partir de hoy comenzará el proceso para saber cuántos años de prisión le caen encima al soldado que, en soledad, provocó la mayor filtración informativa en la historia norteamericana. Se habla de dos décadas tras las rejas.
Pero fuera del recinto, en las calles y en las redes sociales, lo que el caso ha instalado es una puja invisible y sangrante entre el secretismo del Estado y el creciente reclamo de mayor transparencia.
"Es posible que Manning se haya sentido identificado con las crueldades e injusticias que vio en Afganistán e Irak sin que nadie reaccionara ante ello", es la postura del llamado Comité de Defensa de Bradley, una de las tantas asociaciones que nació para defender al soldado.
Con camisetas con la leyenda "queremos la verdad" en el pecho, una treintena de sus militantes se plantó en las puertas del tribunal donde transcurre el juicio. A la sala sólo accedió un puñado de periodistas. Afuera, los seguidores se multiplicaron por millones. En un país donde la cultura se expresa cinematográficamente en términos de bueno y malo, la protesta identificó a Manning del lado de los buenos y, al incómodo gobierno de Obama, del otro. Ésta es la forma en la que se está leyendo la historia. No sólo el más fuerte está castigando al más débil. También está advirtiendo a quien intente seguir por la misma senda. Lo de ayer en Fort Meade era un mensaje por elevación a los Julian Assange y Edward Snowden, a los reales y a los que pretendan emularlos. "A partir de ahora, conseguir informantes será bastante más difícil. Esto es algo inédito –dijo ayer Walter McCourt, experto en derecho informativo de la Universidad de Minnesota en declaraciones a la cadena Mnsbc–. Es una reedición de la lucha entre David y Goliath."
El debate giró rápidamente sobre los otros actores del drama. "Después de haber visto esto, no me queda duda de que mi hijo no tendrá nunca un juicio justo", disparó ayer Lon Snowden, padre del topo que reveló maniobras de espionaje masivo y que, desde entonces, está en un limbo en el aeropuerto de Moscú.
Snowden padre aprovechó el momento para disparar las cargas directamente sobre la Casa Blanca. "Le exijo al presidente Obama que respete los derechos constitucionales de mi hijo, entre ellos, el que lo protege por expresar sus opiniones", dijo.
Puede, incluso, que bajo la forma de un esfuerzo por encontrar diferencias entre la situación de Snowden y la de Manning haya lanzado una velada amenaza al poder.
"En el caso de mi hijo, es evidente que ha optado por ejercer cierta discreción sobre la información a la que tuvo acceso", deslizó. Una confirmación para los que temen más revelaciones por parte del ex analista privado de seguridad.
La reedición de la lucha entre la "verdad y el ocultamiento", entre "el fuerte y el débil", entre "el Estado y el individuo" transcurre, además, sobre el inquietante escenario de estructuras de seguridad y de inteligencia que, por momentos, parecen irse de las manos de los gobiernos.
Con cientos de contratistas a cargo de porciones del enorme aparato de seguridad y de inteligencia de este país, el escenario no es tranquilizador. Los topos, además de su consecuencia, son también sus víctimas. La cuestión es, como siempre, si la amenaza puede más que la rebeldía.
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