Bafici: Anticipos y los films de la competencia. Un film inspirado en el poeta Juan L. Ortiz
Gustavo Fontán habla de La orilla que se abisma
Gustavo Fontán no parece tener entre sus metas hacer cine de acuerdo con esquemas narrativos convencionales. Nacido en Banfield hace 48 años, lo demostró en 2003, cuando presentó Donde cae el sol , su primer largometraje, pero más todavía tres años después en la competencia argentina del Bafici con El árbol , que luego se estrenó en salas comerciales. Aquella película fue aplaudida por el público de la muestra porteña, que comprendió su mirada tan singular como reflexiva a propósito del transcurrir del tiempo, desde la idea del árbol que sus padres plantaron cuando el nació, testigo de los juegos de los niños que fueron creciendo y marchando y hasta la llegada del crepúsculo para sus raíces. La idea de poder llevar al cine historias que parecen inadaptables lo obsesiona. Y vuelve a la carga.
En el caso de La orilla que se abisma , que se verá hoy a las 20 (en el Hoyts Abasto 8), mañana (a las 16.45, en el Hoyts-Abasto 6) y pasado mañana (a las 19, en el Atlas Santa Fe 2) en la competencia oficial argentina del Bafici (poco antes de su estreno comercial en mayo), Fontán reflexiona a partir de la obra del poeta entrerriano Juan L. Ortiz.
-En un momento, se creyó que La orilla que se abisma , que es una de sus últimas obras, se había perdido...
-Ortiz fue publicando su obra en ediciones de autor mínimas, que vendía a sus amigos de a un ejemplar. Su obra no pertenecía a las grandes editoriales, de allí que se pensó por mucho tiempo que se había perdido.
-¿Cuál es el tema?
-La naturaleza y su trascendencia metafísica, la orilla, el río están en todas sus obras con algo que las trasciende: la operación que hace su mirada. La orilla... era la que más nos interesaba en este sentido: cómo detenerse en las cosas cotidianas, pero con rigor y una decisión increíbles, armar una gran poética, una gran metafísica. Nos interesaba rescatar y profundizar esa operación de la mirada.
-¿Trasladar, sin traicionar?
-Era complicado. Con la ayuda de mi grupo llegué a la conclusión de que no se puede ser fiel a todo, porque ¿cómo apresás esa objetividad? Si alguien va a buscar datos certeros sobre Juanele se va a sentir traicionado. Tratamos de respetar algunos principios estéticos de Ortiz, los que tienen relación con sus lugares, y ver cómo funcionaban en la obra. Aunque ya no son lo mismo, fuimos a los ríos Gualeguay y Paraná, y a tratar de generar un nuevo relato que no sé si es fiel: en todo caso es un diálogo con la poética de Ortiz. Es lo mejor que se puede hacer, porque las miradas están atravesadas por subjetividades: uno no es el otro.
-Como ocurre al leer la obra de Ortiz, es necesario estar abierto para poder entender y disfrutar la mística de lo que proponés.
-Si hablamos del hábito del espectador común queda en claro que sí. Pero la película es muy simple, narrativamente es la idea de un viaje, del que hace una mirada: la recuperación del asombro por lo cotidiano, una detención en los pequeños elementos naturales. No es compleja en sus operaciones, en todo caso es compleja en relación con los hábitos que tenemos como espectadores. Se parece mucho al asombro que tenemos cuando nos quedamos mirando el río, o el fuego, como se mueve, sus chispitas, o el mar, cómo las olas van y vienen mientras anochece, los juegos en la arena, esa posición que es absolutamente simple y natural en la vida de todos los días.
-Algo perdido y olvidado en el ser humano urbano...
-Hacer El árbol y La orilla que se abisma me permitió reconciliarme con el mundo, volver a las cosas cotidianas y entender que ahí hay verdades de una potencia increíble. El mundo urbano nos propone un vértigo, un pasar sobre las cosas casi desesperado, hasta hacernos olvidar de nosotros mismos, del que tenemos al lado y de todo. Eso es algo que está mal. El paisaje de la vida y obra de Ortiz te instala en otro tiempo y eso lo disfruté mucho. Me gustaría que para el espectador pudiera ser eso. Creo que Ortiz fue muy claro cuando escribió: "Estamos todos cansados y nos olvidamos del oro del otoño. Quizá la revolución consista en lo que el hombre ha estado postergando por siglos, la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver cómo crecen día tras día las florcitas salvajes". Esa belleza, la que queda en los ojos, es la que queda para siempre.
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