Antonio Banderas: volver a Almodóvar para aspirar a un Oscar
¿A quién va a agradecerle antes que a nadie Antonio Banderas si este domingo logra llevar a su vitrina personal el primer Oscar de su carrera? La respuesta automática a esa pregunta es Pedro Almodóvar, el director que en la década del 80 se transformó en su mentor original, al convocarlo para papeles importantes en películas como Laberinto de pasiones, Matador, La ley del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios y Átame, que de hecho redundaron en dos nominaciones para los Goya. Pero la alternativa correcta quizá sea otra. El propio actor ha declarado hace unos días que la que tendrá ese privilegió será su novia, Nicole Kimpel, una asesora financiera y experta en relaciones públicas alemana a la que conoció en 2014 en una exclusiva fiesta del festival de cine de Cannes.
Resulta que la noche anterior al mal trago que Banderas vivió en enero de 2017, cuando sufrió un infarto que motivó una intervención quirúrgica en la que se le implantaron tres stents en las arterias coronarias, Nicole compró unos blísteres de aspirinas para calmar una jaqueca que la había estado perturbando unas cuantas horas. Pero los perdió cerca de la caja del local donde los consiguió. Le avisaron, pasó a recuperarlos y, santo remedio, a la mañana siguiente, cuando Banderas empezó a sentirse mal, le colocó una de esas aspirinas debajo de la lengua, una decisión que, según le contó el actor a la prensa de su país, le salvó la vida antes de salir de urgencia para la clínica donde lo atendieron.
Pero si no es el primero Almodóvar debería ser el siguiente en la lista de agradecimientos, habida cuenta del impulso que supo darle a la carrera del malagueño, un largo recorrido coronado ahora con la candidatura a un Oscar como mejor actor protagónico por un papel en el que Banderas interpreta a un evidente alter ego del veterano cineasta manchego.
Siempre se ha dicho que Banderas decidió probar suerte en Hollywood para huir de la etiqueta de "chico Almodóvar" que le habían pegado a partir de aquella seguidilla de trabajos en los años 80. Su derrotero dentro de la industria cinematográfica más poderosa del planeta fue irregular, pero finalmente llegó a buen puerto, aun cuando le ha costado bastante despegarse de una imagen de latin lover que incluso ha llevado a algunos medios de los Estados Unidos ha calificarlo como "único actor de color" que peleará este año por el premio gracias a su notable trabajo en Dolor y gloria.
"Hollywood te va a aplastar, va a malgastar tu talento", le advirtió a Banderas un Almodóvar herido en su orgullo cuando el actor resolvió hacer las valijas en los 90, luego de que su participación en el documental En la cama con Madonna (1991) lo erigiera galán de exportación. A partir de ahí llegó una catarata de ofertas de trabajo que le engordaron un CV que hace rato es envidiable.
Su primer trabajo elogiado fue el de Filadelfia (1993), la emotiva película de Jonathan Demme centrada en la explosión de los contagios de VIH en la que encarnó a la pareja del personaje de Tom Hanks. Un año más tarde sería un inquietante chupasangres francés en Entrevista con el vampiro, donde tuvo como compañeros de elenco a Tom Cruise y Brad Pitt y levantó la puntería luego del fracaso de La casa de los espíritus (1993), fallida adaptación de la famosa novela de la chilena Isabel Allende dirigida por el danés Billie August en la que también trabajaron grandes figuras, como Jeremy Irons y Meryl Streep. En 1996, Banderas volvería a encontrarse con Madonna en Evita, musical dirigido por Alan Parker que le abrió las puertas de Broadway justo cuando era una presa muy codiciada de las revistas del corazón de todo el mundo por su flamante relación sentimental con la actriz neoyorquina Melanie Griffith. Instalado en los Estados Unidos, tuvo de todos modos la precaución de no perder contacto con el cine español: volvió a su país para filmar con directores de renombre como Fernando Trueba y Carlos Saura, pero recién se reencontraría con Almodóvar muchos años después, en 2010, con su participación en La piel que habito, donde hubo algunos chispazos por el cúmulo de exigencias que le planteó un director dispuesto a cobrarle peaje por aquel abandono que le costaba olvidar, pero que una década más tarde también lo iba a convocar para un rol consagratorio en su película más personal. Antes de que llegara el cimbronazo de Dolor y gloria, Banderas alternó en Hollywood buenas y malas experiencias.
La lista de olvidables puede empezar con Nunca hables con extraños (1995), un rutinario thriller del británico Peter Hall en el que el cada vez más popular Antonio mutaba en Tony Ramírez, "un misterioso e irresistible hispano", según se lo describía en la promoción del largometraje. Ese año también se probó como héroe de acción con un compañero muy afianzado en ese terreno, Sylvester Stallone, su feroz antagonista en Asesinos, una película mediocre dirigida por Richard Donner.
Volvería a proponerse como sex symbol hispano en La balada del pistolero (1995), continuación del exitoso debut en la dirección de Robert Rodriguez, El mariachi (1992), film aplaudido por el mismísimo Quentin Tarantino. "Un Antonio Banderas más guapo que nunca", sintetizaba Variety en la crítica de la película, que resultaría un trampolín para uno de los trabajos más rendidores de banderas, el de La máscara del Zorro (1998), un boom de taquilla que además le permitió codearse con Anthony Hopkins y ser convocado para producciones de gran presupuesto, como Trece guerreros, de John McTiernan, y Pecado original, floja remake de La sirena del Mississippi, de Francois Truffaut, en la que tuvo como compañera a Angelina Jolie.
Ya consolidado como figura en un mercado muy competitivo, Banderas sumaría a su foja de servicios trabajos con grandes directores, como Brian de Palma (Femme fatale, en 2002) y Woody Allen (Conocerás al hombre de tus sueños, 2010). Con el paso del tiempo, Hollywood le reservó esos papeles de héroe de acción maduro con los que han facturado a repetición figuras como Bruce Willis y Liam Neeson: un exagente del FBI enfrentado a una colega más hábil y joven encarnada por Lucy Liu en Tormenta de fuego (en la Argentina, lanzada directamente en video); un detective privado contratado por un boxeador ruso en La partícula de Dios, y un rockstar maduro que debe transformarse en máquina de matar para recuperar a su joven novia, secuestrada en Chile, en la disparatada Gun Shy.
Queda claro que no todas las decisiones que tomó en su extensa carrera americana fueron las mejores. Pero fue justamente Almodóvar, el padrino que lo descubrió hace más de cuarenta años e intentó retenerlo sin éxito en España, quien puso a Banderas otra vez en un lugar importante cuando lo llamó para que se sumara a la personal aventura de Dolor y gloria. El domingo, durante la entrega de los Oscar, sabremos si esa larga y sinuosa historia tendrá un broche de oro.
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