Cambia la experiencia de ver una película: mucho ruido y pocas nueces
En definitiva: lo que dejó la semana
Martin Scorsese dice que algunos cines se transformaron en parques de diversiones. Hugh Grant se queja por el excesivo volumen del sonido de la sala en la que estaba viendo Guasón. Edward Norton afirma que no será Netflix quien termine matando al cine, sino el estado de las propias salas, con imágenes sombrías y un sonido insoportable, mezcla que hace imposible la experiencia de ver películas en su espacio natural.
Podríamos agregar otros factores que elevan el padecimiento de mucha gente que sigue prefiriendo ir al cine: el ruido que se produce mientras la mano del espectador se hunde en el balde de pochoclo, el penetrante aroma que despiden algunos de los snacks comestibles más populares, la ocurrencia de abrir el envoltorio de un caramelo en el momento menos oportuno.
Y no hablemos de los insoportables efectos del uso del celular en plena proyección, desde la incómoda luz que sigue encendida en medio de la oscuridad de la sala hasta el empecinamiento de quienes en medio de la película deciden retomar un chat o una conversación a viva voz. Y cada vez son más los que charlan en plena función como si estuviesen en el living de su casa.
Cuando Scorsese cuestiona la experiencia cinematográfica actual y evalúa desde su mirada una conexión directa entre las películas de Marvel y la sala de cine convertida en otra atracción de un parque temático tal vez, sin pensarlo, esté hablando de esta suma de adversidades para cualquier espectador que paga una entrada y sueña con disfrutar de una película sin molestias ni condicionamientos.
Esa experiencia se devalúa y se desfigura cuando el espectador elige replegarse hacia su propio goce sin valorar en lo más mínimo que ese disfrute adquiere sentido cuando se vive a la par de sus compañeros de butaca. Hacer ruidos desconsiderados con la comida o la bebida y hablar a los gritos en medio del silencio son conductas que pasarían inadvertidas en medio de un parque de diversiones. Pero hasta las películas de Marvel (muchas de ellas muy valiosas) requieren en determinadas escenas de silencio y concentración. Y al mismo tiempo jamás tolerarían, como cualquier otra, su abandono en cualquier momento por la ansiedad de ver qué pasa en el celular.
Sin embargo, es tan compulsiva esa necesidad que hay cadenas de exhibición en Estados Unidos que programan funciones con vía libre para el uso del teléfono, previa advertencia antes de ingresar en la sala. Detrás de esta nueva ola de modas, usos y costumbres dentro del cine vuelve a aparecer el preocupante fenómeno de la concentración. La lógica de las películas más taquilleras predispone al espectador a entrar al cine cargando grandes paquetes de comida y bebida, y a mantener encendido el celular pese a las quejas.
El problema se agrava cuando, como ocurre este fin de semana en la Argentina, casi todos los cines se reparten, casi sin alternativas, entre Guasón y Maléfica: dueña del mal. Del millar de pantallas disponibles, entre las dos se reparten más de 800. Casi no hay lugar para nada más. Es inevitable entonces que se repitan quejas como las que plantearon Scorsese, Grant y Norton. El cine reducido a un par de opciones, preparadas deliberadamente para ser vistas a puro ruido. La diversidad (y, por consiguiente, el silencio) brillan por su ausencia.
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