Alberto Ajaka: "Tuve la arrogancia del convertido"
Luego del boom de Donofrio, el galán de barrio que compuso para Guapas, estrena obras en los dos teatros oficiales, como actor y director,Luego del boom de Donofrio estrena obras en los dos teatros oficiales
Un montículo de tierra obstruye la puerta herrumbrada de un garaje. Falta reemplazar esa pieza, inutilizada y añosa, por una nueva. La continúa una puerta de madera sin pintar (la entrada principal de la casa). Y una caja vacía que pide a gritos la instalación de un timbre. Todos estos elementos se recortan dentro de una fachada terminada con un salpicré rústico y garabateada con grafitis que el tiempo se encargó de tornar ilegibles. El lugar está en obra, incompleto, pero vivo.
Es el exterior de la casa de Alberto Ajaka, situada en un callejón de escasos 200 metros de extensión, oculto en la geografía de un barrio tradicional. La escena es una muy posible alegoría de lo que él representa: un artista en construcción constante, un hombre que busca su destino. No a la manera del Busco mi destino de Dennis Hopper, desde la desesperanza, sino a partir del instinto y de la voracidad.
Como ladrillos que completan la estructura, el actor del momento es con la misma intensidad el recordado Donofrio de Guapas (labor por la que obtuvo un Martín Fierro), el chofer de Entre caníbales (a quien desguazaron a tiros en el primer capítulo), el integrante de Signos (miniserie que comenzó a grabar a mediados de junio, sin fecha de estreno), el Juan Moreira que presentará Claudio Gallardou en el Cervantes, cuyos ensayos comienzan el viernes 17. Y también el director y autor de El hambre de los artistas, una comedia con doce protagonistas, integrantes de su compañía Colectivo Escalada ("una especie de polifonía dentro de una estructura clásica", dirá) que se presenta de jueves a domingos en el Teatro Sarmiento (del Complejo Teatral de Buenos Aires) desde hoy.
-¿Qué aparece más naturalmente: escribir, dirigir o actuar?
-En el teatro, absolutamente todo. Casi no escribo fuera del contexto, sino únicamente en función de aquello que estoy ensayando. Laburo con algunas secuencias dramáticas, probando a partir de la improvisación. Necesito ver cómo habla la escena, cómo funciona dramáticamente. Después lo desarrollo.
-¿O sea que además sos docente?
-No, yo no doy clases. Colectivo Escalada es una especie de laboratorio. Laburamos bajo condiciones imposibles de sostener comercialmente. Hay un acuerdo entre nosotros de pelear por una expresión nueva en cada intérprete, cada nueva obra.
-Todo muy vocacional, pero ¿cómo resuelven "el hambre de los artistas"?
-Casi todos los que integran el grupo combinan el teatro con otra actividad. En cuanto a mí, empecé a los 37 años [ahora tengo 42] y nunca tuve fantasías de vivir de esto. Dejé definitivamente la imprenta familiar hace cuatro años y medio, y corro la coneja como cualquiera que labura.
-¿Cómo fue el clic de la decisión?
-Ensayábamos Ala de criados, con Mauricio Kartun, dos días por semana a la mañana. No podía ir, pero nunca lo dije: me daba vergüenza. Acomodé mi tiempo hasta donde pude. Y me decidí por el teatro. Nunca tuve dudas.
-Implicaba también la inestabilidad económica.
-Resolví mi necesidad económica muy joven y, a los 37 años, justo cuando estaba por nacer Pedro, mi primer hijo [además tiene a Elena, de un año y medio], me despojé de lo que tenía y empecé de nuevo. No puedo decir que fue duro, pero sentí por primera vez en mi vida la zozobra por el mes siguiente. Aún no me acostumbro a la volatilidad de este laburo.
De la angustia a los premios
El teatro llegó a la vida de Ajaka a los 28 años y lo surcó como un rayo, desmitificando la creencia de que las vocaciones tempranas son inmodificables. Había interrumpido las carreras de Ciencias Económicas, Diseño Gráfico y profesorado de Filosofía. Leía en forma apasionada, pero desordenada. Gastaba sus horas jugando al básquet en Vélez, el club capitalino más cercano a Lomas del Millón, localidad a mitad de camino entre Ciudadela y Ramos Mejía. La búsqueda se detuvo en aquellos talleres de Augusto Fernandes y el Sportivo Teatral de Ricardo Bartís.
-¿Cuál era la perspectiva? ¿Querías ser actor?
-Qué sé yo? Hoy me puedo reír, pero en su momento me angustiaba pensar por qué no empecé antes. Estaba desesperado por actuar. Cinco años después de empezar en el Centro Cultural Rojas, en una obrita de Raymond Carver, sentí como una revelación zen: mientras tuviera ganas, iba a seguir. Una cosa media del tao, medio orientalista.
-¿Eras consciente de que podías fracasar?
-¡Es que fracasamos mucho! Abrí una salita en Villa Crespo y no venía nadie. A veces eran cinco personas, a veces ocho. ¡Para nosotros era una diferencia muy grande! Entonces nos emborrachábamos para hacer la función, para combatir el frío y la tristeza.
-¿Dudabas de lo que estabas haciendo?
-Nunca. Temor puede ser, pero dudas no. Y eso que lo pasé mal, ¿eh? Me la creía. Tenía la arrogancia del convertido, una cosa mesiánica. Y no era ni arrogante ni tan joven. Estuve muy perdido. Había laburos en los que ponía mucha expectativa y después no rendía. Cuando lo entendí, y reconocí mis límites, dejé de vagar en el sueño de la potencialidad.
-¿Elegís o aceptás lo que viene?
-Este año tuve mucha suerte. Después del éxito de Guapas y del Martín Fierro, me preguntaron qué pensé la primera vez que grabé el personaje de Donofrio. ¿Qué iba a pensar? ¡Que había conseguido laburo! Después se fue constituyendo en otra cosa.
-Pero algún mérito hay. Tal vez, a otro no le iba a ir tan bien.
-Comprendí que hay que ir con lo que mejor se tiene. Y eso involucra confiar en lo que aparezca, porque siempre hay algún campo de crecimiento. Alguna vez tuve que hacer una película fuera de Buenos Aires. No me convencía ni la paga ni estar dos semanas lejos, pero entendí que si quería ser actor, tenía que pasar por eso. En cine hay que esperar mucho: a lo mejor, en cuatro o cinco jornadas sólo tenés que abrir tres puertas o hacer dos textos. Si no tenés un rol importante, es complicado encontrarle el valor artístico. Pero me lo banqué.
-¿Qué te paso el día después de ganar el Martín Fierro?
-Nada. Nada. Es más: casi no hice notas. Por la noche vinieron a casa unos estudiantes de periodismo y filmaron tres horas para su materia curricular. Entiendo y estoy agradecido, pero pienso sinceramente que es nada más que un recorte de lo que uno hace. Es una actividad muy especial en cuanto a la figuración y a la mirada de los otros. No lo tiene otro oficio. Conozco eso porque durante veinte años hice otra cosa. La necesidad de validación la tenemos todos, pero si me abstraigo de eso, me queda que mientras tenga ganas lo voy a hacer. No creo que haya mucho más. Después, uno se puede comprar la heladera. Y más tarde, llenarla. Y después de eso, que te inviten a comer afuera.
Como ladrillos que completan la estructura, el actor del momento es con la misma intensidad el recordado Donofrio de Guapas (labor por la que obtuvo un Martín Fierro), el chofer de Entre caníbales (a quien desguazaron a tiros en el primer capítulo), el integrante de Signos (miniserie que comenzó a grabar a mediados de junio, sin fecha de estreno), el Juan Moreira que presentará Claudio Gallardou en el Cervantes, cuyos ensayos comienzan el próximo viernes 17. Y también el director y autor de El hambre de los artistas, una comedia con doce protagonistas, integrantes de su compañía Colectivo Escalada ("una especie de polifonía dentro de una estructura clásica", dirá) que se presenta de jueves a domingos en el Teatro Sarmiento (del Complejo Teatral de Buenos Aires) desde hoy.
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