Steven Spielberg: "Los periodistas son los héroes de esta historia"
NUEVA YORK.- Mientras la primera nevada de la temporada invernal cae sin pausa del otro lado de los ventanales del imponente edificio del Mandarin Hotel, a metros del Central Park, Steven Spielberg ingresa en una muy calefaccionada habitación del piso 53, donde lo espera un puñado de medios internacionales, entre ellos LA NACION.
Detrás del lugar en el que se acomoda Spielberg, como si se tratase de un efecto especial imaginado por quien es tal vez el mejor narrador cinematográfico de la actualidad, una lluvia incesante de copos convierte todo lo que está afuera del confortable cuarto y al alcance de los ojos en una superficie blanca. También los contornos del colosal rascacielos de la cadena hotelera de Donald Trump , emplazado casi en forma paralela al edificio del Mandarin sobre Columbus Circle, al otro lado de la avenida Broadway.
La imagen es toda una ironía. Frente a uno de los icónicos hoteles del magnate, Spielberg hablará muy seriamente de política y explicará por qué su última película, The Post: los oscuros secretos del Pentágono debía hacerse y estrenarse en este exacto momento y no en otro. Nunca mencionará por su apellido al magnate y propietario del edificio de enfrente, hoy presidente de los Estados Unidos, pero dirá con todas las letras que la situación actual que vive su país “está llevando a la prensa y al ejercicio de la libertad de expresión hasta el borde del precipicio”.
Spielberg jamás nombrará a Trump, pero su nombre sobrevuela la charla cuando dice que los hechos son los pilares de la verdad. “Hoy atravesamos una era de mucha desinformación, en la cual lo único que tenemos son creencias consideradas importantes, pero que no son hechos. Una de las razones que me llevaron a hacer esta película es la necesidad de reaccionar frente a la ola de noticias falsas (fake news) o lo que algunos llaman ahora ‘hechos alternativos’. Hay una enorme diferencia entre las creencias y los hechos”, explica.
Este diagnóstico llevó al realizador a tomar una decisión muy veloz. Entre el final del rodaje de Ready Player One y sus próximos proyectos, Spielberg encontró el tiempo suficiente como para recrear de manera casi urgente los hechos históricos de los que habla The Post. “La libertad de expresión está parada en el borde de un precipicio inédito. Y ese precipicio es el lugar en donde nos ponen todos los que piensan que no hay diferencias entre las creencias y los hechos”.
The Post: los oscuros secretos del Pentágono, que UIP estrenará en la Argentina el próximo jueves luego de recibir una nominación al Oscar como mejor película, recupera un momento esencial en la historia del periodismo estadounidense: las tensiones entre la administración de Richard Nixon y el diario The Washington Post, cuando este decidió en 1971, de la mano de su célebre propietaria Katharine Graham ( Meryl Streep , nominada al Oscar por vigésima primera vez gracias a este papel) y su jefe de redacción, Ben Bradlee ( Tom Hanks ), revelar documentación confidencial sobre la guerra de Vietnam (los llamados “papeles del Pentágono”) que dejaba muy mal parado a aquel gobierno.
Hay una sola cosa que resulta más valiosa para el realizador que todo lo que cuenta acerca de la actualidad de Estados Unidos y sus preocupaciones sobre el rumbo que está tomando el país: el teléfono suena en medio de la charla y antes de atender, Spielberg dice: “Esto sí que es importante. Es mi mujer la que llama. Les pido disculpas”. Deja la habitación por unos instantes y a su regreso retoma la conversación en el mismo punto en que la había dejado. Su atención es completa.
Una de las cosas que más le interesan es dejar expresa una y otra vez su admiración hacia Graham, Bradlee y todos sus colaboradores en The Washington Post. “Los periodistas son los héroes de esta historia. Esos periodistas que en 1971 se consagraron a honrar los principios de la libertad de expresión y trataron de hacer siempre lo correcto para que esos papeles pudiesen ser conocidos por todos los ciudadanos estadounidenses”, señala el director de Tiburón, Jurassic Park y una interminable serie de éxitos y grandes películas.
“Todo esto que pasó en 1971 es muy relevante –agrega– para entender lo que ocurre en la actualidad y esta película fue para mí la oportunidad de sumarme a la conversación, a un debate nacional. Es una gran historia acerca de una gran mujer y de un gran hombre que demostraron con enorme coraje su patriotismo, no su partidismo. Y si somos menos partidistas y más patriotas podríamos iniciar una nueva conversación que lleve a este país hacia una dirección más bipartidista, algo que no ocurre en la actualidad”.
–¿Cómo se puso en marcha este proyecto?
–Con una larga conversación de tres horas y media que tuvimos Tom Hanks y yo con Daniel Ellsberg, el exanalista militar que fue testigo de la guerra de Vietnam y que estaba al tanto del informe crítico que Robert McNamara, quien en ese momento manejaba el área de Defensa del gobierno de Estados Unidos, había impulsado sobre el conflicto. Ellsberg tuvo la experiencia personal de haber participado en la guerra y de varias incursiones en las que hubo muertos, como se muestra al principio de la película. A su regreso, supo muy rápidamente que McNamara le estaba mintiendo a la prensa sobre todo lo que pasaba. Decía que las fuerzas de Estados Unidos estaban registrando extraordinarios progresos en Vietnam, lo cual no era cierto. Por eso decidió tomar posición, apoderarse de esos documentos que estaban a su alcance y hacerlos públicos. Ellsberg sabía por su experiencia personal que las cosas no estaban nada bien.
–Allí interviene el periodismo. Primero The New York Times, y luego The Washington Post, que decide revelarlos y enfrentarse así al gobierno de Nixon.
–¿Cuándo el periodismo no fue importante para ayudarnos a encontrar la verdad? El periodismo es la piedra fundamental de la verdad. Cuando hay múltiples fuentes detrás, todo lo que se publica sobre temas importante nos resulta esclarecedor. De todas maneras, debemos marcar algunas diferencias entre lo que ocurría en 1971 y la actualidad. En aquel momento solo había tres cadenas de TV en Estados Unidos y los diarios importantes solo estaban en las grandes ciudades. Todo el mundo los leía y se informaba a través de ellos. Se seguía al pie de la letra con aquella consigna de The New York Times: “Todas las noticias que sean dignas de imprimirse”. Y todas esas noticias decían la verdad. Estaba garantizado que lo que leíamos en los diarios era lo que realmente ocurría en la realidad. Hasta que la administración Nixon se involucró con los Pentagon Papers en este tema de una manera extraordinaria, que no se registraba desde los tiempos de la Guerra Civil. Instruyó al fiscal general John Mitchell para llevar a la Justicia a quienes se animaron a publicar esos documentos oficiales. El objetivo del gobierno era inequívoco: quería que se dejara de contar la verdad. Y lo consiguió durante un breve tiempo con la ayuda de un ejército de abogados. El Times debió acatar la decisión judicial. Fue la primera vez que un diario dejó de publicar algo a raíz de un pedido expreso de un gobierno ante la Justicia.
–Usted dijo que este momento actual que vive Estados Unidos lo urgía a filmar esta película, a contar esta historia.
–Es cierto que todo fue muy rápido. Leí el guión en febrero de 2017 y la filmamos en junio. Pero que quede claro que esta película no se hizo solamente a partir del deseo de hablar de una verdad que merecía ser dicha a pesar de que un gobierno trató de impedirlo. También es una historia que habla del feminismo. Sobre lo que significaba ser mujer en 1971. Y sobre todo una mujer que era la cabeza de una empresa. No había lugar en la sociedad de ese tiempo para las mujeres que debían tomar decisiones en el directorio de una empresa. Yo muestro a Katharine Graham junto a los directores de la compañía en una reunión y se ve cómo ella aparece completamente invisibilizada para los demás, por más que ocupe una silla en ese salón.
–¿Qué nos puede decir de Katharine Graham?
–Todos estimaban en el Washington Post a Phil, el marido de Katharine, que había fallecido. También a su suegro, Eugene. Pero a Katharine la subestimaban. La pasaban por alto. Todavía no había conseguido infundir sobre los demás la suficiente confianza como para transmitir autoridad en sus decisiones, ese punto crucial que cambió para siempre la historia de Katharine y del periodismo estadounidense. Ese cambio llegó con ella y esa es una de las razones fundamentales por las que decidí contar esta historia, que habla de la verdad expresada por el periodismo y también de la verdad de una mujer que quiere decir lo que piensa a un grupo de hombres convencidos de su poder y de su autoridad. Las cosas han cambiado y ese punto de inflexión, al menos en lo que tiene que ver con la historia del periodismo, se lo debemos a Katharine Graham. Entre lo que pasó hace 40 años y lo que pasó en los últimos 40 minutos hay una gran historia de libertad de expresión y sobre todo de liberación femenina para contar la verdad, en este caso sobre los abusos sexuales en esta industria.
–¿Cómo trabaja con actores del calibre de Tom Hanks y Meryl Streep?
–A Meryl y a Tom les digo lo mismo que a todos los otros actores, cuyos nombres nadie conoce. Jamás hago discriminaciones en ese sentido. Trato a todos los actores de la misma manera, famosos o desconocidos. Tengo una idea, la elaboro, elijo cómo hacerla, les cuento a los actores qué espero de ellos, los impulso a ensayar y a lograr el máximo convencimiento y autenticidad. Por supuesto, no hace falta pedirles a Meryl y a Tom que sean convincentes y auténtico. Ellos lo son naturalmente. Pero los actores son los primeros portadores de la verdad. Nos muestran y nos cuentan la verdad. Y allí están Meryl y Tom, tan sensibles y dedicados que consiguen hacer brillar a sus compañeros de escena menos conocidos. Lo mejor que tiene una compañía de actores es el momento en que aparece ese espíritu de colaboración que lleva a que un actor estimule a sus compañeros a dar todo lo mejor.
–En el Washington Post se lo llegó a definir como un “intelectual público”. ¿Se siente así?
–No me parece correcta la definición. Y la verdad es que no sé qué quiere decir “intelectual público”. La verdad es que me siento un patriota. Con películas como The Post trato de mostrar mi patriotismo. A estas alturas de mi carrera estoy más interesado en contar lo que pasó en la historia y menos en lo que pasa por mi imaginación. Por supuesto que trato de seguir sacándole el mejor jugo a mi imaginación en el cine, pero en este momento me interesa mucho traer episodios del pasado que nos ayuden a entender mejor lo que ocurre en el presente. No podríamos disfrutar en plenitud todas las libertades de las que disponemos hoy si no descubrimos quién pavimentó primero ese camino. A veces veo a mis hijos preocupados por los “me gusta” en las redes sociales y trato de explicarles que la vida no depende de lo que circunstancialmente los demás puedan pensar de nosotros, a favor o en contra. Por eso, lo que hoy quiero es hacer películas que en los próximos años sean valoradas y dejen una marca no por mis características de cineasta, sino a partir de los temas que me interesan.
–Esa necesidad se corresponde con la rapidez con la que usted hizo la película.
–Sentí que había que poner manos a la obra en este proyecto rápida y también cuidadosamente. Empezando por el casting. Y la verdad es que tuve suerte. Todos los actores que eran mi primera opción para interpretar a los personajes principales dijeron que sí inmediatamente, lo cual fue un milagro. Me había encantado el guión, quería hacer la película y me encontré con todas las facilidades. Así como un equipo entero que estaba en Italia y después de Ready Player One se puso a diseñar The Post. Y pese al poco tiempo, nuestro equipo logró construir y levantar varios sets desde cero, incluyendo el edificio completo de la redacción del Washington Post circa 1971. La casa de Ben Bradlee es un set, la de Katharine es otro set. Gracias a ellos conseguimos filmar y estrenar cuanto antes.
–¿Qué relación cotidiana tiene con el periodismo del que se habla en la película?
–Pasaron los años y sigo amando la lectura impresa de las noticias. Estoy suscripto a The New York Times, al Washington Post, al Wall Street Journal. También suelo leer otro tipo de medios, como el Huffington Post. Y veo muchos programas de noticias en la televisión: NBC, CNN. Pero sobre todo amo la linotipo de la vieja redacción del Washington Post. ¿La vieron en la película? ¿No es hermosa?
Próximos pasos de un creador hiperactivo
A los 71 años, Steven Spielberg está más activo que nunca. Falta muy poco para que se estrene en la Argentina (el jueves 29 de marzo) la otra película que el gran realizador hizo en 2017, incluso antes de The Post. Se trata de Ready Player One, adaptación de la novela de Ernest Clane ambientada en el mundo de la realidad virtual. El relato habla de un multimillonario llamado James Halliday, responsable del diseño más perfeccionado de un universo de realidad virtual. Antes de morir dejó ocultas tres llaves en ese gigantesco mundo digital. Quien logre encontrarlas se quedará con su inmensa fortuna. La película, escrita por el propio Cline y Zak Penn, tiene como protagonistas a Mark Rylance, Simon Pegg y Ben Mendelsohn.
Después de este doble programa en el que Spielberg encaró, casi simultáneamente, una mirada hacia el pasado (The Post) y hacia el futuro (Ready Player One), el director confirmó que su próxima película será la remake de un clásico del cine musical, la de Amor sin barreras (West Side Story), cuya celebrada versión original estuvo en 1961 a cargo de Robert Wise y del coreógrafo Jerome Robbins.
La novedad más importante de esta nueva versión, que será escrita por Tony Kuschner (el autor de Ángeles en América, que anteriormente trabajó con Spielberg en el guión de Lincoln) será el lugar prioritario que se dedicará al casting. En las últimas horas se supo que Spielberg quiere que todos sus protagonistas sean de origen latino e hispanohablantes, en línea con el espíritu original de la obra. Todos recuerdan que en la película de 1961, de los cuatro protagonistas de la historia (Tony, María, Anita y Bernardo), solamente uno (Anita) fue interpretado por una actriz latina, Rita Moreno. Los restantes estuvieron a cargo de Natalie Wood, George Chakiris y Richard Beymer.
Una vez terminada Amor sin barreras, Spielberg se concentrará en la quinta película de Indiana Jones, que espera filmar en 2019 y estrenar al año siguiente. Desde hace mucho tiempo, el director tiene decidido contar una aventura más del clásico héroe encarnado por Harrison Ford, que llegará al rodaje con 77 años y una excelente forma física, tal como se aprecia en la última portada de Vanity Fair. De lo poco que se sabe de esta próxima película, trascendió que Spielberg estaría interesado en sumar al elenco a Chris Pratt, la estrella de Jurassic World y Guardianes de la galaxia. La última vez que vimos al personaje fue en 2008, con Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
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