El cine francés brilló en el Festival de Acapulco
En la tradicional muestra mexicana demostró el buen momento por el que atraviesa tanto comercial como artísticamente
ACAPULCO.- El muy buen momento por el que atraviesa el cine francés -en lo comercial y en lo artístico- se tradujo en el clima de fiesta percibido en el Festival de Acapulco, cuya sexta edición acaba de realizarse en este balneario del Pacífico. Lo sintetizó con elocuencia Daniel Toscan du Plantier, el infatigable presidente de Unifrance, institución organizadora de la muestra: "Nuestro cine nunca ha estado tan bien en los últimos 25 años".
El Festival de Acapulco es ya una tradición, la gran vidriera latinoamericana que la pujante industria francesa eligió para fomentar la difusión de sus películas en esta parte del mundo. Un escenario más de la gran batalla que libra para impulsar una alternativa a la cultura predominante de Hollywood y en la que viene logrando muy buenos resultados.
En lo comercial, lo corroboran las cifras de su mercado interno -en 2000, produjo 171 películas con las que atrajo al 28,5% del total de espectadores- y las de la difusión mundial: sólo entre 1997 y 1999 el total de público internacional de cine francés se multiplicó por dos. Por lo demás, el cine francés sigue teniendo presencia decisiva en las pantallas europeas y no hace falta subrayar que cuenta en la Argentina con tan alto número de seguidores como para obtener éxitos como los de "El placard", "El gusto de los otros", "Gracias por el chocolate" o "Los destinos sentimentales", por mencionar sólo algunos de los más recientes. La presencia en la muestra de un nutrido grupo de distribuidores argentinos dio otra pauta de ese sostenido interés.
En cuanto a la calidad y variedad de las propuestas del actual cine francés, hay títulos bien conocidos entre nosotros (además de los mencionados más arriba) que hablan por sí mismos: "Recursos humanos", "La vida soñada de los ángeles", "La profesora de piano", "Bella tarea", "Bajo la arena", "Harry, un amigo que te quiere bien", "El tiempo recobrado", "Cuento de otoño"...
Consolidación
El punto de partida de este festival ahora consolidado fue en 1996 cuando una delegación estelar encabezada por Catherine Deneuve inauguró su primera edición, distribuida en dos sedes: la ciudad de México y Acapulco.
"Entonces -recordó días atrás Toscan du Plantier- no había films franceses en México ni cine mexicano en Francia; el 97 o 98 por ciento de las pantallas estaba ocupado por el cine de los Estados Unidos; ahora, el veinte por ciento de las salas mexicanas exhiben "el otro cine"", lo que significa que se han logrado importantes avances en el rumbo que nos proponíamos. No se trata de adoptar una posición agresiva contra el cine norteamericano, sino de alentar la diversidad cultural, de evitar que haya una hegemonía en el cine, de presentar una alternativa." Por supuesto, el dinamismo de la producción cinematográfica francesa de la actualidad tiene el sustento de una política activa de apoyo a la industria llevada adelante por el gobierno; un sistema parecido al que rige en nuestro país y en el que lo esencial de los medios financieros proviene del propio mercado.
Además del fomento a la distribución de cine galo en toda América latina, otro de los objetivos del festival -que desde su segunda edición se desarrolla exclusivamente en Acapulco- es promover el intercambio entre el cine francés y el mexicano, y en ese sentido el avance también ha sido notorio. A partir de este año el encuentro fue rebautizado como Festival de Cine Franco-Mexicano e integraron su programación doce largometrajes franceses y cinco mexicanos, además de dos programas de cortometrajes.
Si hay que juzgar la repercusión de un encuentro como éste por la respuesta del público, Acapulco 2001 no puede sino ser considerado un rotundo éxito: unos 20.000 espectadores asistieron a las funciones, casi todas realizadas a sala llena a pesar de que esta vez no fue tan decisiva la presencia de figuras populares: salvo el actor Charles Berling ("Los destinos sentimentales", "Los que me aman tomarán el tren") y los directores Laurent Cantet ("Recursos humanos") y Claude Miller ("La mejor manera de andar", "Ciudadano bajo vigilancia"), los restantes integrantes de la delegación eran poco o nada conocidos.
Si lo que debe tomarse en cuenta son los resultados comerciales, una primera estimación también los juzga muy positivos. Basta señalar, por ejemplo, que por lo menos la mitad de los films franceses exhibidos en la muestra oficial tendrán su estreno en la Argentina.
Representación local
Lo más interesante del aporte mexicano al festival se concretó en la jornada de inauguración, cuando se proyectó "Cuento de hadas para dormir cocodrilos", una ambiciosa realización de Ignacio Ortiz Cruz en la que el viaje de un hombre hacia sus orígenes y en busca de su propia salvación y la de su hijo autista se entrelaza con la historia mexicana: la Revolución de 1910, la Reforma de los tiempos de Benito Juárez, la emigración a los Estados Unidos, la situación en la actualidad.
Los otros cuatro títulos abarcaron desde el fresco urbano, dramático y sentimental, en "Corazones rotos", dirigida por Rafael Montero, hasta una visión (teñida por cierta ironía) de la violencia en el Distrito Federal, en este caso superpuesta al ambiente de la televisión comercial, en "Un mundo raro", del debutante Arnando Casas, pasando por el drama de venganza a puro balazo de "El gavilán de la sierra", de Juan Antonio de la Riva, y la denuncia de la corrupción y la burocracia judicial en "Piel de víbora", de Marcela Fernández Violante. Una cosecha que, más allá de sus eventuales aciertos, no se mostró a la altura de otra producción mexicana reciente de circulación internacional como "Amores perros" o "Y tu mamá también".
Complacer al público
Los tiempos de prosperidad económica del cine francés que por un lado hacen posible que exista financiación para proyectos de pronunciada aspiración artística estimulan por otro el interés de productores y realizadores por sumarse a la bonanza reinante y satisfacer el gusto del público mayoritario.
Así, los films de abierto propósito comercial -muchos de ellos buscando apoyo en la risa- ocuparon generoso espacio en la programación de este VI Festival de Acapulco. Hubo comicidad alocada y directa en "Le vélo de Ghislain Lambert", de Philippe Harel, sobre las desventuras de un modesto ciclista; acción vertiginosa en "Yamakasi", de Ariel Zeitou (y producida, como "Taxi", por Luc Besson), acerca de un grupo de atletas cultores de un deporte callejero que terminan enredados en una trama policial; humor burlesco en "Grégoire Moulin contre l´humanité", de Artus de Penguern, donde el propio realizador asume el papel protagónico en medio de una galería de personajes a cual más necio, tonto, mezquino y desdichado; delirio y desenfado en "Absolument fabuleux", de Gabriel Aghion, trasposición desinfectada y bastante desabrida de una famosa serie trash de la televisión inglesa sobre dos mujeres (muy) marcadas por la cultura de los setenta.
"Vidocq", sobre un ex presidiario convertido en investigador en el París de 1830 -personaje confiado al cada vez más voluminoso Gérard Depardieu-, marcó el debut en la realización de Pitof, experto en imagen digital y ex colaborador de Luc Besson ("Juana de Arco") y Jean Pierre Jeunet ("Delicatessen", "Alien 4: el regreso"). La flaqueza narrativa del film pone en evidencia que la preocupación del realizador por los efectos especiales es desafortunadamente excluyente.
Otro casi debutante, Laurent Tuel, eligió el terror y propuso en "Un jeu d´enfants", la extraña historia de un matrimonio víctima de sucesos misteriosos que se suceden a partir de la visita de una pareja de ex ocupantes del mismo departamento y que tienen como protagonistas a sus pequeños hijos. La película acierta en la creación de algunas atmósferas y cuenta con el sólido aporte de Charles Berling y Karin Viard -dos figuras muy presentes en el festival, tanto en la pantalla como fuera de ella-, pero no resiste la inevitable comparación con "Los otros", de Alejandro Amenábar, con la que tiene muchos elementos en común.
En cuanto a "Ceci est mon corps", de Rodolphe Marconi, sobre el conflicto interior de un muchacho atrapado entre el rigor familiar y el extraño y torturado mundo de los artistas, resulta un film presuntuoso, monótono y en general careciente de todo interés, excepción hecha de las presencias de Jane Birkin y -ésta más fugaz- de Annie Girardot.
Hacia un cine más personal
A mitad de camino entre la expresión personal y la satisfacción de los gustos del público, el veterano Claude Miller buscó esta vez inspiración en una novela de Ruth Rendell, la misma que proporcionó a Chabrol el tema de "Gracias por el chocolate". Su film, "Betty Fisher et autres histoires", parte de una situación bastante insólita -el robo de un chico para compensar la pérdida de otro- y enreda en torno del asunto a una serie de personajes cuyo comportamiento no es precisamente un ejemplo moral. Así en una sucesión de hechos bastante forzosos asoman madres indiferentes, chicos maltratados, gigolós, tramposos, corruptos de toda laya, inmigrantes perseguidos, policías torpes y hasta mafiosos rusos. El notable oficio de Miller alcanza para conducir con buen ritmo este ballet deforme y grotesco y hasta para ensayar algún giro cómico en busca de salida, pero los esfuerzos del director no alcanzan a proporcionar solidez a la construcción dramática. Su mayor acierto está en la elección de los actores -Sandrine Kiberlain, Nicole Garcia, Mathilde Seigner, Edouard Baer-, todos impecables.
También la solidez actoral es decisiva en "C´est la vie", arriesgada apuesta de Jean Pierre Ameris que desarrolla su acción en una clínica para enfermos terminales y pone la atención en la relación que se establece entre un paciente y una voluntaria. "No es un film sobre la muerte, sino sobre esa porción de vida que hay en el final de una vida", ha dicho el realizador, y es notorio su esfuerzo por hallar el sencillo gusto de vivir que puede descubrirse en ese trance fronterizo. Algún superávit de azúcar (y de música) no empañan la emoción que contiene la triste historia, debida en especial a los admirables trabajos de Sandrine Bonnaire, Jacques Dutronc y la inolvidable protagonista de "Hiroshima mon amour", Emmanuelle Riva.
Y hace falta también hablar de los actores en el caso de "Reines d´un jour", porque son ellos -Karin Viard, Sergi Lopez, Victor Lanoux, Jane Birkin, Gilbert Melki, Héléne Filliéres- los que añaden singular encanto a este descomunal enredo un poco almodovariano en el que Marion Vernoux volcó buen humor, ternura, agudeza de observación y sutil ironía. Esta especie de calidoscopio tragicómico que mezcla múltiples historias en una sola jornada en París es uno de los films que tienen su estreno asegurado en Buenos Aires.
Lo mejor
Dejamos para el final los dos títulos más destacados de la programación. Uno, "L´emploi du temps", ya traía además de los sólidos antecedentes de su realizador -Laurent Cantet, el mismo de "Recursos humanos"- el nada despreciable de haber ganado un León de Oro en el último Festival de Venecia. El joven y talentoso realizador ha dado un paso más en su análisis de la relación del hombre con el trabajo; aquí parte de la mentira urdida por un cuarentón que oculta su condición de desocupado y se inventa un empleo, para provocar al espectador con los interrogantes de su protagonista -el excelente Aurelien Recoing- y avanzar en la necesidad de un replanteo del tema en una modalidad que alguien bautizó como thriller existencial.
El otro, "Comment j´ai tué mon père", ratifica el talento de una joven realizadora, Anne Fontaine, que en este caso ha elaborado un finísimo y penetrante estudio de las relaciones familiares a través del reencuentro entre un hombre que prefirió atender a su íntima necesidad de libertad y de aventura antes que a sus obligaciones paternas y sus dos hijos, ya adultos. Bajo el aparente sosiego burgués en casa del médico prestigioso y de su esposa -Charles Berling y Natacha Regnier, la rubia de "La vida soñada..."- hay una crispación de sentimientos contradictorios que la inesperada reaparición del padre- ¿real o imaginada?- ha puesto en movimiento. La frialdad del film es sólo aparente, tanto como la quietud de la casona donde todo transcurre, o como el gesto imperturbable del magnífico Michel Bouquet. Y si en la superficie es el ejercicio de estilo lo que primero llama la atención del trabajo de Fontaine, hay sin duda sagacidad y sutileza poco comunes en la descripción del complejo vínculo que la directora se atreve a examinar sin preconceptos y sin temor.
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