Dulzona fábula naíf sobre la felicidad
Comedia francesa sin la chispa ni el brillo necesarios
Odette, una comedia sobre la felicidad (Odette Toulemonde, Francia-Bélgica/2006, color; hablada en francés). Dirección: Eric-Emmanuerl Schmitt. Con Catherine Frot, Albert Dupontel, Jacques Weber, Fabrice Murgia, Camille Japy, Alain Doutey. Guión: Eric-Emmanuel Schmitt. Fotografía: Carlo Varini. Música: Nicola Piovani. Edición: Philippe Bourgueil. Presentada por Notro Films. Duración: 100 minutos. Calificación: apta para todo público.
Nuestra opinión: regular
Algún parentesco hay entre Amelie Poulain -aquella chica de Montmartre consagrada a distribuir felicidad entre sus semejantes- y la señora belga en torno de la cual gira esta dulzona fábula naíf que alcanzó inesperado éxito en Francia y contribuyó a la popularidad de Catherine Frot, su protagonista. La actriz, a la que se ha visto no hace mucho como una sabuesa jubilada en La desaparición de Madame Rose y un poco antes, en Siete años de matrimonio , como una esposa pacata empujada a participar de atrevidas prácticas eróticas con el fin de salvar su pareja, se merecía esta oportunidad. No la desaprovecha: su gracia natural y su mesura son decisivas para hacer que el cuentito azucarado que busca ser poético no empalague y hasta se siga con ligero placer. Odette, viuda, cuarentona y muy propensa a las fantasías, sabe encontrar el lado bueno de cada cosa y se las arregla para mantener el buen ánimo sin descuidar sus obligaciones: de día, como vendedora de cosméticos en una gran tienda; de noche, cosiendo plumas en los vestuarios de espectáculos revisteriles, y a toda hora, atendiendo a sus dos hijos: una chica que sobrelleva como puede los problemas de la adolescencia y la relación con su rústico petit ami (también instalado en la casa) y un muchacho gay, peluquero, bastante picaflor y tan bien humorado como la mamá.
Lectora agradecida
La todavía guapa señora está convencida de que debe su optimismo invencible a las enseñanzas que recogió en los libros de Balthazar Balsan, autor de best sellers e improbable candidato al Premio Nobel de Literatura; por eso, para conocerlo y agradecerle, no quiere perderse la firma de ejemplares que hay en una librería local. El primer encuentro no es muy feliz, pero ya se las arreglará el novelista, dramaturgo y ahora director Eric-Emmanuel Schmitt para forzar los acontecimientos y hacer que el literato y su fan incondicional deban convivir por algún tiempo. La cuestión es oponer la sencilla felicidad de la ingenua lectora a la desdicha del hombre que, se supone, da lecciones de vida. Y de paso, echar una mirada irónica a los cenáculos literarios y a los críticos, responsables de su actual crisis. Así, el tal Balthazar (Albert Dupontel, el pianista de Lo mejor de nuestras vidas ) va a buscar reposo y quizá remedio en el sencillo mundo de esta madura Amelie del interior belga. El espectador, por su parte, hallará allí las bien calculadas dosis de gentileza, compasión, sensibilidad, ternura y fantasía (la señora es tan dada a las ensoñaciones como a ponerse a bailar y cantar con las grabaciones de Josephine Baker). Todo en un clima bastante anodino y lánguido que podría resultar torpemente meloso si no fuera por la naturalidad y la simpatía con que Catherine Frot transita por ese mundo de fábula un poco kitsch. En términos cinematográficos, más allá del lenguaje desenvuelto que se aprecia en algunos tramos, falta bastante de la chispa y el brillo que serían necesarios para encender la comedia y compensar tanto afán complaciente. Hay secuencias musicales que se estiran más de la cuenta y algunas elecciones quizá redundantes (por ejemplo, las levitaciones de Odette). En cambio, es excelente la música de Nicola Piovani. E impecable el desempeño del elenco.
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