El trío liderado por Corvata celebró su primera década de vida mostrándole a los más jóvenes de qué se trataba esta cuestión del heavy metal
A media luz se cocina un sismo. Corvata y Tery alzan la guardia mientras Andrés hace repiquetear un redoblante demasiado amable como para durar. Un bebé deforme y verde llora y se retuerce en la pantalla, al tiempo que trepan las cuerdas y las sienes transpiran las primeras gotas. En un parpadeo, todo estalla: empieza "Ácido", soldado de vanguardia de su gran Mar de las Almas, con un puntinazo de ruido controlado que hace blanco en medio del lomo. Y la duda es imparable: ¿cuántas otras bandas en la Argentina son capaces de generar esa sensación física de furia plena sin más recursos que una guitarra, un bajo y una batería? Divididos, quizás, cuando le interesa. Pero ojo, porque además esto está que revienta de chicos: de doce, de catorce, de veinte y de ¡siete años! (acompañados muchos de ellos por sus adorables papás crestudos), y andá a convencernos a todos los que miramos incrédulos el escenario de que no, che, esto suena fuerte pero no es heavy heavy, cuando el machaque de "Luna herida" es lo más cercano a Pantera que se oyó por estas tierras desde, bueno, el último show de Pantera en Buenos Aires (en el circuito mainstream, al menos). Aunque eso sí: a diferencia de lo habitual en el rock pesado argento (aquellas costumbres propulsadas por su polémico caudillo, más dedicado a dividir que a sumar), aquí la actitud es rabiosa pero constructiva: en 25 temas, el trío ofrece arenga con esperanza, queja con voluntad, hermandad antes que supremacía impuesta de prepo.
"Volvió el metal", dijeron cuando salió su último disco, declaración que se abocaron a revalidar durante las primeras seis o siete canciones del set, apoyados en un sonido inusualmente potable para los estándares del Luna Park. "Ironía", por ejemplo, nunca mostró tanto los dientes, fusionándose hermosamente con el infaltable medley de "Walk", "I'm Broken" y demás brillanteces salidas de la mollera de Dimebag Darrell. Sigue el encono hasta el primer gran matiz: el riff sureño de "Virus anti amor", ocasión que sirve para un descanso que incluye "Acorazados" (el único tema que no parece tener el enojo como motivación), "El llanto espiritual" ("Para las carajeras", grita Corvata), "Humildad" (comienzo etéreo, hasta que el guitarrista pisa el pedal de distorsión) y la melódica "Salvaje". Y en la segunda mitad, sí, el regreso de la demencia, con una "Histeria TV" que combina fraseos filosos y rapeo alla Cypress Hill, o "Entre la fe y la razón", con resquicios de armonías de Iron Maiden. Un motor llamado Andrés, un combustible conocido como Corvata, una carrocería que responde al nombre de Tery: así funciona esta máquina.
El galope podrido de "Joder", sobre el amague de final, o el himno "Sacate la mierda", ya en momento de bises, llegan para redondear un show que, en definitiva, no dejó más que certezas: que Carajo creció mucho en estos diez años, que tienen una proyección incalculable, que lo suyo es el metal hecho y derecho y, especialmente, que la música para los más jóvenes no necesariamente tiene que ser liviana y vacía.
Por Diego Mancusi
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