"Con El Cachafaz, poníamos el corazón cuando bailábamos"
Carmencita Calderón parece una piba. La picardía aparece en sus gestos traviesos. Ella, con 96 años, es el símbolo de la danza canyengue, la sobreviviente de una raza milonguera en extinción, la compañera del mítico bailarín El Cachafaz. Ella se define: "Yo fui una mujer que adornó el tango bailando. Por eso sobresalí, aunque no fui la única. Había muchas mujeres que bailaban lindo". También de su legendario compañero recuerda: "Don Benito era un señor, muy respetuoso, querido y elegante para bailar. Por eso, todas las mujeres se enamoraban de él y me regalaban cosas a mí. Me vestían, porque pensaban que andábamos juntos, pero sólo era mi compañero de baile. Fue quien me introdujo en este baile".
Calderón, que sigue dando exhibiciones en las milongas y mostrando los secretos del primer tango, fue el centro de las miradas durante el homenaje, que se realizó el martes último en la Legislatura porteña.
Allí estuvieron la Orquesta Escuela Tango, el trío Salmavide, el cantor Pablo Banchero, el investigador Luis Alposta y todo el mundillo tanguero de la milonga. "Para mí es un ejemplo, por que sigue bailando a su edad y con un estilo que si no hubiera sido por ella se hubiera perdido. Ella fue la inventora de toda una forma canyengue de bailar en la mujer", reconoce el bailarín Miguel Angel Zotto, que se dio el lujo de hacer unos cortes y quebradas junto a Carmencita.
Carmen Calderón tuvo su primer encuentro casual con un todavía joven Cachafaz, a los cinco años. La diferencia de edad era notoria. Los caminos siguieron. Ella dio sus primeros pasos de baile con su hermano, mientras la leyenda del bailarín crecía en las milongas.
"Primero aprendí a bailar en el patio de mi casa -dice-. Después, mirando a los mayores, porque yo acompañaba a mis hermanas al baile. Un día unos muchachos me dijeron que estaba el Tarila, un gran bailarín de la época. Me animaron a salir a bailar con él y quedamos como pareja, hasta que El Cachafaz me vio en el Sin Rumbo, de Villa Pueyrredón. Ahí dejó a su compañera y comenzó a bailar conmigo."
"Gardel nos gustaba..."
El debut de la pareja fue en 1933, en un teatro de San Fernando, acompañada por el bandoneón de Pedro Maffia. "El era uno de nuestros preferidos, al igual que la orquesta de Di Sarli. Gardel también nos gustaba, pero como persona: era un hombre risueño, que tenía cada salida... A mí, cuando me veía, me decía: "Piba, portate bien, no te metas en líos..." Siempre iba por la oficina de El Cachafaz, que era un bar en Talcahuano y Corrientes."
El Cachafaz y Carmencita Calderón hicieron historia dentro del género bailable y patentaron un estilo único. "Nosotros bailábamos de otra manera, con corridas, cortes y sentadas. Entregábamos el corazón sobre la pista", dice, manteniendo distancia de la danza actual. Aunque aclara: "Para mí son todos bailarines. Algunas bailan de otra manera, pero eso es muy personal. Siempre estuvo la danza salón por un lado y lo canyengue por otro. Yo siempre mostré mi personalidad. Muchas me han querido imitar, pero no han podido".
Pero después reconocerá: "María Nieves es una gran bailarina, mejor que yo y mucho más alta". La historia de Carmencita es también la historia de esos bailarines orilleros que siguen vivos en el recuerdo de los milongueros y que sembraron el camino a la profesionalización del tango danza. "Yo baile con los tres más importantes de la época: El Tarila, El Cachafaz y el Negro Alfredo Núñez. También con el Pibe Palermo. El tenía 15 años y yo lo hice bailarín", rememora.
La pareja con El Cachafaz, con el que exhibió su original estilo por las capitales más importantes de Europa, duró casi una década, hasta que José Bianquet (su verdadero nombre) falleció de un paro cardíaco en Mar del Plata, en febrero de 1942. Carmencita continuó difundiendo su estilo con otros compañeros. En su homenaje, también bailó. Con Zotto, como compañero, volvió a inmortalizar frente a cámaras y ojos el baile de cortes y quebradas, la danza más orillera del Río de la Plata. Esa que inventó junto a El Chachafaz y que quedará por siempre en la memoria del tango.
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