Un galán detrás de cámara
Pasado mañana se estrenará en la Argentina "Confesiones de una mente peligrosa", su primera película como realizador
NUEVA YORK.- No hay imposturas ni artificios en sus palabras cuando George Clooney se jacta de llevarse bien con todo el mundo. Hasta podría decirse, después de un rato de conversación con él en un destemplado mediodía junto al Central Park, que esa frase llegaría inevitablemente en algún momento como consecuencia natural de una suma de pequeños gestos y actitudes que le han hecho ganar un reconocimiento paralelo a su indiscutible consolidación como estrella cinematográfica.
El actor, que asomó a la fama como protagonista de la serie televisiva "E.R. Emergencias", no necesita mucho tiempo para demostrar por qué es apreciado como una de las raras excepciones al comportamiento habitual dentro de esa feria de vanidades llamada Hollywood. En su debut como realizador, Clooney parece una vez más dispuesto a depositar su capital de estrella carismática y seductora en proyectos arriesgados y con perspectivas de éxito siempre azarosas. Frente a la prensa internacional convocada aquí en ocasión del estreno del film en los cines norteamericanos, el actor de "La tormenta perfecta" y "El pacificador" luce en plenitud el raro privilegio de ser a la vez una estrella indiscutida del cine y alguien que rechaza cualquier tipo de respuestas de compromiso.
"Confesiones de una mente peligrosa", cuyo estreno local Buena Vista anuncia para pasado mañana, asoma ante todo como la demostración de que a partir de férreas convicciones y fuerza de voluntad, Clooney pudo llevar adelante un proyecto que estuvo a punto de naufragar varias veces a lo largo de los últimos cinco años, inspirado en un libro del mismo nombre que su autor caracteriza provocativamente como "una autobiografía no autorizada".
El film es el relato de la increíble y auténtica vida de Chuck Barris, una de las figuras más reconocidas del mundo televisivo norteamericano durante las últimas tres décadas, sobre todo por haber creado el modelo de programas de entretenimientos basados en las citas y los potenciales encuentros amorosos entre personas desconocidas ("dating games"), fórmula hoy explotada y reproducida con múltiples variantes en la pantalla chica de todo el mundo. Pero lo más atrayente del relato pasa por la aparente doble vida que parece haber desarrollado Barris a partir de los años 60: según relata el film, su éxito como productor mediático fue paralelo a un trabajo clandestino como agente al servicio de la CIA, dispuesto inclusive a matar gente bajo órdenes y protección gubernamental.
Luego de estar casi cinco años involucrado como actor en este proyecto que pasó por las manos de varios realizadores, Clooney decidió dirigir la película él mismo con el apoyo de Section Eight, la productora que maneja junto a Steven Soderbergh. Lo que en un principio parecía casi imposible –se habían gastado más de cinco millones de dólares en la preproducción de un film incierto– fue convertido en realidad gracias al as de espadas que el actor guardaba bajo la manga: el libro llevaba la firma de Charlie Kaufman, el guionista de moda en Hollywood gracias a "¿Quieres ser John Malkovich?" y "El ladrón de orquídeas".
Cuando Clooney comenzó a averiguar entre sus colegas más cercanos si estaban dispuestos a trabajar en este film por un salario bastante menor al habitual se encontró casi sin necesidad de convocarlos. "Casi todos los actores disponibles que conozco sabían que el proyecto estaba en marcha y cuando los llamé estaban al tanto de todo. Es más, hubo actores que directamente me llamaban a mí para preguntar si había algún lugar para ellos. Armar el elenco fue lo más fácil de todo, créamelo", explica Clooney con una sencillez que se aprecia en su forma de vestir -camisa celeste y pantalón al tono, nada llamativos- y el gesto amable de quien está naturalmente predispuesto al buen trato.
En materia de nombres, el resultado es envidiable. Mucho más si se tiene en cuenta, según confiesa el propio Clooney, que ellos ganaron aquí "cien veces menos" de lo que podrían haber recibido en cualquier película normal: el ascendente Sam Rockwell encarna a Barris, Drew Barrymore a su sufrida pareja, Penny, y Julia Roberts a la enigmática e intrigante Patricia, que se involucra peligrosamente con el protagonista. También reaparece el actor holandés Rutger Hauer y Clooney se reservó el papel de Jim Byrd, el hombre de la CIA que contacta a Barris para sumarse a la agencia.
"Para interpretar a Chuck necesitábamos a alguien que actuara como él y que respondiera a su imagen de persona muy conocida y popular en Estados Unidos. Creo que Sam es la elección perfecta. Elegí a Drew porque es la perfecta imagen de la inocencia y tiene el talento suficiente para evitar que su personaje se convierta en víctima. En cuanto a Julia, cuando la llamé ya estaba al tanto de todo y me preguntó si su papel sería el de Penny o el de Patricia. Cuando uno tiene en el set a una estrella indiscutida como Julia se pueden hacer dos cosas: tratarla como cualquier otra actriz o concentrarse en alguno de los elementos que la distinguen como estrella. Por eso elegimos vestirla en forma tan extravagante, con esos sombreros gigantes que tan bien sabe lucir.
–¿Cómo vivió esta primera experiencia dirigiendo un film?
–Amo esta película y estoy muy orgulloso de ella. Creo que tratamos a Chuck mucho mejor de lo que se trata a sí mismo en su libro. Pero el héroe de este proyecto es Charlie Kaufman. ¿Usted vio "El ladrón de orquídeas". Creo que no hay nadie mejor que él, es genial. Y como creo que un buen guión habla por sí mismo yo dejé aquí que el guión dijera lo suyo. Hemos hecho un story board completo de la película, 190 páginas con pinturas y dibujos. Si los actores tenían alguna duda, se lo mostrábamos.
–Entonces, ¿cuál fue su principal responsabilidad?
–Sobre todo fue situar cada segmento de la historia en su respectivo espacio, eligiendo exteriores y ambientaciones. Hace cinco años que estaba involucrado en este proyecto y mi idea original no era dirigirla, pero terminé haciéndolo porque de lo contrario la película no se iba a hacer. Era el único que tenía en claro esta cosa de la relación de Barris con la televisión y con la CIA y podía poner ambas cosas en juego a lo largo de las diferentes etapas que muestra la historia: la inocencia de los años 50, la contracultura de las drogas, la revolución sexual en los 60, el despertar que vivimos en los 70, todo entendido en sentido metafórico. En este sentido tuve que ejercer un gran control en la producción. Estaba pendiente hasta del vestuario, elegí un color predominante para cada etapa histórica. No se olvide de que yo prácticamente crecí en los sets de televisión, porque mis padres estaban en ese negocio. De hecho, mi papá también hizo un show del estilo de los inventados por Barris.
–Este debut como director llega en un momento en que usted ya es reconocido como una estrella.
–Es cierto, pero tuve la gran suerte de convertirme en una persona famosa a los 34 años y no a los 21. No sé cómo viven ese momento los más jóvenes, pero vivir la fama a una edad muy temprana es peligroso. Siempre hay gente alrededor de ellos lista para adularlos y hacer que se crean algo que no es tan cierto. A esa edad no se tiene en claro que la fama surge de una combinación entre talento, perseverancia y una dosis de suerte que es fundamental. A veces uno cree que es un genio cuando simplemente estuvo en el lugar adecuado durante en el momento adecuado. Hay que saber aprovechar esas ocasiones y la madurez es una aliada importante.
–Pero deberá reconocer que usted también saca ventajas y aprovecha la fama.
–Sí, por supuesto. Pero trato de aprovecharla en este momento para elegir las películas que quiero hacer y que quiero ver. Mientras pueda, quiero disfrutar de esta especie de juguete fascinante que está a nuestra disposición y tratar de estirar sus límites, sus posibilidades. Hasta donde me dejen trataré de hacer lo que quiero. Por eso, junto a Steven Soderbergh, me meto en este tipo de proyectos. En algún momento, quizá pronto, me pueden sacar todo esto de las manos. ¿Por qué no aprovecharlo?
–Haber hecho "Solaris", en la que usted actuó, Soderbergh dirigió y los dos produjeron, fue un ejemplo claro de esta postura.
–Creo que es el mejor ejemplo, porque se trató de una película que polarizó inmediatamente las posiciones. Conozco gente que quedó fascinada y tengo amigos que son fanáticos de mi trabajo y que no sabían cómo decirme, después del estreno, cuánto habían odiado esa película. De hecho, no sé si siguen siendo amigos míos (risas). Pero uno siempre corre riesgos y no tiene por qué hacer las cosas para que les gusten a los demás, sino para que sean coherentes con lo que uno cree.
–¿Piensa seguir dirigiendo?
–Seguramente voy a dirigir en el futuro otras películas, pero sólo en la medida en que sean coherentes con mi propio punto de vista. Volvamos a "Solaris": puede gustar o no, pero hay que reconocer que Steven tiene allí un punto de vista claro, indiscutible. Yo creo que lo tengo y trato de mostrarlo en "Confesiones...", por eso decidí dirigirla, porque tenía en claro esa visión. En la medida en que encuentre proyectos que me sirvan para seguir expresando ese punto de vista, voy a seguir dirigiendo.
–Usted dijo que ejerció un control muy rígido de sus actores durante el rodaje. ¿Aplica ese mismo control a su propia vida personal?
–No, le diría que no tengo ese mismo tipo de control, ¿En que sentido me lo pregunta?
–Por ejemplo en mantener lo que dijo alguna vez acerca de que jamás se casaría.
–Eso salió en una revista durante una entrevista que hice en 1994 y todavía me están persiguiendo por esas declaraciones. Mire, le doy una primicia: a lo mejor me caso esta misma noche.
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