La cárcel como metáfora
Desde hace ya varios años, son muchos los críticos de cine que vienen sosteniendo que los mejores trabajos (y las mayores posibilidades de experimentación) se están dando en el universo de las series y no en el de las películas. Si The Wire, Homeland o Breaking Bad –entre muchas otras– llamaron la atención por su calidad, en los últimos tiempos apareció un inesperado nuevo "jugador": el gigante del streaming hogareño Netflix.
En un mercado que estaba dominado por producciones de HBO, Showtime o AMC, surgió Netflix con una certeza: era más "barato" y mejor para el marketing crear sus propias series que pagar millones y millones por materiales de terceros. La consolidación definitiva de Netflix como un competidor insoslayable en la producción de series originales llegó hace una semana con el estreno de la primera temporada (ya se confirmó que habrá una segunda) de la excelente tragicomedia carcelaria Orange is the New Black. Creada por Jenji Kohan (Weeds) a partir de las memorias de Piper Kerman, una universitaria que se declaró culpable y a los 34 años pasó 15 meses de prisión por tráfico de drogas y lavado de dinero, Orange is the New Black se suma a la tradición de buenas series de y sobre mujeres que viene desde Sex and the City, The L Word y Girls.
Para quienes esperen historias de explotación como las del cine argentino de los años 80 (Atrapadas o Correccional de mujeres), deberán saber que Orange is the New Black aborda temas como el racismo (la inmensa mayoría de las detenidas son negras o latinas), los abusos sexuales, las drogas, el lesbianismo o el fanatismo religioso sin prejuicios, pero con una altura e inteligencia asombrosas.
Las poco más de doce horas de Orange is the New Black permiten acercarse a una sociedad estadounidense que esconde bajo la alfombra (o, mejor, detrás de las rejas) sus no pocas contradicciones y miserias. La protagonista es una encantadora rubia de clase media (Taylor Schilling), pero el mayor logro de la serie es darles una infrecuente dimensión humana a inmigrantes, a marginales, a representantes de las minorías étnicas, religiosas y sexuales sin caer por eso en los estereotipos ni el paternalismo de la corrección política.
Otro hallazgo de la serie es su estructura coral. Si bien hay una clara (anti)heroína que es Piper Chapman y los ejes principales de la trama son las relaciones con su novio (Jason Biggs), con su mejor amiga y socia Polly (Maria Dizzia) y con su ex amante (Laura Prepon), también enviada a la misma prisión, cada episodio recupera –a través de múltiples flashbacks– las historias de cada uno de los conflictivos y conflictuados personajes secundarios que interpretan extraordinarias actrices como Natasha Lyonne, Kate Mulgrew, Dascha Polanco, Laverne Cox o Michelle Hurst. Y no falta tampoco la mirada hacia los muchas veces manipuladores y abusivos guardiacárceles y funcionarios del correccional. Así, con un fuerte sesgo de crítica social, pero con muchos momentos de humor negro e intensidad emocional que alcanzan una gran intimidad, Orange is the New Black surge como una verdadera joya dentro del diverso y muy rico panorama de las series contemporáneas.
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