Los creadores de Todos contra Juan prueban suerte en la comedia romántica cruzada por el culto a la amistad y la música
La generación que creció durante la década del 80 (la mía) no sólo fue marcada por una serie de eventos culturales que delinearon un gusto y una época, sino que también parece haber sido condicionada en la forma en la que esas experiencias se atesoraron y luego fueron procesadas. Una nostalgia predeterminada, fabricada como toda nostalgia, pero que con algo de distancia se ve artificial, lista para usar y quizá menos personal de lo que uno supone. Es ya difícil darse cuenta si nuestro fanatismo por La guerra de las galaxias o por Alf es sincero o una inconsciente instrucción cultural.
Anacrónico como el vinilo, pero menos sujeto a los vaivenes de la recuperación hipster, el género de la comedia romántica es tan riesgoso como imprescindible. Acá hay romance pero también un aire de tristeza debido a que es la fuerza de la melancolía la que construye Días de vinilo: melancolía por la niñez, por el VHS, por la adolescencia, por la ingenuidad, por el vinilo, por las máquinas de escribir, por los sueños incumplidos. Y los anacronismos llegan incluso a contagiar algunos diálogos que hacen recordar a aquel nuevo cine argentino de hace ya varios años. Cuatro amigos (cuatro es siempre el número mágico) unidos desde la niñez por la experiencia religiosa de la música (principalmente) y por el cine (un poco menos) se ven obligados a dar el paso a la adultez.
Entre referencias a letras de canciones y datos sobre cultura popular, los conflictos narrativos y las fallas de la película van asomando: algunas más leves como la falta de originalidad en los gustos musicales (Beatles, Rolling Stones) y cinematográficos (Volver al futuro), y otras más sustanciales como malas decisiones en el guión (una sordera que se extiende por demás, una visión llana de la crítica de arte). El espectador puede ejercer la suspensión de la incredulidad por el bien del relato frente a un flashback en que en una misma sala están proyectando ET (estrenada en Argentina en 1982) y La guerra de las galaxias (estrenada en 1977), pero es más difícil pretender que el espectador sostenga la verosimilitud frente un video casero en una fiesta de casamiento que genera un caos espacio-temporal (¡más anacronismos!). A través de esos errores se termina simplificando una mirada que podría haber sido original y renovadora.
Con Todos contra Juan, Nesci logró hacerse un lugar en la televisión de culto argentina en sólo dos temporadas y con una serie que reunía todos estos elementos que se nombraron más algún otro (cultura pop, personajes famosos, humor cultivado sobre la base de sitcoms). Una fórmula que dio resultados en ese formato pero que parece no adecuarse a las necesidades del cine. Aunque con suerte quizá sí encaje en ese molde prefabricado de la nostalgia popular.