Y que una estrella nos salve
Guerra Mundial Z es el más reciente ejemplo de uno de los subgéneros dilectos de Hollywood
Una lluvia imparable, el congelamiento, el calentamiento, el derretimiento, el fin de los alimentos, una epidemia fulminante, una hecatombe nuclear, un botón no apretado a tiempo, una invasión extraterrestre, parte creciente de la humanidad convertida en zombi u otras mutaciones. Al arte le gusta imaginarse el fin del mundo, en especial a la literatura y al cine. En cuanto a las epidemias, al cine evidentemente le gusta mucho soñarse en peligro: lo primero que se prohíbe en cualquier pandemia son los espectáculos públicos, y más en lugares cerrados. Vemos en la pantalla cómo la gente se contagia mientras el espectador de atrás no para de toser. Vemos en la pantalla que los mutantes muerden, y en la butaca de al lado no paran de masticar pochoclos. Jugamos a que se termina el mundo dentro de una sala de cine. Es un lindo juego, sobre todo si salimos y no se rompió un container tóxico en el puerto o si no hay un humo irritante de algo que se quema. Es el juego de imaginarnos en peligro para que nos salve alguna estrella de cine. El vértigo de encontrar la cura a la enfermedad aparentemente imbatible, la llegada del vehículo que nos va a sacar de la ciudad que se está inundando, o cayendo a pedazos. Las películas apocalípticas en las que el mundo deja efectivamente de existir son otra variante, incluso con subvariantes. Este año hubo un ejemplo especialmente juguetón llamado The Cabin in the Woods (acá con el título La cabaña del terror ).
El tema del fin del mundo es tan viejo como el mundo (ya sabemos lo de ese señor Noé y su familia). Pero hay momentos en los que esos relatos florecen con mayor frecuencia. Con un poco de memoria, enseguida se hace evidente que en el siglo largo del cine nunca ha habido tanta concentración de apocalipsis como en la última década. Más todavía que en otra época en la que proliferaron las catástrofes fílmicas, las cuasi extinciones de la humanidad y otras delicias: el período marcado por El planeta de los simios (1968) y mediados de los setenta, con Charlton Heston como protagonista recurrente, por ejemplo en el futuro negro y superpoblado de Soylent Green (1973), o en la soledad postapocalíptica de The Omega Man (1971). Esta última película es clave, por un lado, porque en 2007 hubo otra versión de Soy leyenda, la novela de Richard Matheson, en la que se basó The Omega Man: la Soy leyenda con Will Smith, otro actor recurrente en escenarios postapocalípticos o futuristas, como se demuestra actualmente en la cartelera con Después de la Tierra, o en Yo, robot (2004). Otro actor con experiencia en futuros complicados es Kevin Costner, con títulos como Waterworld y en El cartero (pero no nos vayamos de tema, o de estrella).
Soy leyenda y The Omega Man son claves para hablar del estreno de esta semana Guerra Mundial Z, de Marc Forster, y con Brad Pitt (que también estuvo en 12 monos). Si bien en las películas con Charlton Heston y Will Smith la soledad del héroe era clave porque estaba solo como "humano-humano" y en Guerra Mundial Z hay población "humana" en retroceso pero la extinción está lejos, la amenaza tiene un punto de contacto. Hay ciertas diferencias en términos del origen del mal, de cómo se relata y algunas otras similitudes, pero entrar en esos detalles sería revelar más de lo aconsejable a la hora de ver Guerra Mundial Z, una película que puede relacionarse con muchas otras de la familia apocalíptica y de catástrofes porque es, a su modo, una macropelícula, que incluye dentro de sí varios segmentos con cierta autonomía.
Allí está la película de la catástrofe mundial y la destrucción, la película de la pandemia, la del asedio a una ciudad, la de los aviones y los aeropuertos, la del laboratorio, la de las pruebas médicas. Es notable que Guerra Mundial Z sea eficaz en todas las secuencias, en todos los segmentos (el principal defecto u objeción que puede señalársele es cómo liga una situación con otra). Sin embargo, esa ligazón también es disfrutable: hay mucho de espíritu clase B en el armado, aunque quizás eso haya sido el resultado de los problemas de rodaje (con agregados, cuando supuestamente ya estaba terminada la película), las reescrituras del guión (uno de los guionistas es el director de The Cabin in the Woods). Como sea, y con los problemas que haya tenido, Guerra Mundial Z es una película espectacular y vibrante, y si su proceso de producción fue accidentado los parches se utilizaron finalmente a su favor. Sí, hay volantazos argumentales y cosas que podrían no cerrar si estuviéramos ante otro tipo de película, pero, vamos, se trata de una pandemia zombi y estamos en manos de Brad Pitt (y el detalle de cómo quedamos en sus manos es un gran chiste negro).
Como película múltiple que es, Guerra Mundial Z lanza conexiones con muchas otras además de las apuntadas. Con 2012, de Roland Emmerich, por los refugios flotantes. Con Contagio, de Steven Soderbergh, en diversos aspectos: Guerra Mundial Z es como una Contagio a mucha mayor velocidad y a gran escala. La película de Soderbergh ponía el acento heroico en científicos y burócratas, y en Guerra Mundial Z el héroe principal es Brad Pitt, un experto en catástrofes de las Naciones Unidas. No hay que olvidarse, sobre todo por la importancia del poder militar en ambas películas, y en la muy buena Epidemia (Outbreak), de Wolfgang Petersen de mediados de los noventa, cuando no eran tan frecuentes los miedos pandémicos en el cine.
A su manera, también las películas de superhéroes suelen incluir elementos apocalípticos: muchos villanos no sólo buscan destruir al superhéroe en cuestión, sino también a todo el mundo, arrasarlo por pura maldad, sojuzgar a toda la humanidad por un botín gigante, o conquistar el planeta para instalarse en él, en el caso de los villanos extraterrestres: la línea de guerra de los mundos (desde la ciencia ficción de los 50 hasta la remake de Spielberg) presente en Los vengadores o El Hombre de Acero. En las diferentes versiones de los usurpadores de cuerpos (películas de zombis que no babean y son más disimulados), el avance era más sigiloso, la penetración más sutil, de cocción más lenta, menos evidente (como en Sobreviven, de Carpenter), de ahí su conexión con las metáforas políticas.
Y claro, el título de este estreno con Brad Pitt tiene una Z muy visible. También hay citas tempranas a El amanecer de los muertos (esa habitación al amanecer). Y también hay un parentesco con Zombieland, desde otro tono (menos humorístico, aunque hay unos cuantos chistes) y con otro alcance. En Guerra Mundial Z hay una nítida apuesta por lo frenético en la amenaza, por cómo se mueven los que constituyen esa amenaza, por la velocidad a la que ponen una ciudad patas arriba.
Si en las películas apocalípticas estamos acostumbrados a ver cómo la amenaza gana territorios en un mapa que se va poniendo de color rojo, o en el conteo de víctimas, probablemente nunca lo hayamos visto a la velocidad en la que nos lo cuentan en Guerra Mundial Z. La secuencia de Jerusalén –centro neurálgico de la película– es no sólo un prodigio en efectos visuales, sino además una proeza en términos de amenaza violenta y de ferocidad que se transmite al espectador.
El amontonamiento, la pila inmensa de algo no demasiado agradable, suele ser un motivo visual en las películas apocalípticas o de utopías negativas, como lo prueban esas montañas de basura en la extraordinaria sátira futurista La idiocracia, de Mike Judge. La montaña de movimiento descerebrado, rugiente y amenazante de Guerra Mundial Z es su imagen más memorable. En nuestra memoria atávica, siempre está el miedo del apocalipsis y el cine se aprovecha de eso. A cambio, nos ofrece divertirnos sin demasiadas consecuencias con las catástrofes más arrolladoras.
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