Netflix: Operación Hermanos, un thriller político que peca de cierto triunfalismo
Operación hermanos (The Red Sea Diving Resort, Estados Unidos/2019). Guion y dirección: Gideon Raff. Fotografía: Roberto Schaefer. Montaje: Tim Squyres. Elenco: Chris Evans, Alassandro Nivola, Michael Kenneth Williams, Ben Kingsley, Haley Bennett, Michiel Huisman, Alex Hasselk, Greg Kinnear. Duración: 129 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Desde los años 70, las crisis políticas, los atentados a figuras públicas y las disputas entre facciones opositoras en cualquier país periférico pueden ser representados por el mainstream desde las formas del thriller, con amplias dosis de suspenso e intentos de rigor documental. Quizás lo que se ha ido perdiendo en estos tiempos, en parte por los dictados de efectismo de la ficción, es el rigor en el tratamiento de ese material histórico, condimentado en ocasiones de manera excesiva por las necesidades de sensacionalismo y la búsqueda de segura emoción.
Operación hermanos comienza en Etiopía en 1979, cuando un agente de la Mossad se infiltra en los campos de refugiados de Sudán, gobernada con mano dura por un dictador musulmán, para llevar a los judíos etíopes a Israel. Ari Levinson (Chris Evans) tiene todo lo que necesita un héroe: bondad, ideales, sacrificio. Su insistencia en permanecer en territorio enemigo, hasta conseguir la salida de todos los refugiados, es lo que el director y guionista Gideon Raff estructura como punto de partida: es esa terquedad en sus convicciones, que se desliza hacia cierto egocentrismo, la única mancha en la prístina imagen de este adalid de la libertad.
El maniqueísmo en la representación funciona por vía doble: permite establecer la oposición entre los villanos sudaneses, que amenazan y masacran a los refugiados cautivos, y los heroicos agentes del Mossad que utilizan un hotel costero como pantalla para sus operaciones de rescate; y es la mejor estrategia para los momentos de tensión, que siempre consisten en el juego con el último minuto, en el que se dirimen las posibilidades de éxito o fracaso de esas salidas clandestinas. Raff no carga las tintas con detalles de época, sino que imagina unos años 80 que comparten más de un rasgo con la situación actual de los migrantes.
La mayor debilidad de la película es creerse su propio triunfalismo, y olvidar que como todo thriller político la clave siempre está tanto en la fidelidad al espíritu de los sucesos, como en el agregado de emoción a la hora de ponerlo en imágenes. Ese grupo de agentes que se juega la vida mientras atiende un hotel para extranjeros en Sudán, en el que se planean los rescates al mismo tiempo que las clases de buceo, apenas si se define por vagas convicciones y la ciega lealtad a su líder. Como excepción, el vínculo mejor construido es el que tensa la amistad y lealtad entre Ari y Sammy (Alessando Nivola), relación que ofrece un atisbo de ciertas contradicciones internas que la película no termina de explorar.
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