En la adaptación de la obra de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, el actor vuelve a jugar con su bigote en busca del prestigio cinematográfico
‘Los que aman, odian’
Guillermo Francella, Luisana Lopilato, Juan Minujín - Dirigida por Alejandro Maci / Dos estrellas
Poco tiene que ver con el cine la repercusión de Los que aman, odian, regreso a la cartelera de Alejandro Maci a veinte años del debut con El impostor tras una larga carrera en la televisión. El primer foco de atención de la película se disparó enseguida con el morbo del reencuentro familiar de los Argento de la versión local de la sitcom Casados con hijos, que incluye una muy tímida escena de sexo entre Guillermo Francella y Luisana Lopilato.
Adaptación de la novela policial escrita en los años 40 a cuatro manos por la pareja Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Los que aman, odian encuentra otra vez a Francella jugando con sus bigotes, gran símbolo de ese personaje televisivo que el comediante jubiló hace una década en Casados con hijos. Como si ese mostacho, marca registrada de sus comedias televisivas, debiera sufrir algún tipo de mutilación para meterse en la piel de personajes más elevados, Francella recortó su bigote y lo incorporó a una barba de tres días para Ana Katz en Los Marziano o en El misterio de la felicidad de Daniel Burman; lo transformó en candado en las comedias Rudo y Cursi y Corazón de León; y conoció el éxito al rasurarlo en El secreto de sus ojos y El clan, donde desviaba la atención de su labio superior con anteojos de marco grueso o peinando canas. Ese bigote que solo en la floja ¡Atraco! volvió a aquellos viejos tiempos de bañeros, papás y exterminators, esta vez se muestra finísimo, y en esos pelos recortados se encuentra un presagio de la avinagrada tradición de 'qualité', mucho más afín a lo literario que a lo cinematográfico, en la que se puede enmarcar Los que aman, odian.
Francella interpreta al doctor Huberman, homeópata que llega a un remoto hotel en la costa para descansar tras un desengaño amoroso. Allí casualmente encuentra a Mary (Lopilato), esa femme fatale de la que intentaba escapar, con su hermana y su cuñado, el apoderado de la familia y un nene huérfano, junto al personal hotelero. El encierro provocado por recurrentes (y simbólicas) tormentas de arena profundiza todo tipo de tensiones entre los huéspedes. La primera mitad de la película, más atractiva pero también más estirada y repleta de diálogos rimbombantes que exageran una aparente modernidad, parece un policial negro donde Lopilato hace y deshace romances a gusto. Pero el film de Maci se parte al medio cuando en una de las habitaciones del hotel encuentran un cuerpo y, sin necesidad de hacerse cargo de una mirada contemporánea sobre la violencia de género, se termina transformando en un chato 'whodunit' donde no se salva de las sospechas ni siquiera el todavía tibio cadáver.
Con Ricardo Darín como un faro que le marca el camino, Francella parece haberse propuesto escaparse de la tele para siempre y refugiarse en el cine, paseando por todo género posible en busca de un prestigio que aparentemente no se consigue en la TV. Pero el comediante todavía no parece sentirse del todo cómodo en la pantalla grande, como si el gigantesco reflejo de su rostro todavía sufriera allí el extrañamiento de no haber dado con la navaja del barbero indicado, ese que pueda delinearle un perfil que le calce mejor que su acostumbrado bigote televisivo y lo consolide en el cine.
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