Relaciones peligrosas
Llega el film de Mike Nichols sobre la celebrada obra teatral de Patrick Marber, un nuevo ejemplo de cómo el cine y el teatro, desde los comienzos del primero, han entablado una provechosa relación
Uno podría comenzar simplemente enumerando las muchas diferencias que separan al teatro del cine -la tridimensionalidad del espacio físico frente al campo y el contracampo, las ideas v. la acción, el todo v. el montaje, el arte v. el espectáculo industrial, el momento irrepetible v. la conservación y reproducción- y pensar que tantas oposiciones deberían dictar el fracaso inevitable de cualquier intento de unirlos. Sin embargo, encontraría tantos ejemplos que comprueban el feliz resultado del matrimonio -la exitosa adaptación al cine de una obra de teatro-, como para plantearse si, en realidad, su existencia no es cada día más beneficiosa para ambos.
No por nada el cine y el teatro han caminado juntos desde los comienzos del primero (lo de "séptimo" arte es bastante más que su orden de llegada), que hizo muchos de sus experimentos iniciales en la ficción poniendo en escena fragmentos de clásicos teatrales (como Sarah Bernhardt y su "Hamlet" de 1900, por citar uno de muchos ejemplos) hasta que encontró que sus posibilidades técnicas y expresivas iban bastante más allá de poner una cámara frente a los actores, ocupando el lugar del público frente al escenario (de hecho, para los detractores de tal próxima relación, es exactamente lo que se sigue haciendo, aunque con un mayor grado de sofisticación, claro).
El difícil traslado
Las tensiones entre teatro y cine están dadas necesariamente desde su lenguaje, y la complejidad de trasladar una obra de uno a otro con una contundencia por lo menos equivalente, sin caer en ese estatismo puntuado por extensos diálogos que se deplora en sus ejemplos menos logrados. Sin embargo, es evidente que las obras de teatro aportan personajes y conflictos creados con un grado de precisión y expresividad que el cine aprecia y aprovecha y, sobre todo, los "grandes temas", algo sobre lo que la industria cinematográfica norteamericana sigue manteniendo una suerte de fascinación teñida de complejo de inferioridad.
Baste recordar algunos ejemplos de cómo Hollywood supo responder a los cambios sociales en su país, como "¿Sabes quién viene a cenar?", "La hora de las niñas", "Heredarás el viento" o "12 hombres en pugna" que estaban basados en obras de teatro, y se convirtieron en clásicos del cine por derecho propio. Otras, directamente cambiaron la manera de actuar en él, como es el caso de "Un tranvía llamado deseo", de Tennesee Williams, por Elia Kazan (de quien también se puede citar "Esplendor en la hierba", de William Inge).
Debe tomarse en consideración, además, que las adaptaciones teatrales proveen a los actores de cine de una bienvenida oportunidad de demostrar la seriedad de su talento y de agregar una obra de prestigio artístico a su currículum, con la consiguiente posibilidad de ser reconocido por sus pares. El cine, por su parte, permite dar a conocer a un público notablemente mayor al que suele frecuentar las salas teatrales lo mejor de su producción y así registrar -digamos- el signo de los tiempos en materia teatral. Ciertamente, el estreno de "Closer: llevados por el deseo", de Mike Nichols, basado en la celebrada obra de Patrick Marber (que también es responsable del guión) puede enrolarse en esta última corriente, a la que pertenece además "La prueba", adaptación de la obra de David Auburn, que llegará a mediados de año a nuestro país.
"Closer" -ganador de dos premios Globo de Oro- narra la historia de cuatro personas en Londres, dos norteamericanas, la joven Alice (Natalie Portman) y la fotógrafa Anna (Julia Roberts) y dos ingleses: Dan, redactor de necrológicas (Jude Law) y Larry, un médico (Clive Owen). La película recorre los años en los que se conocen, se enamoran, se traicionan a sí mismos y a sus parejas y, finalmente, descubren hasta qué punto es difícil unir las civilizadas ideas acerca del amor, el compromiso y la pareja en el mundo moderno con la feroz realidad del deseo que no conoce de refinamientos ni contempla nada más que su propia satisfacción.
Tanto "Closer" como "La prueba" (sobre la hija de un brillante matemático que vuelve a la casa paterna cuando éste pierde contacto con la realidad, que en este momento se representa en Mar del Plata) son dos exitosas piezas teatrales en términos de crítica como de público y, a la vez, lo suficientemente "convencionales" en su construcción a ojos de Hollywood como para permitirse imaginar sus propias transgresiones. Es que su versión de la historia -como ocurre frecuentemente en su traslado a la pantalla grande- necesita de acciones, espacios y tiempos que exceden a los del escenario, mientras que permiten al cine hacer propio, de alguna manera, el prestigio que traen consigo a la pantalla, como ocurre con la miríada de versiones, actualizaciones y transposiciones de clásicos shakesperianos que pueblan la pantalla año tras año con puntualidad inglesa (Oscar Wilde es otro favorito, gracias a sus diálogos y enredos laberínticos).
La reciente "El ladrón de orquídeas", de Spike Jonze, consigna de modo risueño algunas de las cruces a las que debe enfrentarse un "adaptador" como Charlie Kaufman frente a una obra -como lo son casi todas en principio- francamente inadaptable.
Un director con historia
Por eso, la elección de Mike Nichols como director de "Closer" no es azarosa. El cineasta ha convertido en una carrera el lograr pararse firmemente en este escabroso terreno desde su debut en el cine con "¿Quién le teme a Virginia Woolf?", versión de la pieza teatral de Edward Albee que se llevó cinco premios Oscar en 1967 e incontables anécdotas acerca de una turbulenta filmación gracias a la disposición algo levantisca de sus estrellas, Elizabeth Taylor y Richard Burton (no por nada la vida de los actores, especialmente los de teatro, siempre ha dado pie a grandes películas, como "La malvada", de Joseph Mankiewicz).
Por todas las dificultades que parece presentar la relación entre el teatro y el cine, quizá las más exitosas adaptaciones de piezas teatrales son aquellas que han logrado una traducción tan perfecta que sus orígenes parecen haberse perdido en la memoria del público. "Casablanca", por supuesto, es el ejemplo más evidente -de fracaso ignominioso en las tablas a milagro de la pantalla grande-, pero directores como Alfred Hitchcock supieron convertir obras como "La soga" o "Mi secreto me condena" en verdaderas lecciones de cine.
No por nada, a pesar de estar unidos por algo así como el amor y el espanto desde hace más de cien años, el teatro y el cine siguen encontrando las satisfacciones suficientes como para mantener en pie su extraño matrimonio que, en este año, puede ser de los más fructíferos de su historia reciente.
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