Andy Kusnetzoff: "Vivo menos pendiente de la opinión ajena"
El conductor se sube por primera vez al escenario para interpretar una obra autorreferencial
Cualquier manual de autoayuda barata diría que hay que saber leer las señales del camino. Viene a cuento por cierto recorrido -con algo de coqueteo y de deseo irresuelto- que Andy Kusnetzoff viene transitando en el mundo de la escena. Y que recién puede plasmar ahora, como actor y coautor de Happyhour, la obra dirigida por Erika Halvorsen y que cuenta con la participación de la cantante Hilda Lizarazu, y que se presenta los viernes y sábados en la Sala Siranush.
Las señales pudieron manifestarse cuando, fascinado por la concepción visual de las obras de Pichón Baldinú (como Villa Villa u Hombre vertiente), alguna vez lo buscó para proponerle montar un espectáculo acerca de la conducta de los argentinos. O cuando Sebastián Wainrach le escribió un guión para un espectáculo de stand up, un género con el que nunca tuvo puntos de contacto, a pesar de que cualquiera podría inferir todo lo contrario. O cuando tomó clases de actuación con Julio Chávez durante tres años, que se prolongarían luego con talleres con Nora Moseinco, Alejandra Ciurlanti o Valeria Grossi. O con fugaces apariciones en ficciones televisivas, como Guapas o Graduados.
Pero el clic verdadero ocurrió de otra forma: "A mi novia le gusta mucho el teatro. Vimos varias obras, como Hija de Dios -dirigida por Erika Halvorsen- y Yo me lo guiso yo me lo como -escrito por ella-. Me gustaron. Y la fui a buscar para hacer algo juntos. Algo autorreferencial, pero no literal, del tipo: «Hola, soy Andy, viví en Brasil y hago radio», sino con otros elementos. De esas charlas surgió que la coctelería debía ser el hilo conductor de la historia. Es curioso: estoy muy metido con el tema, pero al comienzo no quería exponerlo".
Llamativamente, en Andy Kusnetzoff convergieron en forma simultánea el deseo de hacer teatro y su "pasión loca" (que así le llama) por la coctelería.
"Me gusta mucho saber de vino y de whisky -admite el conductor de Perros de la calle y de Sólo por hoy-. Una noche, en el mostrador de un bar, le consulté al reconocido bartender Federico Cuco si podía hacer un curso con él. Me contestó que su forma de enseñar era poniéndome de aprendiz, atrás de una barra. Estuve un año allí, todos los lunes. Pero nunca lo hice público. Me ponía un gorro para que no me reconocieran, preparaba tragos para los clientes, lavaba copas, sacaba la basura. Leí y estudié todo lo que caía en mis manos. Y tuve un ataque de cholulismo con los bartenders. ¡Tuve siete años de compañero a Tato Giovannoni en la radio y nunca le había dado bola, y de pronto de un día para otro empecé a perseguirlo! Fue un gran aprendizaje que me sacó de mi lugar de comodidad. Y me acomodó bien el ego."
De público a protagonista
Parte de la fascinación que tiene Kusnetzoff por su primera experiencia teatral es que hay algo no sabido ni explicado en el vínculo con el público. "Hace poco me reuní con Gustavo Yankelevich, y me dijo que vio las primeras ochenta funciones de Le prenom. Para él, como productor, lo importante era saber cómo reaccionaba la gente y qué había que ajustar -dice el ahora protagonista de Happyhour-. El teatro está vivo. Es la diferencia con la televisión o con el cine, expresiones que una vez terminadas, no podés tocar. En la obra, todo el tiempo me dirijo a la gente. Me sentiría muy cómodo si participaran: en cambio, me resultaría difícil si nadie dijera nada. Así como hay actores a quienes les da pánico modificar algo y tener que improvisar, a mí me cuesta más seguir una estructura. ¿Habrá alguna escena clave en la obra? No lo sé, es el desafío que habrá que probar en cada función."
En ese desafío se integra una carta de seis tragos que mientras se preparan, se explican y se sirven, van cerrando distintos segmentos de la obra. De acuerdo con la gacetilla informativa, el proceso está vinculado a la neurociencia. "Es un gran descubrimiento en lo personal, más allá de la moda -destaca Kusnetzoff-. Yo soy hijo de una psicoanalista y un psicólogo. En la Universidad de Buenos Aires cursé hasta tercer año de psicología. Allí estudié el funcionamiento del aparato psíquico: el consciente y el inconsciente, la genialidad de Sigmund Freud que nos mostró cómo funciona el cerebro sin poder verlo. La neurociencia ayuda a iluminar áreas del cerebro y ver qué nos pasa. Y este proceso es aplicable al teatro."
Iluminar es la idea, entonces. Para buscar algo tan intangible como la felicidad. "A mí me tocó la oscuridad, venirme abajo -revela el actor-. Fue en 2012, un año pésimo. Me ayudó mucho actuar, hacer de otro. Entonces comprendí que cada uno tiene que encontrar su propio camino. Es lo que hago con Happyhour: hablo de un pibe que se plantea cosas y quiere resolver algunos traumas del pasado. Tiene distintos miedos que debe superar. Allí salen a la superficie mis partes oscuras, como sentir que uno tiene todo y aun así no es feliz. Es algo que me ocurría desde chico: cuando vivía en Brasil, tenía un póster [en portugués] que decía: «El césped del vecino siempre es más verde, hasta que descubrís que es artificial». Hoy trato de no vivir influenciado por la opinión ajena y, a la vez, opinar menos sobre los demás. Aprecio más al que se expone. A los 44 años, puedo afrontar mi propia experiencia en teatro y asumir el riesgo. Y ya no pienso en términos de éxito o fracaso, sino de éxito o aprendizaje."
Happyhour
Sala Siranush, Armenia 1353
Funciones, los viernes y los sábados, a las 21.