Chano Domínguez: "El jazz tiene que ser una música corrosiva que nos atraviese a todos"
Su sociedad con Martirio para Coplas de madrugá, en los 90, le abrió las puertas de un jazz mestizo; el pianista hoy vive en Nueva York y goza de un gran presente
PUNTA DEL ESTE.- La conversación con el pianista gaditano se inicia con una declaración de amor y un chiste sobre los porteños: "Me encanta Buenos Aires; el problema son los bonaerenses", comenta Chano Domínguez, en una charla que se da en Punta del Este, en el tambo El Sosiego, en el marco del Festival Internacional de Jazz, al que llegó a participar por segunda vez.
El notable músico que los argentinos conocimos en la década del 90, de la mano de la cantante Martirio y sus hoy clásicas Coplas de madrugá, fue un intérprete destacado en las jornadas del festival en las que participó: la primera, con la mística de la lluvia y sin que el público se moviera de sus butacas. Simpático, gran conversador, el hombre que empezó con la guitarra flamenca e incursionó en el rock sinfónico antes de enamorarse definitivamente del piano deja su impronta también cuando habla. Más allá de hacia dónde iba la primera pregunta, hay un tema inicial inevitable: el tango y su relación con su queridísimo flamenco. "Mira, no sé si estarás de acuerdo conmigo, pero al tango yo le veo mucha similitud con un estilo que se hace en el centro de España que se llama el chotis. Es algo parecido a lo que pasa con el flamenco, que son estas músicas de ida y vuelta, que no se sabe dónde empezaron y que están relacionadas con las dos orillas. Todo ese trasiego de barcos, de comercio, de mercaderías es lo que ha creado todos estos géneros: la habanera, la colombiana, la milonga, el tango, las peteneras... En los años 1700, Cádiz era un puerto muy importante, como la entrada a Europa. Quiero decir que no termina nunca de quedar claro dónde verdaderamente nació cada cosa".
-Esa postura tira por tierra el asunto de que para hacer buen flamenco se tiene que haber nacido en Andalucía o ser gitano.
-Yo estoy cansado de ver negros que tocan mal jazz. ¿Cómo tú puedes decir que una música es propiedad de una sangre o de una comunidad? Está claro que los géneros pueden nacer de un sector social, de un pueblo, pero todo se crea entre todos. No se puede decir que si no eres de color no puedes tocar jazz, porque los hay grandísimos músicos negros, pero también blancos que han sabido mejorar el lenguaje. De igual modo, yo conozco gitanos que no tienen swing para el flamenco. O no puedes decir que si no eres porteño no puedes tocar tango, ¡por favor! Los gitanos justamente se han influenciado mucho de los payos que han sido los mayores exponentes del flamenco; y me basta con nombrar a Paco de Lucía, Enrique Morente o Pepe Marchena en la primera parte del siglo pasado. Son gentes que supieron crear espectáculos flamencos para que se pudieran ver y escuchar en teatros. Basta con eso del flamenco puro porque ya el flamenco, como muchas de las músicas de las que estamos hablando, son producto de la mezcla. A veces a los músicos nos da un poco de reparo decirlo, pero en el fondo somos todos músicos de fusión; la cultura es algo que se está influenciando constantemente. Todo es la consecuencia entre los choques, del compartir, del entrelazamiento.
-¿Cómo nació esa tan personal característica suya de combinar el flamenco con el jazz?
-Siempre me ha gustado la improvisación, la creatividad en el instante. Comencé tocando la guitarra flamenca, pero en Cádiz yo tenía la base naval americana de Rota a 60 kilómetros. Tenían una radio en la que difundían mucha música americana: jazz, rock, de todo. Ahí empecé a mirar a los grupos de fuera de España. Mi hermano mayor empezaba a comprar algunos discos. De hecho mi primer grupo fue de rock, muy influenciado por los americanos y los ingleses de la época. De modo que en mí nada fue producto de laboratorio. Tocaba flamenco y escuchaba Jethro Tull, Emerson, Lake & Palmer, Yes, Genesis. Después empecé a descubrir el jazz rock a través de Herbie Hancock, Chick Corea, Weather Report. Empezamos a componer temas que tenían partes abiertas para la improvisación; e indudablemente nos encantaba ponerles los ritmos de nuestra tierra. Fue el camino que tomé sin darme cuenta. Mucho después sí he estudiado combinaciones con una actitud más premeditada, pero no en ese comienzo.
-¿Asocia esa libertad suya al hecho de no haber pasado por los conservatorios formales en su juventud?
-Efectivamente, yo soy totalmente autodidacta. Y sí creo que soy el músico que soy porque no he ido al conservatorio; muchos me lo han dicho. Eso me ha permitido ser original y reconocible, porque no he tenido una enseñanza dogmática. Hace unos 20 años decidí empezar a estudiar clásico porque el instrumento que yo toco nació en ese repertorio y es donde se ha desarrollado. O sea que lo necesitaba para entender un poco mejor la técnica pianística y ser un pianista mejor. Yo vengo de una familia muy humilde, no había piano en mi casa, por lo que empecé a tocar el instrumento siendo ya un muchacho grande, de unos 20 años. Eso me ha jodido quizá en lo técnico, pero a la vez me ha dado una libertad tan grande que ha permitido que creara mi propio lenguaje, mi propia manera de entender todo esto.
-Pero de igual modo se ha acercado a los músicos de jazz latino como Paquito D'Rivera, a una cantante de coplas llegada del pop como Martirio o a Kiko Veneno. ¿Qué lo lleva a elegir cada cosa en determinado momento?
-Con Paquito yo me siento muy cercano porque lo que más le gusta a él es improvisar. Pero tanto eso como cualquier otra cosa van surgiendo orgánicamente. He trabajado con Enrique Morente o con otros flamencos, pero tiene que ser gente inteligente a la que le encantan todas las músicas; flamencos "puros", pero con mente abierta. A Martirio la conocí a través de Kiko Veneno y terminamos haciéndonos familia. Yo había hecho "El toro y la luna" en mi primer disco solista. Cuando lo escuchó, fue ella la que sugirió que hiciéramos un disco íntegramente de coplas y así nació nuestro primer trabajo conjunto en los 90, que se llamó Coplas de madrugá. Fue un modo de sacarle ese polvo que arrastraba la copla, de música hija del franquismo. Y de paso te anticipo que volveremos a hacer un álbum en dúo, los dos solos, del que por ahora no te adelantaré mucho más aunque puedo decirte que ambos estamos muy ilusionados.
-¿Ve el jazz más abierto hacia otros géneros a partir, justamente, de la influencia de músicos como ustedes, que buscan mezclarlo con sus propias músicas regionales?
-No tengas dudas. Que me perdonen los señores americanos, pero nosotros tenemos músicas sobre las que se puede improvisar y que tienen mucho para dar, por fuera de los standards, sea tango como música italiana; si no, mira a Joe Lovano jazzeando arias de ópera. El jazz lo acabó Miles Davis. Él creó el cool, el hardbop, las fusiones con el rock, el free. Y fue él quien logró que el jazz se mantuviera vivo; nos enseñó que las normas servían para romperlas. Eso si queremos hacer arte y no artesanía. El jazz tiene que ser una música corrosiva que nos atraviese a todos. Si no, sería una música solo de conservatorio y de escuela.
-¿Cómo será su año?
-Lo primero que va a salir ahora es un disco que hicimos en vivo en el Auditorio Nacional de Madrid, con el contrabajista Javier Colina. Allí hay temas de los dos y algún standard americano. En febrero viajaré a España para grabar en estudio con los Spanish Brass una obra que he escrito para piano con quinteto de metales y percusión flamenca. En mayo tengo un tour por varios lugares de los Estados Unidos con mi sexteto, el mismo con el que había venido a este festival de Punta del Este desde hace 15 años. En junio viajaré para tocar en Rusia en dúo de pianos con Stefano Bollani, con quien ya hemos tocado por Europa. Haremos el disco que te comenté con Martirio. O sea que me espera un año con mucha actividad y muchas grabaciones. Y si fuera posible espero volver a la Argentina; la última vez estuvimos en varias ciudades con Josele y siempre me gusta regresar.
-¿Por qué ha decidido vivir en Nueva York y qué ha perdido en esa mudanza?
-Los últimos años trabajaba más afuera que en mi país. Y en Barcelona, donde vivía, me mataban con los impuestos. Eso sumado a que casi no tenía trabajo allí. Lo que echo de menos de España es la comida, que es fantástica, y el clima, que justamente se ha puesto bravísimo estos días en Estados Unidos. Por lo demás, me siento muy a gusto en Nueva York, en Brooklyn donde vivo. Me siento rodeado de un ambiente artístico. Es un lugar que te inspira, que te provoca. Puedes conectar con músicos de todas partes. Por ejemplo, he hecho un dúo con una flautista israelita que se llama Hadar Noiberg y lo estrenaremos pronto en un club de Manhattan. Son las cosas que ocurren en Nueva York.
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