Color local y tradición
La frase gastada y a veces mal usada en este caso parece ajustarse a la perfección. "Pinta tu aldea y pintarás al mundo", escribió León Tolstoi a modo de consejo para sus colegas escritores. Una recomendación que parecen haber escuchado los productores mexicanos de dos de las series de Netflix con mayor repercusión de este año: Luis Miguel y La casa de las flores. Es que sus creadores, Carla González y Manolo Caro, respectivamente, entendieron que para atraer a la audiencia global del gigante del streaming debían apostar a las formas del relato con las que siempre se identificó y celebró la televisión de su país en el mundo. Se trató de volver a la tradición de la telenovela más clásica, al melodrama repleto de personajes fascinantes, ambiguos y, claro, de villanos imposibles de ignorar. Una receta que combina el color local y tradicional con los modos narrativos más modernos. Pero primero, y sobre todo, estas dos series supieron hacer lo que Edha, la primera ficción argentina de Netflix, no consiguió. Esto es: transformar a sus ídolos, a sus íconos algo cachados pero irrompibles, en el motor de las historias que querían contar. El Rey Sol y Verónica Castro. El niño dorado con la infancia más trágica y la estrella de los ojos imposiblemente claros que nos fascinan desde culebrones indelebles como Los ricos también lloran y El derecho de nacer.
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