Brad Will filmó su propia muerte. Fue en Oaxaca, México, el 27 de octubre de 2006, en los disturbios de una huelga general contra el gobierno de Felipe Calderón (halcón bushista post-Fox) y su infame aliado regional, Ulises Ruiz Ortiz.
Brad era militante anarquista y reportero para la red Indymedia. Había estado con los Sin Tierra en Brasil y con los obreros que tomaron el control de fábricas cerradas en la Argentina quebrada de 2002. Había nacido en Kenilworth, un suburbio rico de Illinois, en 1970. Fue squatter, viajero, trovador folk, amante en serie y tirapedos letal. Hoy es un mártir involuntario de su tiempo, una estampita mochilera, una fábula de izquierda recortada en viñetas animadas de YouTube.
Ahí se pueden ver sus reportes en diversas partes del mundo, alguna performance íntima (Brad tocando con la criolla una balada satírica sobre lo mucho que le gustaban los policías) y su muerte a manos de paramilitares mexicanos, documentada por él mismo y convertida en una prueba clave de un proceso que todavía no tiene condenados.
Los related videos que aparecen junto al asesinato de Brad Will no son documentos de militancia global sino piezas de voyeurismo mórbido. ¿Quién no cae en la trampa? Yo no pude evitarlo. Estaba editando la crónica de Jeff Sharlet sobre la vida de Will -publicada en el número de abril de ROLLING STONE- y, con la excusa de hacer los mínimos deberes, me metí a ver el último reporte del anarquista superstar. Los links de la franja derecha eran llamativos e intimidantes. Una serie de títulos cazabobos. En especial las filmaciones de suicidios. Tipos que ponen cara-de-últimas-palabras, dicen algo en tono monocorde y se meten una escopeta en la boca. Uno está esperando el bang fulminante. Lo espera con una mezcla de miedo, asco y fascinación culposa. Si uno fuese un poco menos gil, sabría que ese tipo de material está penado por alguna legislación y que no puede circular alegremente en YouTube, del mismo modo en que no hay, ponele, videos de un granjero entubándose a un chancho (bah, creo que no hay).
Pero en definitiva entornás los ojos ante la inminencia de la detonación y estás a punto de gritar "¡no lo hagas, no lo hagas!" a un hombre al que no conocés y a cuya muerte asistís en diferido. En tu puta vida viste un suicidio real. Pero lo que pasa en el último tramo de la grabación es que el tipo se desembucha el cañón, esboza una sonrisa cínica, levanta el dedo mayor y nos dice: "Fuck you, me querías ver muerto, andate a la mierda". Todo eso en inglés, claro, palabras más o menos.
También está la opción del efecto especial, el que lleva la farsa un poco más lejos. El tipo dispara, la cabeza cede para mostrar un primer plano de la coronilla inerte y una mancha de pintura roja se estampa contra la pared de atrás. Y uno queda ahí, medio de araca, medio aliviado por no haberle visto las muelas al Diablo, asistiendo pasivamente a la experiencia ajena (de por sí fraguada) en pleno horario de oficina y con el sol de otoño tratando de levantarte el ánimo.
Broadcast yourself, en definitva, también podría traducirse al argentino como "curtite".
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