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Demasiado vago, ¿y qué? El que no quiere a los gatos es porque no los conoce Nietzsche, con anteojos de sol modelo aviador La impensada vigencia de la llama quellama
Lara tiene casi 2 años y, siempre que puede, practica avistamiento de aves. Puede seguido. “Le encanta mirar las palomas desde el balcón de casa”, detalla Federico Grosman, testigo prevenido de este encuentro lleno de belleza, ideal para el clic.
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“A pesar de su nombre, Megan es varón. Un gato. Su máximo placer es dormir. Cuando ve un mosquito, pide ayuda para que se lo saquemos”, dice Alejandra Arias de Di Gioia. Otro de sus deleites es acostarse al lado o arriba de algún miembro de la familia, como Martina, de 3 años, o Victoria, de 9, que en general prefieren jugar con él. “En ocasiones le decimos que es demasiado vago, pero él bosteza y debe pensar: ¿Y a mí qué me importa?”, reflexiona Arias. Muy probable.
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“¡No son ewoks de La guerra de las galaxias!”, alerta Claudia Oddone. Son los terribles lieros Lola y Cocu, hermanos de 6 años, con su madre Pupi, de 11 años, bien llevados. “La reina madre es Shitzu y de un coqueteo con otro lhasa apso del barrio aparecieron los famosos Barros Schelotto”, aclara –u oscurece– Oddone, con referencia a los menores.
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“Tamara tiene 9 años y desde hace mucho pedía un gatito, ya que adora a estos animales”, recuerda Cristina García, que entonces no compartía en lo más mínimo la pasión gatuna de su hija. “Siempre fui fanática de los perros”, se excusa. Pero Tamara le insistía con un argumento tan cierto como repetido: “No te gustan los gatos porque no los conocés”. Y reforzaba la idea con promesas de ocuparse personalmente del cuidado y la alimentación de la mascota, y se comprometía a tratarla “como a una reina”, según sus palabras. “Finalmente, Tamara logró su cometido cuando por casualidad visitamos a una amiga cuya gata había tenido cría. Los gatitos jugaban alegremente entre nuestras piernas y ya no pude mantener mi negativa. Tamara y Giuliana (la gata en cuestión) ahora conviven en casa, y grande fue mi sorpresa cuando Tami apareció demostrándome que había una reina, coronada artesanalmente por ella”, cuenta García. A fin de cuentas, se demostró una vez más la vieja hipótesis: “Mi hija tenía razón, el que no quiere a los gatos es porque no los conoce”.
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“Ella es mi gran compañera, juntas compartimos momentos muy divertidos”, dice Viviana Cialdella de la boxer Catalina, de un año y medio. Explica que Catalina es una “vaga terrible” y denuncia sus hábitos de vereda: “Le encanta estar en la calle y jugar con los chicos del barrio de Parque Patricios”. Otra hábito particular es la manía de esconder huesos en lugares raros, como el placard, debajo de los almohadones o dentro de los cajones. “Cuando uno la deja sola, se sube a la mesa del comedor y duerme allí como si fuera un gatito”, apunta Cialdella. Una escena digna de verse.
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El perro de Estefanía Scabuzzo podrá llamarse Nietzsche, pero de filósofo no tiene nada. “Le encanta ser fashion y estar a la moda”, revela Scabuzzo. Hay perros para todo...
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“Todas las noches, Clorindo se va solito a la cama de mi hermana”, denuncia María Soledad Augeri. Se adueñó de ella para dormir calentito…, y entre todos los muñecos no hay para Clorindo como la llama que llama, fetiche de temporadas anteriores que para el gato no ha perdido vigencia.
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Cinco gatitos lúdicos que se disputan una pelota pueden ser tan entretenidos como mirar un partido de fútbol (o casi). En la casa de María Fernanda Hernández, los torneos gatunos son cosa de todos los días, con su equipo de eternos jugadores: Trompita, Braile, Robertito, Manola y Chicha, tres machos (gris con blanco) y dos hembras (todas grises). “Nacieron en casa hace ya cinco años. Son muy revoltosos y destrozones. Les encanta jugar con todo tipo de bolitas (canicas, saltarinas y también de papel). Después de tanto juego, todas ellas quedan debajo de los muebles y, al correrlos de lugar, hay una batalla de saltos para ver cuál patea más bolitas. También juegan con caramelos, collares... Cada uno tiene su juego preferido. Por supuesto, son muy inteligentes, nos dan mucho amor y cariño al igual que nosotros a ellos. Para mí no son mascotas, son fieles integrantes de nuestra familia”, narra Hernández, casi una relatora deportiva.
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