La película política de Clooney
TORONTO.- George Clooney inició el rodaje de su sexta película como director hace casi un año, el 11 de octubre de 2016, en Los Ángeles. Pero algunas de las imágenes más contundentes de Suburbicon, objeto de una atención especial por estos días aquí después de su estreno mundial en Venecia, tienen una conexión con la actualidad tan poderosa que parecen haber sido hechas como respuesta directa a lo ocurrido apenas un mes atrás en Charlottesville, Virginia. Allí, el 12 de agosto, un automóvil a toda velocidad conducido por un neonazi se estrelló deliberadamente contra un grupo de manifestantes en medio de una protesta antirracista y provocó la muerte de una mujer llamada Heather Heyer.
Las semejanzas están a la vista. En un momento de la ficción de Suburbicon, ambientada a fines de la década de 1950, un supremacista blanco coloca sobre la ventana de una vivienda la bandera confederada que levantaron los ejércitos del sur esclavista durante la guerra civil librada en Estados Unidos entre 1861 y 1865, y lo festeja con gritos demenciales. El personaje podría perfectamente ser antepasado directo de alguno de los supremacistas blancos que desfiló amenazante en Charlottesville para protestar contra la decisión de las autoridades de retirar una estatua del general sureño Robert E. Lee, cuya capitulación ante su par unionista Ulysses Grant puso fin a la Guerra de Secesión.
Los hechos de Charlottesville resultaron tan serios que dispararon una ola de protestas en distintos lugares de la geografía estadounidense, con reminiscencias de aquellos viejos conflictos fratricidas del siglo XIX. El disparador, una vez más, es el odio racial. La película de Clooney refleja esos hechos en un espejo muy particular: la realidad es la misma, pero narrada en Suburbicon con el espíritu y la letra de la sátira más oscura.
En una extensísima nota (portada y 10 páginas) que acaba de publicar The Hollywood Reporter, Clooney dice que quiso deliberadamente contar con violencia y enojo la historia de su nueva película, que tiene previsto su estreno en la Argentina en noviembre con el título de Suburbicon: bienvenidos al paraíso. "Vivimos en un tiempo en el que hace falta abordar ciertas cuestiones, y desafortunadamente esas cuestiones no han sido todavía exorcizadas del todo", agregó.
La película se instala en una de esas comunidades suburbanas de apariencia idílica que funcionaron como símbolo de la prosperidad y el confort de los años cincuenta. Detrás de ella aparece una realidad ominosa y temible cuando varios de los pobladores reaccionan y explotan de furia ante la llegada de una familia de raza negra. Esa circunstancia se suma al retrato negrísimo de la familia protagónica, cuyos personajes principales encarnan Matt Damon y Julianne Moore, surgido de un viejo guión que los hermanos Ethan y Joel Coen nunca llegaron a filmar y ahora enriquecieron y adaptaron Clooney y su viejo compinche Grant Heslov. En los créditos figuran los cuatro.
Pero detrás de una sátira que no podría ser más despiadada asoma también como inspiración un tremendo hecho de la realidad. En la película, las víctimas de la violencia racial son presentadas como integrantes de la familia Meyers. Una mención casi explícita al calvario que sufrieron en la vida real William y Daisy Meyers, junto a su pequeña hija Lynda, en Levittown (Pensilvania) en agosto de 1957. El conflicto se extendió durante varios meses y, como cuenta The Hollywood Reporter, los Meyers se transformaron en algo que no imaginaron ni desearon, símbolos de la incipiente lucha por los derechos civiles que alcanzaría su máxima expresión durante la década siguiente.
Desde una perspectiva bastante lejana a la de una película política convencional, Clooney podría adquirir con Suburbicon el liderazgo simbólico de la lucha que el activismo hollywoodense lleva adelante contra la administración de Donald Trump.
El carismático actor volvió a decir en los últimos días que no tiene intención alguna de declinar en esta etapa de su vida el éxito artístico para volcarse de lleno a la política. "¿Yo, presidente? Noooooo. Aunque, de verdad, cualquiera lo haría mejor que el que hay ahora", dijo hace pocos días en Venecia. A los 56 años, feliz esposo de la abogada y activista de derechos humanos Amal Alamuddin, flamante padre de mellizos, Clooney parece más concentrado en elaborar proyectos detrás de las cámaras que en continuar con su carrera de actor. "En la medida en que uno envejece, los personajes se hacen menos interesantes. Yo ya no soy la estrella principal. Nadie quiere verme de nuevo besando a la chica", le dijo a la publicación hollywoodense.
Pero lo que no piensa resignar es la continuidad de sus conversaciones y encuentros con el ex presidente Barack Obama y un compromiso humanitario que lo llevó en las últimas semanas a donar junto con su esposa un millón de dólares a la organización Southern Poverty Law Center (que lleva adelante acciones contra el racismo) y a reconocer por primera vez en la conversación con The Hollywood Reporter que alojó en una propiedad suya de Kentucky a un refugiado iraquí, hoy estudiante de la Universidad de Chicago. "Estaba arriba de un ómnibus en Mosul. EI les disparó a los dos conductores y les dijo a los pasajeros que iban a dispararle a todo aquel que quisiera ir a estudiar a una universidad. El chico logró sobrevivir, llegó a Estados Unidos y pasó todas las pruebas para conseguir una buena educación y pensar hacia adelante. Esto es algo que sí podemos hacer", narró Clooney.
La división que marcó a los críticos en Venecia se contagió a Toronto, donde Suburbicon ya disparó más de una polémica sobre el modo en que Clooney parece haberse apropiado de ese universo cínico y mordaz que caracteriza e identifica al cine de los hermanos Coen. Pero en lo que no habrá discusiones es alrededor del sentido político urgente que subyace en la trama de la nueva película de Clooney y que el propio realizador admitió. Suburbicon está aquí a la cabeza del debate político junto con The Last Year, documental sobre el último año de la administración de Barack Obama, y una rareza, The Death of Stalin, del británico Armando Iannucci, el creador de la serie Veep.
"Cuando empecé a mostrar esta película, mucha gente me dijo que la asociaba con Trump, Putin y el debate alrededor de las noticias falsas -explicó Iannucci hace muy poco-. Pero en verdad mi película habla de las autocracias, y lo que pasa cuando la democracia entra en crisis y aparece una sola persona que decide todo. Esto también resuena ahora todo el tiempo y no me causa ningún agrado".
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