Protestas, paros cardíacos y fuertes acusaciones en uno de los mayores fracasos de la carrera de Al Pacino
“Cruising” desató en 1980 una reacción indignada de la comunidad gay que incluyó discusiones a los gritos entre periodistas y el director William Friedkin
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William Friedkin no había hecho ninguna película mala cuando a fines de 1978 anunció que llevaría al cine una novela de Gerard Walker titulada Cruising. Venía de disfrutar de un reconocimiento unánime de la crítica y del público por sus dos primeras obras maestras, Contacto en Francia (1971) y El exorcista (1973). La primera fue coronada con el Oscar al mejor film. La segunda pasó a la historia como uno de los mejores largometrajes de terror de todos los tiempos.
Lo que no pudo evitar es que sus dos siguientes proyectos, la magistral Sorcerer (1977), la remake de El salario del miedo, y la incomprendida ¿Y… dónde está el ladrón? (The Brink’s Job, 1978), se convirtieran en sendos fracasos de taquilla, todavía más ruidosos por el nombre del director que los respaldaba. Cruising iba a ser el regreso a las fuentes creativas de un artista al que ya se identificaba por su talento para poner en escena con espíritu desafiante y una dosis considerable de riesgo algunos de los miedos más profundos del ser humano. “Mis películas hablan sobre todo del miedo irracional”, confesó una vez.
Apenas se puso en marcha el rodaje de Cruising, a comienzos de julio de 1979, en pleno verano neoyorquino, Friedkin vio que empezaba a crearse a su alrededor la sensación de otro tipo de miedo, mucho menos metafísico y más realista. De su película empezaba a hablarse mucho más en términos de crónica policial que de cuestiones artísticas.
Todos los días, apenas se iniciaba la jornada de filmación, decenas y hasta cientos de manifestantes rodeaban los lugares elegidos por Friedkin (que siempre prefería las locaciones auténticas a los sets) para protestar y alterar de todas las maneras posibles el trabajo del equipo y de los artistas. Según registros de la época, casi el 80 por ciento de los diálogos registrados con sonido directo tuvieron que ser regrabados por la tensa atmósfera que rodeaba a cada toma.
¿Quiénes protestaban bloqueando el tránsito, arrojando toda clase de objetos y amenazando en más de una ocasión al director y al elenco? Se identificaban como grupos representativos, todavía de manera inorgánica, de la comunidad homosexual. Para ellos, la película no hacía más que mostrar un retrato “estigmatizado y ridículo” de esos grupos. Fueron protagonistas de una gran cantidad de protestas y hasta alguna batalla campal con la policía.
La historia que se narra en Cruising es la de un joven policía llamado Steve Burns, a quien sus superiores le ordenan infiltrarse en la comunidad gay de Nueva York para encontrar a un asesino serial que elegía a sus víctimas dentro de un sector muy particular de ese colectivo, el que frecuenta clubes y espacios relacionados con prácticas sadomasoquistas.
El guion, el primero firmado por el propio Friedkin en toda su carrera, tiene conexión directa con hechos reales. Sobre todo con la experiencia como agente encubierto del exdetective de la policía de Nueva York Randy Jurgensen, cuyos recuerdos y memorias se reproducen de manera idéntica en distintos tramos de la película. Durante mucho tiempo él y su colega Sonny Grosso se infiltraron en esa comunidad gay para confirmar si dos uniformados extorsionaban a homosexuales que trabajaban en ese momento en las calles y les sacaban dinero. Los involucrados, a su vez, denunciaron a los policías por abusar sexualmente de ellos.
Todo se complicó cuando varios hombres aparecieron muertos en circunstancias violentas, aparentemente con el mismo modus operandi. La investigación encubierta de Jurgensen y Grosso se orientó a averiguar si esos policías (reales o apócrifos) efectivamente eran los responsables. Después se sumarían al elenco de Cruising personificando a dos detectives de la policía neoyorquina.
Friedkin empezó a escribir una versión de esa misma historia para el cine sin tener en su cabeza la idea de convocar a un nombre famoso para interpretar al personaje central. Pero cuando los estudios Warner aceptaron hacerla se aseguraron a Al Pacino, que en ese momento estaba en la cumbre de su carrera como actor de cine. Venía de filmar el thriller Justicia para todos, película que le dio su quinta nominación al Oscar en menos de diez años.
Pacino se interesó en el papel y así se lo hizo saber al director, que hasta ese momento estaba convencido de que “cualquier actor joven podría haberse convertido en Steve Burns”. La primera opción para Friedkin fue Treat Williams, que se luciría al año siguiente como un policía envuelto en situaciones incómodas mientras investiga la corrupción de sus pares en Príncipe de la ciudad (Prince of the City), de Sidney Lumet.
De todas las elecciones de casting posibles, el nombre de Pacino resultaba el más irresistible. A su carisma actoral y a su gran momento se sumaba la experiencia previa de haber personificado en Serpico a un policía de la vida real oculto detrás de atuendos o disfraces que disimulaban su tarea. Por su papel en Cruising recibió dos millones de dólares, una cifra que puso en alerta a Warner en relación con el equilibrio financiero del proyecto. El estudio, entonces, decidió cubrirse compartiendo los gastos con una de sus filiales, la productora Lorimar.
Lo que más atrajo a Pacino fue la mirada de Friedkin sobre los márgenes de ambigüedad que ofrecía esta historia policial. La película propone un juego en el que nunca está claro de qué lado está la verdad, ya que el asesino tiene rasgos fisonómicos muy parecidos a los del policía. Cuando Burns empieza a desarrollar cada vez con más profundidad su trabajo encubierto aparece en él una tensión creciente que lo lleva a preguntarse con insistencia quién es y de qué lado está. El juego de espejos fue alentado por Friedkin, que llevó esa intencionada confusión a los tramos decisivos de la película.
La comunidad gay reaccionó de inmediato, respaldada en los textos firmados por Arthur Bell, columnista del por entonces muy influyente semanario The Village Voice y activista por los derechos de la comunidad gay. De entrada escribió que estábamos en presencia de una “hoja de ruta con instrucciones sobre cómo asesinar a un homosexual” y dijo que la película era “el resultado de los sueños más brutales de un homofóbico”, en alusión a Friedkin.
El director contestó con la misma rapidez: “No tengo ningún sentimiento particular acerca de la conducta moral o inmoral de los homosexuales. Nunca tuve la intención de hacer una película antigay. Mi sensación personal es que los gays que me critican piensan que la película expone los trapos más sucios de esa comunidad. Algunos se volvieron completamente locos y me identificaron como un enemigo. Pero yo no lo soy. Siempre pensé que esta película nos ayudaría a entender por qué un cierto grupo de homosexuales terminó siendo elegido en Nueva York como una especie de trofeo de caza”.
Las hostilidades entre la producción de Cruising y los grupos que entendían que la película los victimizaba aumentaron día a día. En medio del rodaje, desde la National Gay Rights Take Force, entidad que desde 1973 trabaja en la defensa de los derechos civiles de todos los colectivos del sector, llegó a pedirse la anulación de todos los permisos oficiales concedidos a Lorimar y Warner para filmar la película en las calles de Nueva York. La medida fue rechazada porque entrañaba algún tipo de censura previa.
También empezaron a extenderse las negativas para autorizar el rodaje de algunas escenas en reconocidos bares frecuentados por la comunidad, escenario de varios de los momentos clave de la trama. Friedkin y su director de arte, Bruce Weintraub, se vieron obligados a armar en 24 horas un decorado que funcionara como duplicado exacto del Mineshaft, el bar más icónico de todos. También se hicieron habituales las amenazas de bomba. Todos los días había cambios de planes y las quejas seguían su curso. Cada vez que alguien identificaba a Pacino, recibía gritos e insultos como “pequeño maricón”.
Mientras miles de gays protestaban a los gritos e insultaban frente a los cordones policiales, del otro lado, en los sets de filmación, otros tantos aceptaron sumarse a la película como extras, sobre todo en las escenas que transcurren en los bares. Mientras tanto, el obsesivo Friedkin iba puliendo las sucesivas versiones del guion (se conocieron al menos cinco borradores) aplicando cambios al texto y al montaje que siguieron hasta último momento, inclusive horas antes del estreno de la película, según admitió el propio realizador.
Una nueva complicación, una vez lista la versión final, apareció cuando había que determinar la calificación del film para su llegada a los cines. Se quiso evitar por todos los medios la “X”, mención que confinaba a la película en circuitos especiales y restringidos (como los que exhibían films condicionados) lo que llevó a Friedkin a hacer más cambios y ajustes, sobre todo en algunas escenas filmadas dentro de los bares que bordeaban lo explícito.
“Con Cruising, Friedkin rompió una barrera histórica. Nunca hasta ese momento se había mostrado con tanto realismo en una película mainstream, hecha por un gran estudio de Hollywood, el mundo gay afecto al sadomasoquismo y al cuero, toda una subcultura en sí misma”, escribió Thomas Clagett, uno de los mayores especialistas de la obra fílmica del realizador.
Dos semanas antes del estreno, 350 críticos y representantes de medios especializados vieron la versión final de la película por primera vez. Friedkin apareció después de esa proyección especial y tuvo su primer choque cara a cara con Arthur Bell, que cuestionó a los gritos lo que acababa de ver mientras calificaba al director como “el gusano más grande de todos”. También a los gritos, Friedkin empezó a leer algunos textos sobre muertes violentas de homosexuales firmados por Bell en The Village Voice y le agradeció irónicamente su aporte al armado final del guion.
El escándalo no terminó allí. El productor Jerry Weintraub comentaría tiempo después que Bell terminó pidiéndole dinero como crédito por el uso de sus textos, incorporados por otra parte al material de prensa oficial. Allí también se lee una curiosa declaración de la distribuidora United Artists: “William Friedkin estuvo casado, pero ahora paga una cuota por alimentos a su exesposa”. ¿Un descargo, acaso?
El director también aportó lo suyo a un escenario cada vez más confuso y lleno de extrañas reacciones. Llamó a una conferencia de prensa para declarar expresamente que todos los hechos de violencia que se muestran en su película fueron cometidos por heterosexuales. “El principal asesino, en mi opinión, no es gay. Es un enfermo que canaliza su trastorno atacando a los gays”, remató.
Todos estos trastornos, que en otros casos hubiesen despertado la atención y la curiosidad del público, terminaron dañando a la película. De nada valió la campaña publicitaria centrada en Pacino, figura excluyente del elenco. El actor también fue víctima de toda una serie de circunstancias adversas. Una de ellas fue el regreso a la calle de los piquetes y las protestas desde el mismo momento en que la película se estrenó en Estados Unidos, el 15 de febrero de 1980. Llegaron a verse hasta 200 personas en la puerta de cada cine de San Francisco y Nueva York.
Cruising desapareció rápidamente de la cartelera ante la indiferencia general. En las dos primeras semanas recaudó en la taquilla estadounidense apenas 10 millones de dólares. En las dos siguientes la cifra bajó y para la quinta semana ya no estaba en ningún lado. Fue el tercer fracaso en fila para Friedkin.
Hoy la película merece una revisión y también una reivindicación, porque allí aparecen todas las marcas de autor de un realizador obsesionado con personajes que deben “pasar al otro lado” y quedan en ese momento enfrentados y expuestos a sus peores temores, así como a un destino ya escrito e imposible de evitar. Estrenada a comienzos de los 80, puede verse también como la última gran película de la insuperable década de 1970 por su estética, su mirada y su temática. Con Cruising se cierra al mismo tiempo una larga y fecunda serie de apasionantes relatos sobre asesinos seriales. Ahora, después de una larga ausencia, aparece en el catálogo local de la plataforma Max con un título por lo menos extraño, Encrucijadas.
El 6 de marzo de 1981, con esa misma sensación flotando todavía en el aire, Friedkin manejaba por la autopista de San Diego rumbo a su oficina de los estudios Warner, en Burbank (Los Angeles), cuando sintió un dolor fortísimo en las costillas. “Fue como si un elefante me hubiese pisado el pecho”, recordaría tiempo después. A duras penas logró llegar hasta la enfermería del estudio y allí perdió el conocimiento.
“Recuerdo haber atravesado un espacio oscuro, como una escalera mecánica, en una escena que parecía arrancada de All That Jazz. Y también recuerdo que avanzaba hacia una luz y pensaba: me estoy muriendo y todavía no hice nada en la vida”, contaría después. Se despertó en un hospital con una máscara de oxígeno, respirando con dificultad, pero vivo. Después, tal como cuenta Peter Biskind en el libro Easy Riders, Raging Bulls, Friedkin disfrutaría mucho comentando a sus amigos que estuvo en ese momento doce segundos clínicamente muerto por un antiguo problema arterial. Tenía 45 años.
Desde ese momento hasta su muerte en agosto de 2023, a los 87 años, filmó 12 películas más. No hizo ninguna mala.
Dónde verla. Cruising está disponible en Max.
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