Cine. Cinéfilos a la hora del balance
Una súbita vocación de jurado de festival se apodera de muchos cinéfilos en estos días de fin de año, cuando los balances se convierten en el deporte más difundido. Vocación que muchas publicaciones estimulan, ya dando a conocer sus propios lauros, ya invitando a los lectores a emitir su voto para declarar, por mayoría simple, que tal película fue la mejor del año y que tal otra sólo merece el desprecio y el olvido.
El procedimiento puede ser muy democrático, como lo es el Oscar. Reflejará, seguramente, la opinión de la mayoría y es probable que más de una vez coincida con lo que las tablas de concurrencia de espectadores ya fueron diciendo a lo largo del año. Pero ya sabemos que las mayorías se equivocan tanto como los jurados de los festivales y, por otra parte, no es difícil advertir que hay bastantes diferencias entre el cine, una industria que también aspira a ser un arte, y una competencia deportiva, donde pueden medirse objetivamente tiempos y distancias.
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Lo que sí puede medirse es el éxito. Si lo que se busca es establecer quiénes fueron los triunfadores en términos de recaudación, la temporada de 1998 no ofrece dudas: "Titanic", la colosal superproducción de James Cameron, se colocó al frente, a tan considerable distancia de sus contrincantes que no sólo le alcanzó para encabezar todas las estadísticas del año, sino también para instalarse al tope entre las películas más exitosas de todos los tiempos.
Pero dejemos el negocio -y el balance- para los productores, que bastante tendrán para preocuparse calculando sus dividendos y pérdidas en un año en que las aguas revueltas que dejó el feliz naufragio hicieron tambalear a otras opulentas naves hollywoodenses. Despreocupados de ese efecto, los amantes del cine podemos echar una mirada a los títulos que 1998 nos hizo conocer, sacar alguna conclusión, evocar emociones vividas en penumbras y hasta aguardar el último año del novecento con la secreta esperanza de que con la multiplicación del número de salas se ensanche un poco la pequeña brecha que Hollywood deja libre para el otro cine, el que no se construye siguiendo al pie de la letra fórmulas probadas.
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Si mira atrás, el cinéfilo verá que no fueron tan escasas las alegrías. Comprobará que hubo esperados desembarcos -el del iraní Kiarostami con "El sabor de la cereza", el del griego Angelopoulos con "La mirada de Ulises" y el del francés Mathieu Kassovitz con "El odio", por ejemplo-, y victoriosas reapariciones: la de Almodóvar con "Carne trémula", la de Egoyan con "El dulce porvenir", la de Ripstein con "La mujer del puerto" y "Principio y fin", la de Imamura con "La anguila", la de Peter Weir con "The Truman Show", la de Tarantino con "Triple traición", la del gran Antonioni con "Más allá de las nubes".
También podrá recordar que el cine británico mostró su saludable revitalización por medio del humor crítico de "Todo o nada" y la emoción de "Tocando el viento"; que no faltó el siempre bienvenido ingenio de Woody Allen, cargado con la osadía de "Los secretos de Harry", o puesto en observación por la penetrante cámara de Barbara Kopple en "Blues del hombre salvaje", y que en medio del sombrío panorama del cine nacional hubo algunos resplandores, el mayor de los cuales -seguramente- fue obra del lenguaje lúcido, sincero y conmovedor de "Pizza, birra, faso".
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La enumeración podría extenderse. Abarcar la fiereza de Spielberg, las imágenes implacables de Michael Winterbottom ("Bienvenido a Sarajevo", "Jude"), la mirada tristona de Ingrid Rubio en "El faro", los testimonios elocuentes de "Dársena Sur", "Tinta roja" o "Montoneros, una historia", la elaborada concepción visual de "La sonámbula", la química sexy de la pareja George Clooney-Jennifer Lopez...
Cada uno completará la nómina a su modo. Y sin necesidad de distribuir trofeos, armará con los recuerdos su propia colección de imágenes. Desordenada, arbitraria, parcial, pero -como aquel montaje memorable del final de "Cinema Paradiso"- guiada por la memoria del corazón.
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