El Festival de Mar del Plata, contra viento y marea
Desde su resurgimiento en 1996, el Festival de Mar del Plata –con el aval de su rica historia que había arrancado en 1954 y con el masivo y entusiasta apoyo del público– ha sido capaz de resistir los múltiples cambios de gestiones y perfiles. Este año, ya sin el consorcio tripartito que funcionó en 2011, el Incaa se ocupó de buena parte de la organización y del financiamiento. Y, más allá de que se le adosaron eventos ligados a la política oficial (como el multitudinario Encuentro de Comunicación Audiovisual), la muestra sigue ofreciendo una cantidad, calidad y diversidad de películas, eventos e invitados que avalan su lugar de privilegio en el circuito internacional.
No toda la oferta es igualmente valiosa (se perciben fuertes tensiones entre programadores más audaces y otros más conservadores), pero este año, además de la siempre imponente oferta latinoamericana (sobre todo, argentina), se pudo descubrir lo más nuevo del cine coreano y español, en ambos casos con la presencia de amplias delegaciones que presentaron los films al público.
El festival intentó –y en muchos casos logró– conectar con la sociedad marplatense, muchas veces reticente ante la "invasión" de un evento concebido desde Buenos Aires. En ese sentido, la sección dedicada al universo de los skaters (son miles los jóvenes que practican ese deporte en la ciudad), con proyecciones y recitales al aire libre en el skatepark ubicado a metros del Casino Central, resultó una de las innovaciones más exitosas de este año.
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