El actor argentino revela cómo personificó al mítico periodista en El hombre que amaba los platos voladores, de inminente estreno, adelanta sus otros proyectos y reflexiona sobre su evolución profesional
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“Lo primero que me aparece es esto. Estar rodando una toma, mirar al cielo y comprobar que en algún lugar hubo magia. Alguien nos está hablando acá”. Frente a LA NACIÓN, en el comienzo de una extensa charla, Leonardo Sbaraglia se activa con el primer recuerdo del rodaje de El hombre que amaba a los platos voladores. Como si en el gesto quisiera abarcar con su cuerpo un espacio cada vez más grande para no dejar nada afuera.
Ese movimiento es la representación perfecta de una expresión a la que volverá varias veces durante el diálogo. “Tenés que expandirte. Hay personajes, estén donde estén, que empiezan a instalarse al lado tuyo y adentro tuyo”, dice. Uno de ellos es José De Zer, una figura convertida en mito desde la TV argentina de los años 80, sobre todo como artífice de las más recordadas crónicas sobre fenómenos extraterrestres que se recuerdan en nuestra historia mediática.
Aquellos relatos recurrían a monumentales dosis de fantasía para presentar la realidad de otra manera y convertirla en noticia televisada en la pantalla del viejo Nuevediario. Con ese mismo espíritu, moviéndose todo el tiempo entre lo verosímil y la imaginación, Sbaraglia lleva al cine el momento cumbre de la carrera de De Zer, aquel revelador viaje a las sierras de Córdoba que lo convirtió en artífice de las más recordadas crónicas sobre supuestos fenómenos extraterrestres de toda nuestra historia mediática.
De eso habla El hombre que amaba los platos voladores, dirigida por Diego Lerman (Refugiado, La mirada invisible, Una especie de familia, El suplente) que se estrenará en los cines argentinos el jueves 26 de este mes y llegará a Netflix el 18 de octubre. Antes, a partir del próximo viernes 20, participará en la competencia oficial del Festival de San Sebastián.
Sbaraglia está convencido de que todo lo que rodea a esta película parece formar parte, parafraseando a los Beatles, de una gira mágica y misteriosa. “Yo debuté en el cine con La noche de los lápices, que habla de aquellos hechos trágicos de 1986. Es el mismo año en el que transcurren los hechos que vive José De Zer en esta película. Y el preestreno de El hombre que amaba los platos voladores es el 16 de septiembre, aniversario de la Noche de los Lápices. Es reloco todo”, detalla Sbaraglia, mate en mano y con gesto de asombro.
-Coincidencias que en el fondo no parecen tales.
-Hay algo en este caso que no sabemos muy bien dónde está, que no conocemos y que encierra un misterio. Una trama que no terminamos de comprender hasta que de pronto todo empieza a cruzarse. Un mes antes de empezar esta película yo estaba filmando la serie de Menem y ahí viví una serie de situaciones afortunadas que también se dieron acá.
-¿Recordás alguna?
-Un día estábamos rodando una escena que, al final, no quedó en la película. Yo tenía que salir desnudo, desesperado y loco, totalmente obsesionado con esa montaña de la que supuestamente emanaba el misterio. Eran las 6 de la tarde, el cielo encapotado, se estaba largando a llover. Y en el momento exacto de la toma, atrás mío, empiezan a caer rayos que parecían efectos especiales. Todos nos quedamos con la misma sensación.
-¿Cuál?
-Que hay cosas que uno puede imaginar y tienen de entrada un sentido mágico. Y que la ciencia quizás pueda explicar dentro de 300 o 3000 años. Como la lluvia que devuelve el agua a la tierra y de allí nace el trigo para que un pueblo entero se alimente. Esas cosas al principio se atribuían a algún sentido mágico y mucho después empezó a entenderse que forman parte en realidad de un sistema que antes era desconocido para el hombre. Misterioso.
-Tenés 54 años y 40 de carrera. Y llegaste, por lo que venís contando, a una etapa de tu vida en la que reconocés que hay cosas que están fuera de tu entendimiento y no sabrías explicar.
-Cuando ya pasaste la cima de la montaña y empezás a bajar, vislumbrando algún tipo de final, empezás a hacerte otras preguntas. Ese es el tema de la película, y por qué no, el de toda la humanidad. Frente a la mortalidad uno empieza a encontrar respuestas vitales.
-No siempre. A veces nos encontramos de frente con la angustia, por ejemplo.
-Quiero decir que uno intenta dirigirse siempre en la búsqueda de respuestas vitales para sobrellevar la idea misma de la muerte.
-¿Y qué tipo de respuestas salieron a buscar Lerman y vos en esta película?
-Un año antes del rodaje, Diego me dio el primer guion, muy diferente al que quedó. Ahí ya me dijo que quería contar la historia de una persona que empezaba a perder el contacto con los ejes de la realidad. Después se sumaron otras versiones, más lo que fuimos improvisando y agregando mientras filmábamos. Hacer esta película fue algo muy fuerte, que se relaciona con las etapas de la vida que nos toca atravesar. Nuevos lugares en los que uno se va parando. Por eso no puedo separar a esta película de lo que me pasó el año pasado cuando me tocó hacer de Carlos Menem.
-¿Cómo fue eso?
-Menem y De Zer son personajes que te obligan a expandirte. Empiezan a estar al lado tuyo, adentro tuyo, en la imaginación o energéticamente.
Viajar con el personaje
-¿Será porque se trata de personas reales y no seres de ficción?
-Seguramente. Yo dejé entrar en mi vida a José De Zer. Hay videos suyos, que debo haber visto 1553 veces. Los ves, los ves, los ves, los ves y no parás. Y con cada visión entendés algo nuevo. Lo que al principio es nada más que una cáscara, se va metiendo adentro tuyo y empezás a viajar con el personaje adentro. En este caso, con una persona de la vida real, a la que tenés que rendirle respeto.
-¿Recordás cómo veías a José De Zer en 1986?
-Tenía 16 años, laburaba todo el día. Todo el mundo decía que era un tipo muy gracioso. Yo veía una televisión amarillista que buscaba el efecto y el rating. Pero el tiempo te cambia la perspectiva. Nosotros hicimos mucha investigación para esta película. Fuimos a Canal 9, hablamos con productores y editores que trabajaron con él. Todos respondían lo mismo. ¿De Zer? Un capo. Un tipo que te sacaba una historia completa de una piedra. Hay que tener mucha imaginación, inteligencia y capacidad lúdica para conseguirlo.
-Ahora mirás toda esa realidad de otra manera.
-Yo me enamoré de ese personaje. De su luz y de su vitalidad. De esa capacidad de construir y transformar la vida con imaginación. José y el Chango Torres, el camarógrafo que interpreta maravillosamente Sergio Prina, son como el Quijote y Sancho Panza. Van a buscar los platos voladores que son como los molinos, los dragones.
-Muchos vimos a José De Zer desde la tele como un gran encantador.
-No de serpientes. Ese era Carlos Menem [risas].
-Y te tocó sucesivamente personificar a dos grandes seductores.
-Y recorrer con ellos dos décadas enteras de la Argentina. Los 80 y los 90.
-Esa manera de encantar y de convencer a los demás en el fondo no es muy distinta a lo que hace un actor. Aparece ahí la esencia de tu oficio.
-A medida que vas creciendo como actor, si tenés ganas de seguir aprendiendo e investigando, llegás a lugares nuevos. Es lo que me pasa hoy. Yo estoy cada día más enamorado de esta profesión. Y en este momento de mi vida estoy encontrando personajes que me obligan a expandirme, que me ayudan a superar mis propios límites y descubrir otra realidad que a lo mejor estaba escondida en la sombra.
-¿Qué encontraste, como actor, al meterte en la piel de este personaje? Sobre todo porque nunca dejamos de verte a vos detrás de la personificación. No imitás a José de Zer, podemos reconocerte todo el tiempo detrás de esa máscara.
-Me identifiqué con cosas nuevas y accedí a lugares a los que nunca antes me animé a entrar. A veces esas cosas te llegan cuando no estás preparado. Y a veces pasan de largo. Pero en mi caso aparecieron en un momento de madurez, crecimiento, experiencia. En este momento yo me siento muy maleable como actor. Me siento mucho más plástico, menos rígido. Cuando estás más seguro, ya no te aferrás tanto al ego. Y salgo como en este caso junto al director a descubrir la historia y conocer al personaje. No hice este viaje solo, sino con la persona que en este caso manejó el avión, el auto, el cohete o el plato volador, lo que se te ocurra.
-Nunca habías trabajado hasta ahora con Diego Lerman.
-Diego es un hermoso ser humano, muy receptivo. A mí me gusta mucho ensayar antes del rodaje y con Diego estuvimos dos meses ensayando. Pensá que los actores llegamos un día a un proyecto que el director lleva trabajando durante cuatro o cinco meses. Sabe mucho más que vos sobre el tema. Ahí llegás para ocupar un lugar esencial, pero siempre recogiendo el guante de todo lo que se venía haciendo. En ese momento, lo importante para mí no solo fue tratar de entrar en el alma de José De Zer, sino también en la de Diego Lerman. Tenés que ser un aliado del alma del director. Cuando entendés eso, todo se hace mucho más fácil para un actor.
-Aparecés en casi todos los planos de la película.
-Fueron diez semanas de rodaje, 12 horas por día, de lunes a sábado.
-Y viajando por Córdoba, San Luis, Mendoza. Hay muchas imágenes de exteriores, en el campo abierto.
-Fue una locura. El cine argentino tiene cada vez menos oportunidades de ese tipo. En los años 90 las películas se rodaban en 10 semanas, pero después el plazo se redujo a seis, siete, y hoy con suerte llegamos a cinco. La película tiene una envergadura de producción que hoy es muy difícil de conseguir.
Extrasensorial
-¿Haber hecho esta película abrió tu curiosidad en relación con los fenómenos extraterrestres y esas cosas.
-No particularmente. Pero ahora entiendo que los platos voladores no necesariamente tienen que estar arriba nuestro. Pueden estar abajo, en esta mesa o en una frecuencia que no entendemos. Quizás no tenemos las antenas preparadas para entender algunas cosas que pasan a nuestro alrededor.
-En los últimos años te volcaste mucho a la comedia, especialmente en las películas que hiciste con Ariel Winograd, como Hoy se arregla el mundo, El gerente y la serie de Menem. Veo al expresidente y a José De Zer también en esa cuerda, pero al mismo tiempo son personajes con misterio, llenos de secretos, enigmas y alguna oscuridad. ¿Estás buscando este tipo de roles deliberadamente?
-Seguramente algunos dicen, “¡che, qué bien que está eligiendo Sbaraglia!”. Pero no es tan así. Estoy en un lugar en el que, por suerte, me llegan y me ofrecen algunas de las mejores cosas que se producen acá. Las más interesantes. Tengo el privilegio de sumarme a ellas.
-¿Te sentís hoy parte de lo que llamamos el star sistem argentino? ¿Pensás que la gente hoy está diciendo “vamos a ver la última de Sbaraglia”?
-Ojalá. Es muy linda esta comunicación directa con el público. Hay quienes me siguen desde que empecé, hace 40 años, y crecieron conmigo. Y nuevas generaciones que recién empiezan a verme. Nunca hasta ahora tuve una relación tan “popular” con el cine como la de hoy, solo me había pasado algo así con la tele. Tuve una experiencia cercana en los 90, con Caballos salvajes y Plata quemada. Pero ahora, desde Relatos salvajes, vuelvo a sentir ese reconocimiento. Igual, en mi caso, siempre jugué con un pie adentro y otro afuera.
-Con varios proyectos muy independientes, como Errante corazón, No te olvides de mí o Finde.
-Ahí sí tomé la decisión de sumarme a proyectos personales que me interpelaban mucho. Pero ahora me toca una seguidilla mucho más cercana a lo popular.
-Filmaste con Winograd la serie de Menem para Amazon Prime Video y acabás de terminar Las maldiciones, a las órdenes de Daniel Burman, para Netflix. ¿Estas series son la nueva televisión?
-Sí. Cambió mucho la dinámica de la TV y las ficciones pasaron de los canales abiertos a las plataformas. Da pena, igualmente, que en los canales de aire se vean más series turcas y mexicanas que con nuestros actores, tantos y tan maravillosos. Quizás en algún momento podamos recuperar ese espacio. Yo no pierdo las esperanzas.
A las tablas
-¿Y el teatro? ¿Lo tenés guardado?
-Estoy empezando a ensayar algo que no quiero comentar porque todavía no está cerrado. Si todo va bien me gustaría llegar al estreno antes de fin de año.
-¿Cuándo se estrena la serie de Menem?
-No lo sabemos. Cuando estábamos rodando, siempre tuvimos en claro que Prime Video pensaba en una fecha de 2025 para el estreno. La serie está prácticamente terminada y podría estrenarse este año, pero la política de distribución y marketing de las plataformas pasa por otro lado. Sobre eso no tengo información.
-De nuevo aparecen las coincidencias. Después de Menem te tocó personificar a otro político poderoso del interior argentino en Las maldiciones. En este caso un gobernador del norte metido en problemas, entre otras cosas por el tema del litio.
-En las dos hay diálogos con la realidad, pero son series muy diferentes. Hacer de Carlos Menem fue el desafío más importante de mi vida. Me obligó a jugar en otra liga, no solo profesional sino, entre comillas, espiritual. Tuve que jugar en un terreno en el que la energía del personaje me era muy ajena. Y no es casualidad que después haya aparecido un personaje como el que interpreto en Las maldiciones, que me obligó a separarme de Menem.
-¿Qué distingue y qué iguala a estos proyectos?
-La serie de Menem es una comedia, con tintes atravesados por la tragedia. Y la de Burman es una serie con una estructura tremendamente original. Ya lo van a ver. Son apenas tres episodios que dialogan y se mueven como una especie de rompecabezas.
-Te estás por ir a San Sebastián con El hombre que amaba los platos voladores. ¿Tenés algún proyecto en vista fuera de la Argentina?
-Todos mis proyectos tienen como base a la Argentina. Acá estoy y sigo desde que volví de España hace 15 años. Existe la posibilidad de sumarme a una segunda temporada de Las azules, un muy lindo proyecto que hice en México para Apple TV+. Y me llamó el director español Antonio Hernández, con quien ya había filmado allá La ciudad sin límites y Ocultos. Pero 2023 fue tan duro que no podía estar para cuando él me necesitaba, a principios de este año. Tuve la serie de Menem, El hombre que amaba los platos voladores, antes había hecho Elite, Todos mienten. Fueron cuatro años en uno para mí. Este año debería estar mirando el techo. Pero por suerte estoy con mucha energía y entusiasmo.
-Hace unos días recibiste un reconocimiento en la fiesta de los premios Sur y hablaste con preocupación sobre la realidad del cine argentino.
-Es un momento objetivamente muy difícil, muy duro. Hay muchas cosas para analizar y corregir en el Incaa, que regula nuestro terreno de trabajo. Lo más importante es que por decisiones políticas se está dejando morir a una industria tan fuerte e importante para la Argentina como la del cine. Una industria que funciona y da trabajo a muchísima gente. Quizás para el Presidente no sea importante defender la cultura argentina. Yo opino que sí.
-¿Hay algún personaje soñado que imaginás en el horizonte, cercano o no?
-Todavía no. Me gustaría por supuesto visitar a los grandes autores. Ojalá me toque. Y hacer más teatro, porque tiene mucho que ver con todo esto de expandirse como actor. Pero las respuestas van llegando solas. Como desafío personal, diría que en algún momento me gustaría dirigir, aunque fuera un corto. Por lo menos para probar, hasta de manera experimental, para saber dónde está mi mirada.
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