Cuatro días antes de la sentencia, más de diez mil personas vieron a la banda en un show sin sabor a despedida.
"Así es, así fue y así seguirá. Nos vemos la próxima". Antes de cantar la última canción de la noche ("Imposible"), a las diez y media de un sábado que empezó veraniego y terminó helado, Pato Santos Fontanet resumió en esa declaración abierta lo complejo de la situación: una banda de rock en su momento de mayor popularidad, a punto de escuchar la sentencia que puede llevar a sus integrantes a la cárcel por años (aunque, según trascendió, esta semana no habría sentencia firme para nadie). Eran los últimos minutos de un show de dos horas y media, treinta y dos temas al hilo, y una calma festiva dominaba el predio del club Estudiantes de Olavarría. No hubo ninguna alusión directa al punto cúlmine al que llega el juicio por Cromañón, ni arriba ni abajo del escenario. Más allá del recuerdo habitual a las 194 víctimas: "Hay que saltar, hay que saltar, para los pibes que ya no están", coreaban los más de diez mil espectadores.
Pese al contexto judicial, en ningún momento se respiró que éste podía ser el último show de Callejeros en mucho tiempo. Se vivía el clima emotivo típico de sus recitales, nada que sugiriera una despedida. Como viene sucediendo desde el regreso en el Chateau Carreras de Córdoba (21 de septiembre de 2006), el público que sostiene el presente del grupo proviene de distintas regiones del país, muchos de ellos chicos que no habían visto a la banda antes de Cromañón, y otra buena cantidad de sobrevivientes de la noche fatal, amigos de víctimas y también algunos padres de rockeros adolescentes que se saben todas las canciones.
Ya desde la madrugada del sábado, decenas de micros de larga distancia partieron desde distintos puntos de la Argentina hacia la ciudad bonaerense en la que Callejeros decidió concretar su último recital previo al veredicto del miércoles. No es una ciudad cualquiera. Olavarría es una localidad casi mítica para el imaginario rockero: Acá fue dónde, en agosto de 1997, los Redondos no pudieron tocar y el Indio dio una conferencia de prensa histórica. Y también es una ciudad abierta al rock, donde los vecinos reciben a "las bandas" en las puertas de sus casas.
El predio de Estudiantes es un lugar abierto y algo desolado, sin gradas de ningún tipo, apenas delimitado por un alambrado, y en esa inmensidad el escenario se veía diminuto al entrar. A las 19:30, la combi con la banda estacionó en la parte de atrás del tablado. En las pantallas (en ese momento todavía eran dos, antes de que el viento les hiciera desmontar una) se proyectaba esa especie de sello de goma judicial con el logo de Callejeros y la leyenda "Juzgado de los Invisibles" (parte del arte de Disco escultura, el último álbum de estudio del grupo). A las 19:53 Callejeros salió a escena y sonaron los acordes de "Los invisibles", el himno de unidad de los seguidores.
La banda esta vez prescindió de los brasses de Hugo Lobo y Cia, y más allá de su formación histórica (sin Maxi Djerfy, claro está) contaron con los refuerzos de Apu de Culpables de este sentimiento (en teclado) y Tatu de Los Pérez García (percusión), y los coros de Estela Carbone, hermana del saxofonista Juancho Carbone. El show avanzó al ritmo del rocanrol que es marca registrada de la banda, y tuvo su pico de temperatura en la tríada integrada por "Presión", "9 de julio" y "Una nueva noche fría", tres casos en los que la poética principista del cantante y su ingenio métrico logran la máxima comunión con un público que lo ha tomado como portavoz. Claramente, la lírica y el carisma de Pato son, cada vez más, el polo magnético excluyente de la banda. Y los seguidores cantan cada sílaba como quien adhiere a un manifiesto.
Después de un pasaje tanguero, con Carbone al bandoneón, que terminó con "Fantasía y realidad", el show volvió a cobrar fuerza con "Rompiendo espejos", "Lo que hay" y "Armar de nuevo", clásico de la banda, circa 1998. El final llegó con "Ojalá se lo lleve", "Prohibido" e "Imposible". A esta altura, tópicos recurrentes en la obra del grupo como la inocencia, la justicia y la tragedia adquieren nueva dimensión, y cada palabra parece aplicable a la situación crítica en la que se encuentran. Las remeras, mientras tanto, pedían "basta de culpar a Callejeros". Y una bandera de Casanova rezaba: "No quiero escuchar mentiras ni verdades cambiadas. Quiero justicia".