TIANJIN, China.- Cuando Yang Zheyu llegó a la Universidad de Tianjin este otoño para cursar su primer año, ya tenía todo lo necesario: abrigo de invierno, diccionario, cuatro pares de zapatos y pasta de dientes.
Y a unos cientos de metros de su dormitorio, en una tienda de campaña azul cobalto armada en el suelo de un gimnasio, tenía a su madre a su entera disposición, preparada para llevarle tazones de fideos instantáneos, comprarle jabón y limpiar el piso de su nueva habitación.
"Me siento más seguro cuando ella está aquí", dijo Yang, de 18 años, originario de un pueblo en el centro de China a más 1126 kilómetros de ahí. "Nunca había estado lejos de casa".
La madre de Yang, Ding Hongyan, quien se dedica a la agricultura, era una de los más de mil padres de la generación que saldrá en 2022 que acamparon en tiendas este mes para cuidar de sus hijos mientras estos se adaptaban a la vida universitaria.
Los padres llegaron cargados de bolsas de semillas de girasol, mochilas de Hello Kitty llenas de papel de baño y consejos no solicitados sobre varios temas: el precio aceptable para los dumplings al vapor (un dólar con cincuenta centavos), las carreras universitarias más lucrativas (ingeniería fue una de las favoritas) y la conducta apropiada en cuanto a las citas (de preferencia deben evitarse mientras cursan sus estudios).
Desde 2012, la Universidad de Tianjin, unas dos horas al sureste de Pekín, ha ofrecido "carpas de amor" gratuitas a fin de facilitarles a las familias de bajos recursos ser parte de la tradición de mudanza a la institución.
Sin embargo, el fenómeno, que se ha esparcido a varias universidades en toda China, ha despertado un debate acerca de si los padres están mimando a esta generación de hijos únicos, que nació tras adoptarse la política china de un solo hijo en 1979, y socavando su independencia. La política se abolió a principios de 2016.
Las generaciones anteriores chinas, que soportaron la pobreza extrema y el caos de la Gran Revolución Cultural de los años sesenta y setenta, han criticado a los padres que emprenden viajes largos y arduos para quedarse en las tiendas, pues dicen que han criado hijos que no están acostumbrados a las dificultades y son como "pequeños emperadores", el apodo burlón que les han asignado.
Los chinos más jóvenes, que crecieron durante los años prósperos de su país, dicen que son claramente autosuficientes.
"Aprenderé a cuidarme solo", afirmó Yang. "Nada me preocupa".
El debate en torno a las tiendas de campaña, el cual se ha desarrollado también en línea, refleja el ritmo acelerado del cambio en China y la novedad relativa de la experiencia universitaria y sus distintos rituales.
Hoy en día, muchos jóvenes chinos son los primeros de su familia en ir a la universidad. En los últimos años, el gobierno ha abierto cientos de universidades y las inscripciones se han disparado, con 37,8 millones de alumnos el año pasado, un aumento de más del 20 por ciento desde 2010.
En la Universidad de Tianjin, los padres comentaron que se habían inscrito para habitar en las tiendas porque los ponía nerviosos enviar a sus hijos tan lejos y no podían pagar hospedaje en las grandes ciudades. Muchos vienen de zonas rurales, donde trabajan como agricultores, profesores y albañiles.
Muchas familias se perdieron entre los lagos y los sauces de Tianjin, una de las universidades más antiguas de China, con más de 17.000 estudiantes de licenciatura. La ciudad de Tianjin, con vistas al mar de Bohai, es una ciudad portuaria cosmopolita, salpicada de rascacielos, así como de iglesias y villas construidas por las potencias extranjeras que gobernaban la ciudad a finales del siglo XIX y principios del XX.
Qi Hongyu, administrador de un jardín de niños en la provincia oriental de Jiangsu, dijo que había viajado hasta Tianjin porque estaba orgulloso de su hija y quería ver cómo era la universidad. "Está cumpliendo mi sueño", expresó.
Qi, quien trabajó desde niño en granjas, dijo que su hija y sus compañeros llevaban vidas más cómodas que las de generaciones anteriores. No obstante, afirmó que esperaba que se volvieran más independientes al vivir lejos de casa.
"Crecieron en hogares sin carencias", señaló. "Nunca han experimentado la vida real, se la han pasado estudiando".
Al caer la noche, cientos de padres, con cobijas en mano, ingresaron al gimnasio para apostarse en su territorio, empujándose para ganar los espacios cerca de las gradas. Se lavaron la cara y cepillaron sus dientes en los vestidores cercanos.
El gimnasio reverberaba una cacofonía de dialectos de todos los rincones de China, y a muchos padres se les dificultaba entenderse entre sí.
Mientras se preparaban para dormir, hacían comentarios sobre los mejores lugares para desayunar y dónde podían comprar ropa de cama barata para los dormitorios de sus hijos. Comparaban las calificaciones que obtuvieron sus hijos en el examen de admisión y discutían sobre cómo motivarlos a escoger profesiones en industrias bien pagadas. A muchos padres, tener un asiento de primera fila en el proceso de mudanza les brindó la oportunidad de establecer unas cuantas reglas.
Ding, la agricultora, dijo que le preocupaba pensar en cómo le iría a su hijo, Yang Zheyu, en una ciudad con tantos rascacielos y distracciones. De niño le daba fiebre muy seguido y a veces parecía adicto a su teléfono celular, confesó, pues se la pasaba jugando y leyendo novelas de ciencia ficción sin parar.
Luego de un viaje de más de 36 horas en tren y autobús desde su pueblo en la provincia de Hubei hasta las carpas en Tianjin, Ding le dio algunos consejos: nada de videojuegos, nada de amigos perezosos y nada de romances.
Yang, con lentes de pasta gruesa, una playera color amarillo encendido que decía "RESURRECCIÓN" y un bigote incipiente, tenía una expresión escéptica. "Eso no es necesario", contestó.
Aceptaron sus diferencias de opinión y prometieron seguir en contacto con frecuencia por teléfono y por medio de WeChat, una popular aplicación de mensajería, siempre y cuando esto no interfiriera con sus estudios.
The New York Times
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