La banda oriunda de Glasgow se presentó por primera vez en nuestro país; crónica y fotos de su show en el Luna Park
Ser indies hoy. Ser in-dis: reunir, por donde sea que se los mire, las condiciones necesarias para ser considerados parte de ese estereotipo bien definido que implica -y acá deberíamos usar el potencial- no sólo una forma de vida, de pensar y de ver al mundo sino una manera particular de vestir y también de hablar, de entonar, de componer. Stuart Murdoch es indie, por donde sea que se lo mire. Y Belle & Sebastian es la condensación de su espíritu eternamente adolescente. Abstraigámonos de sus atributos físicos y pensemos sólo en cómo empezó su carrera, allá en Glasgow, cuando la escena del britpop estaba dominada por un gran monstruo y cuando editar mil copias de Tigermilk en vinilo bien hubiera sido considerado un suicidio antes de nacer. Pensemos en el origen del nombre de la banda, en ese sonido alegre pero al mismo tiempo melancólico, en la delicadeza de la lírica, en la belleza de la delicadeza de la lírica, en las agrupaciones que eran y son (ad)miradas por Murdoch, en el formato “mini-orquesta”, en la sensibilidad de sus historias mínimas hechas canción. Pasemos por la joya Dear Catastrophe Waitress (2003), que marca el pasaje del sello Jeepster a Rough Trade, por ese proyecto divino que supura aún más indieness (¡se podía! Pero... ¿en qué quedó la película?) llamado God Help The Girl, en las dos convocatorias que acompañaron el recientemente editado Write About Love -la de “mandá tu foto con el nombre del disco” y la de “contá tu historia y los B&S escribirán una canción sobre tu vida y no sólo eso, sino que Murdoch te va a visitar para pasar un día entero con vos“, por decirlo de alguna manera). Indie. Indie. Indie.
No hay que hacer mucho esfuerzo para imaginar a los niños sensibles y con tristeza (o alegres pero en pose triste) que asistieron al primer y único show de Belle & Sebastian en el Luna Park en su versión teatro y no estadio -pero con los mismos y lamentables defectos acústicos de siempre-, en su primera y única visita a la Argentina. Quizás no sean estrictamente los mismos que mandaron sus fotos y relataron sus experiencias (aunque unos cuantos levantaron la mano cuando el cantante preguntó), pero de alguna forma lo son; o lo quieren ser. Son los jóvenes perennes. Los chicos con grandes anteojos de marco negro y las chicas con polleras de tiro alto y pañuelos en la cabeza. Son los hipsters, en un sentido visual de la palabra y sin ánimos de ofender. Y, claro, los otros, los curiosos, los melómanos, los de siempre, que también estaban ahí.
Murdoch es el tipo de negro que llega como cualquier hijo de vecino, con sombrero, solo, y entra por la puerta de Madero a las 21:05. Es el tipo que cuando sube al escenario no tarda mucho en sacarse el saco y el sombrero, en pedirle a la audiencia que baile, si quiere, en bailar él mismo, dar saltitos de loco lindo mientras entona, qué más, “I m a Cuckoo” después del comienzo con "I Didn't See It Coming", el tema que abre el último disco y los conciertos de esta gira, y antes de la divertida “Step into my Office, Baby”. Es el que resalta sobre una gran banda de mal-vestidos-adrede, el que admite ser un “británico típico” por hablar solamente un idioma, preocupado por generar cierto entendimiento con esta audiencia que, para su sorpresa, comprende perfectamente su lengua madre; es el que desentona y no se preocupa, el que corre y llega hacia la popular, el que pide maquillaje y se deja pintar los ojos mientras canta “Lord Anthony”, el que invita al público a subir al escenario para bailarse todo “Dirty Dream Number Two” y “The Boy With The Arab Strap”. El que asume estar enamorado de Argentina, cómo no. Si hay algo que el indie sabe hacer, eso es enamorarse.
Por momentos, su contraparte vocal, Stevie Jackson, toma la posta. Se emociona ante la cantidad de asistentes, pide coros de “uh-uhs” para “I´m Not Living in the Real World” y vuelve a dominar las voces en “(I Believe in) Travellin Light”, un lado B de “I´m a Cuckoo”. La pequeña orquesta pop-folkie acompaña: hay cello (a cargo de la falsa Isobel Campbell: no vamos a reprochar su traición y desmerecer su proyecto con Mark Lanegan, no), hay violines, hay teclados, por momentos trompeta y armónica (otras de las funciones de Stevie), y hay batería, bajo, guitarras y más guitarras. Murdoch va y viene hacia el teclado, cambia violas acústicas y eléctricas.
El hit de The Life Pursuit, si es que puede así llamarse, “Funny Little Frog”, sorprende en un listado que no lo había incluido en sus manifestaciones recientes: Murdoch desafina en los agudos (bendita la versión femenina actualizada y súper pop de GHTG) pero todo el Luna, todo, canta cada verso y se siente identificado con esta historia de obsesivo amor platónico. Hubo otros instantes así de festejados. Como el final (el verdadero, no ese anterior a la farsa de los bises) con la triada If You´re Feeling Sinister, el considerado primer disco real de la banda, editado en 1996, el mismo año que Tigermilk. "Judy and the Dream of Horses" + esa oda rítmica a los Smiths (¿había que nombrarlos?) llamada "Get Me Away From Here, I'm Dying" + “Me and the Major” (“And he remembers Roxy Music in seventy-two...”).
¿Qué más se puede pedir? La demagogia no forma parte de la idiosincrasia indie. Por eso cuando Stuart dijo que quedó encantado, que volvería, que traería a su pareja y que durante estos días quizás se lo llegue a encontrar deambulando por las calles de Buenos Aires o en algún café, nadie sospechó. No llamará la atención: sólo será un chico rubio encerrado en cuerpo de cuarentón y sombrero negro.
Por Yamila Trautman
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