Recetas para pensar una industria cinematográfica exitosa
En medio del debate por el destino de los subsidios, las cifras marcan que se produce más, pero se ven menos películas nacionales que hace diez años; las lecciones de Corea y Francia
Hace dos semanas, el programa televisivo Periodismo para todos presentó un endeble informe sobre los subsidios al cine argentino, con errores y carencias conceptuales que derivaron en posteriores aclaraciones, otras notas periodísticas, comunicados y defensas y ataques cruzados. Y se produjo un aluvión de opiniones sobre el tema del mercado del cine. Los subsidios o los apoyos estatales al cine nacional no son un invento argentino, ni de los gobiernos de Kirchner y de Fernández de Kirchner. De hecho, el Instituto de Cine argentino (bajo diferentes nombres) tiene más de medio siglo de vida, y su aparición está relacionada con la caída del mercado para buena parte de los cines nacionales en todo el mundo. Entre fines de los 50 y principios de los 70 se produjeron grandes descensos en las taquillas del cine argentino en la Argentina, para el cine francés en Francia, para el cine italiano en Italia (éste fue uno de los últimos en caer) y un largo etcétera. No siempre se subsidió del mismo modo, y el gran impulso al sistema de subsidios vigente, que rescató al cine nacional de su casi segura extinción hace dos décadas, ocurrió gracias una nueva reglamentación para el sector que se hizo a mediados de los 90, es decir, en pleno gobierno de Carlos Menem.
La inmensa mayoría de los países que han decidido tener un cine nacional -o que quieren tenerlo- lo subsidian/ayudan/financian. Tener un cine nacional no es tener algunas películas sueltas, sino una producción de cierto peso sostenida en el tiempo. Claro, no toda la ayuda a la industria se realiza del mismo modo en el mundo. Ni en cantidad de dinero, ni en su origen, ni en su destino, ni en los sectores de la economía cinematográfica a los que apuntalan. En la Argentina, históricamente, lo más subsidiado ha sido la producción, y el acento ha sido menor en la distribución y en la exhibición (en otros aspectos como organización y planificación a largo plazo, mejor no profundizar demasiado).
Más allá de los números
Hay algo atendible en una afirmación tan extrema y simplista como "en la Argentina se hacen muchas películas y no las ve nadie". ¿Se hacen muchas películas en nuestro país? Veamos cifras de 2012 en el contexto de América latina.
La Argentina tiene 41 millones de habitantes y tuvo, el año último, 132 estrenos nacionales. Brasil tiene 196 millones de habitantes y exhibió 82 películas de producción local. En México viven 115 millones de personas y allí se lanzaron 67 films propios. Ninguno de los otros países de la región llegó a los 30 estrenos nacionales, ni siquiera Colombia, que tiene 47 millones de habitantes. Chile -que es la cinematografía estrella de América latina en este momento- tuvo 26 estrenos locales. Pero uno podría pensar que en la Argentina se va mucho al cine, que se venden muchas entradas por habitante y por año. El año último, que fue récord en venta de entradas en nuestro país, el total por habitante y por año fue de 1,4 tickets. La cifra está muy por debajo de la de México (2 entradas), pero por encima de Brasil.
El dato crucial, sin embargo, es el market share para el cine local, es decir, el porcentaje de mercado: la porción de espectadores que consumen cine nacional en su territorio. Con el 40% del total de estrenos, en 2012 el market share para el cine argentino fue de menos del 10%, por encima del guarismo que tienen las películas mexicanas en México, pero por debajo de Brasil y Chile, y sobre todo, muy por debajo de las cifras promedio del cine argentino desde la reactivación a mediados de los noventa. Entre 1991 y 1999, sólo en años especialmente catastróficos como 1991, 1994 y 1996 el cine nacional se llevó menos del 10% del mercado. Entre 1997 y 2002, el market share estuvo cerca del 15% e incluso llegó a alcanzar el 19%. En 1999, por ejemplo, hubo un 15% de estrenos argentinos (38 títulos sobre un total de 257), que lograron el 17% de los espectadores. En 2000, los estrenos locales fueron 47, sobre un total anual de 258 -un 18 por ciento- y obtuvieron 19% de las entradas vendidas (6.300.000 sobre 33 millones).
Uno de los grandes problemas del Incaa durante los gobiernos Kirchner-Fernández de Kirchner, es decir, las gestiones Jorge Coscia-Jorge Álvarez-Liliana Mazure, fue que se perdió market share para el cine argentino y la tendencia no promete revertirse. Se hicieron y se estrenaron más películas, pero llevaron cada vez menos espectadores. Espectadores que, además, tienden a concentrar su interés en cada vez menos títulos (este año, casi todos los espectadores que tuvo el cine argentino hasta el momento vieron Tesis sobre un homicidio ; Metegol seguramente sumará el segundo gran éxito de 2013). Lo mismo que sucede con las películas argentinas ocurre con el cine extranjero: el grueso de la taquilla se concentra en unos pocos títulos.
Los países con mayor venta de entradas de cine son en general los de mayor población: en el top ten mundial están la India, los Estados Unidos, China, México, Brasil, Japón y Rusia. Todos ellos tienen más de 100 millones de habitantes. Pero hay tres territorios que tienen menor cantidad de habitantes, pero mayor número de espectadores: Gran Bretaña está en el puesto siete. En los puestos 5 y 6 están Francia y Corea del Sur, países que producen mucho cine.
Dejemos de lado el caso de Gran Bretaña por el idioma y la cercanía cultural y de lógica de mercado con los Estados Unidos. Vayamos a Francia y Corea del Sur, dos casos especiales de éxito. En Francia, en 2012, se estrenaron 279 películas nacionales (entre producciones 100% francesas y coproducciones con otros países). Un 40,2% de las 203 millones de entradas vendidas en el año fueron para películas francesas, promediando unas 3,2 por habitante (tiene un total de 63,4 millones de habitantes). Corea del Sur estrenó 229 películas nacionales y vendió 194,9 millones de entradas en 2012 (casi 4 por habitante por año dada la población de 50 millones). El porcentaje de mercado para las películas propias fue un impresionante 58,8 %.
En el caso francés, las políticas activas de ayuda al cine son sofisticadas y de larga data. Grandes impulsores de "la excepción cultural", los franceses, además, tienen la estrategia de rodear a su cine de "otro cine" que no es el de Hollywood (y coproducen mucho, así que una película de identidad iraní, coproducida, se estrena en Francia). El cine francés, rodeado de oferta de cine no gigantesco, se fortalece. El caso del éxito coreano es distinto.
En 1993, el porcentaje de entradas vendidas para títulos coreanos fue de 15,9%, un número flaco que causó un escándalo en ese país. En ese momento se empezó a aplicar con seriedad una cuota de pantalla muy grande para el cine coreano. Y en 2005 se logró que el 59% de las entradas vendidas fueran para películas locales (al año siguiente llegaría The Host, de Bong Joon-ho, éxito histórico de su cinematografía).
El cine extranjero (mayormente estadounidense) bajó su participación de mercado en Corea, pero en realidad allí vendía más entradas que antes. El éxito del cine coreano impulsó un tremendo crecimiento del número de entradas vendidas, una fiebre por el cine. Los cines nacionales, si funcionan, suelen mejorar a todo el mercado. En Corea del Sur se vendía, en 1995, una entrada por habitante por año: la cifra se cuadruplicó. La cuota de pantalla se flexibilizó, pero el cine surcoreano ya tenía su propio gran mercado. Claro, eso no se logró por una mera cuota de pantalla sino con ideas y políticas que impulsaron el éxito, la excelencia técnica, la posibilidad de que el talento de los creadores encontrara un lugar en un sistema industrial eficiente, de sabiduría genérica, incluso con un star system propio. Los detalles de estos modelos de éxito son dignos de conocerse. Por ahora, es pertinente compararlos con un modelo argentino que hoy está más lejos de ellos de lo que lo estaba hace una década.
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