Allegro / Sólo escucha. Galli-Curci y sus intuiciones equivocadas
Amelita Galli-Curci fue una de las sopranos más destacadas y admiradas de su tiempo. Había nacido en 1882 en el seno de una muy acomodada familia milanesa. En 1906, en Trani, en el sur italiano, tuvo una actuación consagratoria haciendo el papel de Gilda, en el Rigoletto, de Verdi. Dos años más tarde, cuando ya era una cantante joven conocida en toda Italia, se casó y le agregó a su propio apellido el de su flamante marido. Así nació Amelita Galli-Curci, posiblemente, la soprano de coloratura italiana más afamada de la primera mitad del siglo XX. Comenzaron sus largas y agotadoras giras por todo el mundo y, en 1915, junto a Enrico Caruso, fascinó a los porteños haciendo Lucia di Lammermoor. Desde 1916, centró su carrera en los Estados Unidos, primero en Chicago y luego en Nueva York. Era una mujer muy afable y de trato amistoso pero se ponía en alerta o demostraba una abierta hostilidad hacia todos aquellos que llegaban hasta ella con pedidos o solicitudes musicales. Después de una presentación en el Metropolitan Opera House, teatro al cual se unió de modo permanente desde 1921, sintió que golpeaban la puerta de su camarín. Temerosa fue a ver quién era la visita. Vio a una joven, con un ramo entre sus manos, y Amelita intuyó que era una aspirante a estrella del canto buscando consejos. Para abreviar los pasos hasta la inevitable negativa final, le preguntó si cantaba. La joven, muy tímida, le contestó que no. Desconcertada, la soprano volvió a la carga: "¿Tocás el piano?" Mientras la chica negaba con la cabeza, agregó: "Yo sólo escucho". Primero sorprendida, luego perturbada por su preconcepto y, por último, aliviada, Amelita Galli-Curci abrazó a la muchacha y le agradeció: "Me había olvidado que había buena gente que sólo escucha..."
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