La Batuta Viernes 28 de abril de 2006
Rock de cité
las buenas influencias confluyen en propuestas
La sala estaba a media capacidad y no se respiraba mucho ambiente. Sin embargo, a eso de la una y media de la madrugada, cuando subió Perrosky al escenario, el dúo de los hermanos Gómez llenó completamente la sala a pesar de su módica pero acertada puesta en escena, a punta de rocanrol del bueno. A estas alturas del partido, las comparaciones con White Stripes u otros adalides del revival del garage rock y el blues clásico son odiosas, porque Perrosky no es un mero émulo de éstos, sino una novedosa propuesta nacional (podríamos hablar de "rock de cité" como analogía local del "garage rock"), que ha engullido críticamente lo mejor de la tradición del blues, punk y rock norteamericano e inglés, desde Robert Johnson a Bob Dylan, pasando por The Sonics y el mismísimo Sterling Morrison de The Velvet Underground (cuyo espíritu resuena en el frenético guitarreo de Alejandro "Perrosky" Gómez), digiriendo estas influencias para recrear un nuevo estilo de rock y blues híbrido. Perrosky integra la tradición ranchera y el entusiasmo ahuasado de la cueca para articular paisajes sonoros minimalistas, liberados de manierismos y adornos innecesarios. Es un rito rockero que invita a bailar tanto a las neuronas como al esqueleto. De hecho, más de algún integrante de la audiencia, un tanto pasado de copas, ensayó destartalados pasos de baile al son de esta banda, que bien podría ser una reencarnación de los Velvet interpretando rancheras y cuecas.
Casanova subió al escenario pasadas las 2 de la mañana. Lo primero que llama la atención del cuarteto (quinteto en algunos tracks donde incluyen teclados) es la cohesión musical que muestran y el dominio absoluto del escenario que han alcanzado desde la última vez que tuve la oportunidad de verlos en vivo. Julián Peña se alza como un carismático frontman que conoce a la perfección su tarea vocal y escénica y está complemente consciente de su papel protagónico. La consolidación de Casanova en el escenario es una muestra palpable de que la canción pop sigue vivita y coleando, y no tiene planes de cederle terreno a propuestas experimentales o electrónicas.
A la luz de lo visto en este concierto, es realmente extraño que Casanova no haya cruzado nuestras fronteras para probar suerte en Argentina o México, pues son un grupo sólido con un sonido que puede ser atractivo para las masas, que ha erigido una propuesta que hace suya la vocación – muchas veces soslayada por obvia– de recoger la herencia de los Beatles y los Kinks, que no es otra que componer simples canciones pop sin mayor pretensión que la de abrir pequeñas ventanas por donde se cuela la realidad cotidiana que tanto nos cuesta auscultar.
Además de tocar los mejores tracks de su único disco hasta el momento (Dandy, Un año más, No estamos solos y Nunca fue), Casanova aprovechó la oportunidad de estrenar nuevas canciones (Ahora o Nunca) que auguran un interesante segundo disco, y regaló a la audiencia un correcto cover de Psycho Killer, de los Talking Heads (en el cual se agradece especialmente la buena pronunciación, que no es común por estos lares).
Estas bandas, Perrosky y Casanova, son una prueba palpable de que las buenas influencias, llevadas por el recto camino del rock sin complejos ni poses espurias, pueden dar origen a novedosas propuestas, en las cuales no haya angustia por parecerse a los antecesores, sino alegría y entusiasmo por seguir una tradición, reescribiéndola con un sello particular aunque se esté en el culo mismo del mundo (o quizás por eso mismo). Eran más de las tres de la mañana cuando todo acabó, pero este cronista ya podía dormir tranquilo.