La seducción de Frederica
-Frederica todavía no regresó -dice el eficiente conserje del apart hotel-; salió como siempre, muy temprano. Pero debe estar por llegar. Ya sabíamos que usted vendría.
-Gracias, de todos modos faltan casi diez minutos para el mediodía, de tal modo que la espero aquí. ¿Habrá salido a comprar algo? -arriesga LA NACION, como para asegurarse de que no hubo un malentendido sobre la hora de la entrevista.
-¡No!, ¡no!, -y el hombre es vehemente y efusivo-. Frederica hace una caminata muy temprano y después va a un gimnasio por acá cerca.
Llama la atención el uso familiar del nombre de pila de la mezzosoprano y la manifiesta admiración del conserje, que continúa: "Es una señora extraordinaria, porque nunca vi una mujer tan amable, hermosa aún hoy, y eso que ya es grande. ¡Lo que debe de haber sido de jovencita..., porque es bárbara!... ¡Y qué buena es!... Mire, a mí, cada día, cuando llega desde aquel pasillo, me canta una canción y su voz es impresionante...; quizá sea algo de ópera..., no lo sé bien... Sabe..., yo nunca fui al Colón y no sé nada de eso, pero ¡cómo me gustaría verla ahí... Además..., ¡qué vergüenza no conocer el Colón!"
No habrían pasado cinco minutos, cuando Frederica von Stade llegó con vestimenta deportiva y gestos de deliciosa dulzura para pedir disculpas por la demora, que en realidad no era tal. Este cronista propone postergar la entrevista para darle tiempo de que la cantante tal vez se dé una ducha o se cambie la ropa.
-No, de ninguna manera -dice Von Stade en su español con acentos de los varios idiomas que habla, y con seductora sonrisa cómplice-. A usted no le va a molestar venir a mi departamento para tomar un café.
Subir en el ascensor con ella es acompañar a una de las grandes figuras del arte lírico de nuestro tiempo. Una artista exquisita que comenzó su carrera en el Metropolitan de Nueva York, en 1970, en "La flauta mágica", de Mozart, compositor del que sería brillante intérprete. Su Cherubino en "Las bodas de Figaro" de 1973 fue un éxito rotundo, así como sus posteriores presentaciones en Salzburgo y en los Festivales de Glyndebourne.
La belleza de su timbre vocal, su musicalidad y su dominio de varios idiomas fueron los factores para que abordara un amplio repertorio lírico, con obras de Monteverdi, Rameau, Massenet, Debussy, entre otros, el repertorio sinfónico vocal y el de la canción de cámara.
Al llegar al segundo piso entramos a un departamento amplio. El sol del mediodía penetra, brillante, por los ventanales. Frederica abre la alacena, toma una frasco con café, enciende el fuego, saca de la heladera un poco de leche, busca las tazas, platitos y cucharitas.
-¿Toma el café con leche o solo?, ¿amargo o dulce?, ¿quiere algo para acompañarlo? -pregunta como una perfecta anfitriona. La cafetera comienza su tarea.- Sí, hay que esperar un poco -dice Frederica-, después vamos allá y comenzamos la charla, ¿está bien?
-No hay apuro, además, éste será un café inolvidable. ¿Cómo se encuentra en Buenos Aires? ¿Cómo se siente al interpretar a la rica viuda Hanna Glawari, de Lehár, en el mismo escenario donde hace dos años interpretó a la Melisande de Debussy?
-Estoy contenta de volver una vez más al Colón, que es un teatro que está entre mis favoritos -explica con voz pausada-; pero tengo mucha tristeza por los problemas de la Argentina, y me entero por personas de mi amistad que los pagos se demoran mucho, entonces se palpa una ausencia de espíritu, de ganas de hacer cosas, y observo desorganización e indisciplina ¡Qué pena!, porque no es posible que ustedes tengan tantos problemas... La gente que trabaja en el Colón es estupenda y puede dar mucho más. Hasta la ciudad, ¡Buenos Aires, nada menos!, está diferente, como triste. Mire, yo vine cuatro veces, primero para hacer Sexto, en "La clemenza di Tito", de Mozart, me parece que en 1980, después otro año para conciertos, luego para interpretar Pelleas en la obra de Debussy, ahora para la opereta de Lehár y observo cosas que me dan pena. Por fortuna -agrega Frederica- debo decir, que con los ensayos estoy muy conforme porque el elenco es excelente y espero que todo saldrá bien. Tenemos un tenor como Paul Groves y un artista como Thomas Allen que son magníficos. Con respecto al personaje, me gusta mucho y toda la música me causa mucho placer
-La puesta es tradicional. ¿Qué piensa de las ideas tan en boga de modificar la época de la acción?
-Mire, la dirección escénica es de Lofti Mansouri, tradicional y excelente. Es la misma puesta que se ha hecho en teatros de los Estados Unidos con mucho éxito y, justamente, la producción es entre el Colón y la Opera de San Francisco, además está la batuta de Julius Rudel, que en este repertorio es como un pez en el agua.
-Y luego del Colón, ¿cómo sigue la carrera de Frederica? ¿Será ésta su última visita?
-Ah, eso es una cosa muy importante para mí -y la voz de Frederica adquiere un tono nostálgico-. Yo creo que ya llegó la hora de dejar el escenario. Pero estoy feliz, porque es el momento de agradecer toda la felicidad que se me dio en la vida por poder cantar, por poder hacer música. Agradecer a mis colegas, a los maestros, a todos los teatros y al público y también agradecer por haber formado una familia... además yo quiero estar con mi esposo y con mi perro, que tiene veinte años, ¡es muy viejo!.. Es que mis hijos se han casado -Frederica se toma el rostro-, y claro, se han ido cada uno a formar su propia familia... Pero a mí me gusta pensar en las etapas de la vida... Siempre hay que agradecer... Además, uno siente que ya, a esta altura, el público merece que uno mismo se retire, porque cada momento generacional tiene sus artistas, y hay que dejar el lugar a los que vienen. Quizá pueda dedicarme a la enseñanza del canto, pero no para dar clases de perfeccionamiento, sino para los chicos, los pequeños, en los colegios. Creo que no se está enseñando música a los niños como se debería hacerlo.
Las palabras de Frederica contienen una carga a la vez de realismo y de inteligente ubicuidad.
-Pero, Frederica, usted cantó hasta hace poco en el Metropolitan y tiene otros compromisos importantes...
-¡Oh, sí, sí! Canté "La viuda alegre" en el Met con Plácido Domingo -Frederica hace un gesto de alegría manifiesta al recordar su experiencia con el tenor español- pero fue el momento justo para decirle adiós al Metropolitan, ya todo terminó. Ahora hago más conciertos que ópera, y sólo los que tengo comprometidos en los próximos dos o tres años. Luego, a otra cosa. Es perfecto, es el tiempo de estar en casa. Yo creo -agrega con un tono risueño- que es el momento justo y con más razón por haber bailado en el Met con Domingo -ríe, contagiosa, y luego reflexiona- ahora me parece interesante entregar mi experiencia a los chicos, es lo mejor que se puede hacer en nuestra profesión. Todo lo acumulado con los años de trabajo hay que enseñarlo a los otros, a los jóvenes. Mire, el café ya está casi listo.
-Me parece muy bueno su criterio, Frederica, pero ¿no se advierte una disminución en la calidad de la ópera y del canto en general?
-¡No, no! Al contrario. Hoy tenemos figuras muy buenas y en cantidad. Hay una nueva generación admirable, entre las que está la argentina Virginia Tola, por ejemplo, o Susan Grahman o la misma Cecilia Bartoli. Además hay en el mundo una aceptación por la opera cada día mayor.
-Sí, es verdad, a pesar de quienes no lo creen así y de muchos director de escena que hacen cosas ridículas con la ópera ¿no le parece?
-Sí, pero a pesar de estar más lejos de ese mundo, ya se advierte que hay una vuelta a la racionalidad y a pesar de que hay lugares donde quieren siempre novedades, ya las locuras no van más. La moda de desvirtuar las obras ha decrecido. Bueno, en realidad eso pronto para mí tampoco será un problema, ahora es el tiempo de estar en casa -Frederica nuevamente acusa una nostalgia que trata de disimular-. Es que yo soy vieja -dice, y ríe-. A mí me gusta tener cincuenta y pico.
-Pero mejor es tener sesenta y pico...
-Oh, ¡ Good ! ¡ Good !, ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Uno siempre está mejor que hace diez años! -su risa es sonora-. El café está listo, ahora quizá se haya pasado.
Es el café más rico que haya tomado jamás. Frederica, con un gesto de paz, dice:
-Bueno, ahora podemos comenzar la entrevista.
-No, Frederica, ahora hay que saborear este café delicioso. Además, la entrevista ya está hecha y usted tiene que ir al ensayo, ¿no es verdad?
-¡Oh!, ¿ya está hecha?, ¡qué suerte! Mil gracias. Además, tiene razón, ya mismo debo ir al Colón, y jamás se debe llegar a tarde a un ensayo.
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