La nueva vida del cine es digital
Las funciones a sala llena de la Cuarta Semana de Cine Europeo, que concluye pasado mañana en el Gaumont, se caracterizan por la masiva y entusiasta concurrencia de esos veteranos que viven un largo romance con las películas gracias a los maravillosos oficios del Cine Club Núcleo y que siguen levantando la noble (y disfrutable) causa de ver cine en el cine.
A esa inmensa mayoría que habrá disfrutado con las nuevas obras firmadas por clásicos contemporáneos como Ken Loach o Michael Haneke le resultará indiferente conocer detalles y explicaciones sobre la evolución tecnológica de la proyección cinematográfica. Se quedarán con la impecable proyección digital de los títulos programados por el director artístico de Cannes, Thierry Fremaux, para reforzar la idea del cine como experiencia compartida en los términos del puro goce estético. Verdad de Perogrullo: cuanto mejor se ve y mejor se escucha, una película se disfruta mucho más. Ya la proyección digital ayuda a eso.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando ese mismo espectador unido al cine por tantos vínculos afectivos y simbólicos recibe la noticia de que muy pronto esa imagen tradicional y romántica asociada a las latas, a los rollos de película, al proyector en 35 mm y a la propia palabra "fílmico" desaparecerán muy pronto? ¿Comenzarán, acaso, a sentir que su propia manera de ver el cine también empieza a extinguirse o, en el mejor de los casos, a seguir funcionando sólo como pieza de museo, en el sentido más literal de la expresión?
Estamos ante una nueva transformación que a velocidad supersónica modificará en forma decisiva y con alcance global todas las instancias ligadas al comportamiento de los actores cinematográficos, desde quien concibe una película hasta quien la consume en una sala. Pero la digitalización (a todas luces una alteración revolucionaria, un cambio de paradigma) no debería sorprendernos en su esencia. Al fin y al cabo, antes que el cine tuvimos el cinematógrafo, ese artificio técnico creado por los hermanos Lumiére, a partir del cual quedó claro que el gran arte del siglo XX avanzaba en compañía de la inexorable evolución tecnológica de las herramientas que lo hacen posible.
Hoy presenciamos una nueva manifestación de ese avance, pero con ribetes más extraordinarios, novedosos y transformadores de lo habitual. Sobre todo, porque lo que se deja en el camino es nada menos que la despedida definitiva de esa materia prima que desde siempre se utilizó para poner en movimiento al cine. Lo ilustra mejor que nadie la portada de la edición de noviembre de la revista especializada Haciendo Cine, con la imagen de una lápida con dos fechas: 1863 y 2013. El nacimiento y la muerte del celuloide.
En esas páginas, un magnífico y completo informe explica algo que desvela a la industria y, de a poco, comenzará a llamar sin dudas la atención del espectador: de aquí a 2014 no habrá más copias en 35 mm. Las fábricas que se ocupaban de elaborar material fílmico (Agfa, Fuji, Kodak) dejarán de hacerlo muy pronto y deberán reconvertirse urgentemente si no quieren desaparecer por completo. También dejaron de hacerse las tradicionales cámaras Panavision en 35 mm.
El futuro es digital. Y el presente, también. Ya hay varios países (China, Noruega, Bélgica, Holanda, Hong Kong, Taiwan, Singapur) que tienen el 100% de sus pantallas cinematográficas digitalizadas. Esto quiere decir que cualquiera de sus salas exhibe cine en altísima calidad de imagen y sonido desde proyectores que utilizan discos rígidos similares a los de cualquier notebook. Hasta ahora, la copia de un título estándar, de 90 minutos, se guardaba en seis rollos y pesaba 15 kilos, con todos los costos imaginables de acopio, traslado y deterioro progresivo. Ahora, el soporte físico de ese mismo título es un disco duro de mucho menor peso que permite, además, acumular mucho más material y cuyos archivos se abren por tiempo limitado mediante una "llave" habilitada y homologada por la propia industria. Como no habrá más fílmico después de 2013, las salas que no se adapten a los nuevos formatos pasarán a la historia.
En la Argentina, como en todo el mundo, el proceso de digitalización es irreversible, pero acusa tiempos más lentos en comparación con otros países debido, en buena medida, a las dificultades para la importación de equipos. De las 830 pantallas con que cuenta nuestro país hay casi 200 ya digitalizadas y se espera, si se flexibilizan las rígidas normas aduaneras, que para el año que viene podría llegarse a un 50% del parque total de cines ya digitalizados.
Hace ya un año, la presidenta del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, Liliana Mazure, había revelado a la nacion que el organismo y la empresa estatal ArSat suscribirían un convenio, hoy en plena marcha, para dotar de equipamiento digital a los 50 espacios Incaa de todo el país y a un centenar de salas con algún grado de valoración histórica o patrimonial. Al mismo tiempo, el Incaa promovió junto al Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) una línea de créditos a tasa preferencial para que las cadenas puedan adquirir los equipos de proyección digital y adaptarse lo más rápido posible a la nueva realidad. La inversión no es pequeña: se habla de unos 500.000 pesos por sala.
Hoy mismo, a las 13, en una de las actividades más esperadas de Ventana Sur, la industria seguirá atenta un debate titulado "La transición hacia el nuevo horizonte digital del cine". Uno de los expositores, el coordinador del programa de digitalización de las salas en el Incaa, Ariel Direse, dijo a la nacion que el objetivo del organismo pasa "por la plena digitalización del parque exhibidor argentino, la ampliación de negocios en términos de exhibición y distribución y la discusión sobre el tema de la hegemonía tecnológica". El Incaa sueña con transformar a la Argentina en el primer país digital de América latina, pero al mismo tiempo observa con reparos algunas de las propuestas del DCI (por sus siglas en inglés, Digital Cinema Iniciatives), el organismo creado por las majors de Hollywood para consolidar la digitalización en todo el mundo y la labor de las "integradoras", empresas encargadas de negociar entre distribuidoras y cines las proyecciones digitales a través de un cargo que permite ahorrar el uso de fílmico y facilitar el equipamiento a cambio de la exhibición de determinados títulos.
Las derivaciones del cambio son múltiples. Ninguno de los eslabones de la cadena (estudios, distribuidores, exhibidores, organismos públicos fiscalizadores) será el mismo al final del proceso. Tampoco el espectador común y corriente, que disfrutará las mejoras de imagen y sonido, pero no dejará de extrañar esos símbolos del cine: las latas, los rollos, el celuloide.
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